Isidro García Cigüenza: «Las plantas del huerto… en la Pedagogía Andariega»

Burrita: ¡Por favor…, por favor…, señor arriero… un cuentecito más!

Arriero: ¡Te estás poniendo pesada, Molinera, con tanto cuento…! Lo que nuestros lectores necesitan no son cuentos de tres al cuarto. ¿Quién va a tomar en serio nuestra Pedagogía Andariega, sin no exponemos con absoluta seriedad y recogimiento nuestras teorías y metodologías activas?

Burrita: ¡Bah! Sus lectores ya están más que enterados de la Pedagogía que usted propugna: que si “desescolarizar”, que si “caminando”, que si “en colaboración con la sociedad en la que los alumnos se hallan imbuidos”… ¡Siempre con la misma tonada…! Un cuentecito, señor Isidro…, por favor…

A: Pero que sepas que no lo hago con demasiadas ganas….

B: ¡Porfa, porfa…!

A: ¡Vale…!

***

¡Que me dejes en paz te digo, y que te vayas de aquí! –gritaba una lechuga a una malva, dentro de la Escuela Hortelana donde ambas se hallaban matriculadas.

-¡Olvídame, malcriada! ¡Que eso es lo que tú eres: una quejica malcriada y protestona! – le respondía la malva.

-¡Déjame vivir, que no aguanto más! Ahora mismo voy a dar las quejas a “la seño”. ¡Eh, por favor maestra, esta planta es una salvaje…. Me está asfixiando y no me permite resollar siquiera.

-A ver… qué es lo que pasa aquí… -dijo acercándose “la seño”, alarmada por tanto jaleo.

– Pues mire usted –le refirió la ofendida lechuga-. Esta planta, la malva, con esas raíces tan profundas y ese follaje tan espeso, además de quitarme mi comida, me quita el sol y no me deja crecer. ¡Mire usted lo canija que me estoy quedando por su culpa!

-¡Pamplinas!¡Una llorona y una gachona es lo que es, “seño”! No trabaja, no hace sus deberes y encima está todo el santo día como adormilada… Mire…, ni ahonda sus raíces por abajo en busca de alimento; ni se esfuerza, por arriba, en busca de los rayos del sol. Ni siquiera hace nada para defenderse de los caracoles… Ella lo que quiere es que se lo den todo hecho: que la caven, la abonen, la rieguen, le echen encima polvos anti roedores… En fin…, que se la mime y se lo den todo hecho.

-Sí pero es que tú eres una abusona. Todo lo quieres para ti. ¿Sabe, “seño”? Cuando usted programó el huerto de verano, fue usted misma quien determinó dónde iría cada planta. Limpió el suelo de hierbajos, de piedras y otras suciedades; luego echó estiércol, lo cavó todo bien cavadito, hizo surcos y decidió que aquí, precisamente aquí, creciéramos las verduras comestibles: tomates, ajos, cebollas, berenjenas, calabacines, melones, sandías…, y por supuesto nosotras, las lechugas.

– Eso es cierto –le dio la razón la profesora. Siguiendo los principios de la Pedagogía Agrícola os clasifiqué por edad, aficiones y frutos. A continuación y a partir de las teorías didácticas al uso basadas en Proyectos, diseñé una programación curricular centrada en un aprendizaje globalizador, sistemático, riguroso, reflexivo, creativo y metacognitivo, en el que el trabajo cooperativo, los grupos interactivos, el aprendizaje basado en juegos, la gamificación, las tertulias dialógicas, las rutinas de pensamiento, las estrategias y recursos de innovación educativa fueran nuestros elementos guías para llevar a cabo los objetivos propuestos. Así, y siguiendo las teorías más contractuales que yo, personalmente, utilizo como referencia y que son, a saber, Pestalozzi, Rosa Sensat y Montessori, a cada una os asigné un tratamiento personalizado: a unas, un riego más abundante, a otras menos; a unas os sujeté con palos para que, trepando, subierais a lo alto y a otras os dejé rastreras, debido fundamentalmente al enorme volumen que alcanzan vuestros frutos en su punto de maduración. Y diré aún más… incluso pensé en las plantas silvestres. A ellas les dejé aquellos ribazos y orillas de la finca, para que también ellas ¡angelitas! llevaran a cabo su propio proceso natural de reproducción. ¿Algún problema?

-Bueno…, pues vea lo que ha pasado. Al mes de plantarme usted, creció una plantita junto a mi vera… Era una planta muy parlanchina que a todo le sacaba su chiste y jugo. Yo ya sabía que ella no debía sentarse a mi lado, pero como era tan pequeñita y tan graciosa, la escondí entre mis hojitas para que usted no la viera y no la apartara de mí …

-¡Esa historia ya me la sé yo! –inquirió la “seño”, llevándose las manos a la cadera y mostrando carácter-. Os tapáis los secretos unas a otras; no me contáis nada de lo que ocurre dentro y fuera del aula y luego pasa lo que pasa: que si acoso, bullying, maltrato… Siga, siga contando, señorita lechuguina…

-Pues nada…, que la malvita fue creciendo, creciendo… y al final, ahí la ve, ella tan hermosa y pujante y yo sin poderme desarrollar ni ofrecer lo que de mí se espera: ser la verdura ideal de las buenas ensaladas. Si ya lo dice el refrán: “Cría cuervos y te sacarán los ojos…” –miró la lechuga a a la malva con ojos de odio…

-¡Eh, un momento! De cuervos nada, doña gachitas… Que todos tenemos derecho a vivir… -le espetó la otra-. ¡Y, además, hablando de aprovechamientos, si tus hojas son comestibles y buenas para las ensaladas; también lo son mis hojas y flores para lo mismo pues, además de alimentar, decoran…! Eso, a parte de lo beneficiosa que resulto en lo que a taninos, mucílagos, malvina y vitaminas A, B1, B2 y C9 se refiere. ¡Y también, sin hablar de mis reconocidos beneficios para la farmacopea alternativa, ofreciendo como ofrezco contrastadas propiedades antiinflamatorias, laxantes, cicatrizantes, calmantes, digestivas y expectorantes…

-¡Cállense las dos! –grito la maestra imponiendo así su autoridad, al comprobar que los asuntos esos farmacopólicos se salían de su dominio y currícula -. ¡La cosa está más que clara! En primer lugar: usted, señorita malva, además de perturbar la paz del huerto, se ha cambiado de clase sin autorización. Su sitio está allí, en las orillas con el resto de plantas que nacen a su libre albedrío: la grama, la lechetrezna, la borraja, los dientes de león, las amapolas, etc. etc. etc.

-Pero “seño”… ¡No es justo! ¡No compare! Es que es aquí donde se vive mucho más a gusto: aquí hay comidita de la buena, agua fresquita, suelo mullido…

-¡Habrá lo que yo quiera…! –le volvió a salir el genio magisterial a la profesora-. Usted ha sido asignada a los suelos pedregosos, áridos, pobres en humus…, etc., etc, etc. y no se hable más. Haga el favor señorita malva, de recoger sus avíos e irse al lugar que, conforme a los principios pedagógicos que animan mi didáctica, es decir, bajo el criterio globalizador, sistemático, riguroso, reflexivo, creativo, metacognitivo, etc. etc. etc. que le ha sido asignado.

-Por favor, por favor… “seño”. Que aquí hay sitio para las dos… Que se mueva ella un poquito más allá y ya está. Sólo hasta que mis flores sean fertilizadas por nuestras amigas las abejas… Luego, me seco y desaparezco… lo juro. Por favor, por favor…

-¡No le haga usted caso, “seño”! Ella lo que quiere es, después de que sus flores hayan sido polinizadas, que sus semillas hayan cuajado y consiga espurriarlas por todas partes… a la chita callando como acostumbra ella…, hacer como que desaparece, pero dejando sembrado todo de malvas… Luego, al menor descuido, se agarrarán dichas semillitas al suelo, echarán raíces y tras convertirse en plantitas graciosas y divertidas, se volverán dominantes y agresivas. ¡Si lo sabré yo!

-¡Pues yo no pienso moverme! –levantó la voz la malva, ahora en tono amenazante-. ¡He enraizado tan profundamente que nadie, ni siquiera usted señora maestra, podrá arrancarme de aquí!

-¡A ver malvita, hija… dialoguemos! Favorezcamos un clima de paz, alegría y confraternidad… -sugirió la profesora, aminorando el tono y creando ese ambiente distendido que propugna la Escuela Mediadora, es decir la que reemplaza la imposición artificial de una disciplina de convención, por otra de convicción que fomente la no competitividad y el pensamiento libre e individual-. A ver… preciosa. Tú tienes tu propio sitio donde desarrollar las facultades que te adornan y de las que tan orgullosa te sientes…

-¡Usted dirá lo que quiera…, pero yo no pienso moverme de aquí! –siguió de forma reiterada y sumamente desafiante la plantita de marras.

-¿Cómo? ¿He oído bien? ¿Qué no quieres moverte de aquí? –se puso a gritar ahora la maestra, saliéndose de sus casillas y de los márgenes que marcaba su propia teoría neurocognitiva. ¿Cómo? ¿Qué yo no tengo fuerzas para cogerte y moverte de aquí? ¡Veremos quién puede más…!

– Ja, ja, ja… -se burló la malva- ¡Hay que tener mucha fuerza para conseguir arrancarme y hacer que yo mueva tan siquiera un pie!

-¡Eso lo veremos! –gritó la maestra, absolutamente enajenada.

Y fue de esta manera como se dirigió a una fuente que había cerca, cogió un cubo de agua, lo llenó y se lo echó con sumo cuidado a la tierra que cubría a la alumna rebelde.

-¡En cuanto la tierra se ablande, veremos si puedo o no puedo sacarte de ahí y llevarte a tu sitio!

El huerto entero quedó en suspenso, pendiente del resultado de semejante desafío. Las berenjenas, puerros, apios, espárragos cultivados, tomates, pepinos, pimientos y demás patulea de verduras que allí había, levantaron la voz, lanzando vítores y proclamas y poniéndose de parte de la maestra. Esta, arremangada de brazos, se abrió de piernas con el fin de asegurar bien su cuerpo al suelo se dispuso a recoger todos los bracitos y ramas de la malva para llevar a cabo la ley motriz del Principio de Arquímedes que ella tanto experimentara en clase. Aquella que, aplicada ahora a los sólidos en vez de a los fluidos, dice: “Todo cuerpo sumergido en un sólido, (véase barro), experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso del sólido desalojado (véase planta rebelde y “diso-socializada”).

También y al mismo tiempo, un murmullo cada vez más creciente y embrutecido de plantas bravías: borrajas, dientes de león, tagarninas, chochitos, verdolagas, amapolas, ortigas, margaritas, tréboles…., se hacía oír por la parte del fondo sur de la huerta.

La pugna se declaró abierta. Agarró la maestra con sus dos manos a la malva por el cuello y, tirando fuerte, fuerte, la intentaba arrancar del suelo. Por su parte, la malva, cuyas raíces se incrustaban a más de cincuenta centímetros de la superficie, resistía asiéndose con todas sus fuerzas al fondo del terreno, a donde, por cierto, todavía el agua no había llegado. Y fue justo a continuación, en un impulso ímprobo, cuando consiguió nuestra maestra, efectivamente, arrancar la planta, aún a pesar de que para lograrlo se viera tirada en el suelo y de nalgas como había caído.

-¡Por fin, lo logré! –exclamó la “seño”, levantando orgullosa su trofeo en las manos y tratando, de paso, de limpiarse el culete de barro.

La aclamación que recibió por parte de las cultivadas fue indecible. Aclamación que hubiese resultado apoteósica si no llega a ser porque, justo a continuación, nuestra protagonista, la lechuga, a fuer de sincera, comentara:

-¿Por fin? Pues yo siento cosquillear sus raicillas aquí debajo, la mar de contentas por haber conseguido quedarse en su sitio y, encima, regadas por el benéfico líquido elemento con que usted misma les obsequió hace un momento… ¡doña “seño”!

 

Isidro García Cigüenza

Blog personal ARRE BURRITA

 

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Isidro García Cigüenza

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