Isidro García Cigüenza: El ‘Art Fregandi’ en la Pedagogía Andariega

“Porque no hay nada mejor, para mantener una buena higiene didáctica y mental, que aclarar las ideas en un espumoso fregadero”. (Proverbio propio)

Arriero: Fue mientras me secaba las manos con el mandil, Molinera, y una vez finalizada la tarea de fregar, escurrir, recoger y dejarlo todo limpio y brillante como una patena, que me entraron ganas de escribir lo que ahora te leo, poniendo en su justo lugar ¡que ya era hora!, el denostado y poco reconocido “Arte del Bien Fregar”.

Me sentía inspirado, burrita amable. Y no porque ningún dios, musa, catedrático o mantra hindú me hubiera tocado con la gracia de la clarividencia ya que, por más que he indagado en las distintas pedagogías, no he hallado, ni en las de oriente ni en las de occidente, entelequia o espíritu que tuviera por afición o por oficio el ilustre quehacer del fregadero.

¡Un niño, Molinera! ¡Un niño fue quien me trajo la inspiración! Un niño de tez oscura, ojos castaños y carita de cielo quien, después de observarme, aparcó a un lado su libro de texto y sus deberes, se subió encima de un taburete y, estirando sus bracitos, me preguntó entusiasmado: “¿Me dejas fregar un poquito contigo?”

¿Qué ha podido apreciar de interés este infante en la faena?” “¿Qué atractivo ha descubierto este angelito en la cubeta donde unos cacharros grasientos se debaten, buscando una segunda oportunidad o una nueva reencarnación?” –me pregunté desconcertado.

Y fue al situarme en su infantil ingenuidad, al tiempo que en mi secreta vocación de higienizador de mentes ensuciadas y denostadas, cuando las evoluciones de mi chapotear en el fregadero…, el resurgir de las burbujas recreando hermosos arco iris…, el zumbido de las ollas salpicando la encimera…, el acompasado ir y venir de las olas imaginarias que yo mismo provocaba en uno de sus senos …, o el intento de hacer que volvieran a navegar los sucios platos y la desechada vajilla (como si de la botadura de nuevos barcos se tratara…) se han convertido para mí en sublimes ideales didácticos dignos de la mejor Pedagogía.

Porque, aunque nos resulte comprensible el hecho de que muchos profesores y algunas profesoras detesten, hasta rozar lo insufrible, el fregadero y sus quehaceres, quiero devolver la alegría a semejante desaliento con percepciones espumosas que les hagan vislumbrar y hasta entender que fregar, y sobre todo fregar bien, además de una actividad necesaria, puede convertirse en todo un arte: un arte donde convivan en íntima relación lo sensorial, lo hermoso y lo gratificante. En definitiva, los principios que animan nuestra Pedagogía Andariega.

Porque, asqueado y harto de esos “master-chef junior” a que nos tiene sometidos ese tejemaneje televisivo denigrante, pagado con dinero público y sólo comparable con la ideología política educativa que lo sustenta, siquiera por una vez, digo, ¡por una santa vez!, vamos a dejar de hablar del mundo de la Gastronomía a que tanta paranoia culinaria, tanto pope y tanto sacrílego han infectado a tantísimas familias ingenuas y desconcertados niños.

No hablaré ahora de la esencial necesidad que tienen dichos retoños por conocer el origen de los productos alimenticios de que aquella se vale: sean éstos ecológicos, extensivos o transgénicos. Menos aún, aunque nos gustaría, del papel que para la sostenibilidad del planeta y la solidaridad humana tiene el asunto de la Soberanía Alimentaria… Nada de tal. Eso lo dejemos para otro momento y otro lugar, Molinera.

Nunca he caído en la tentación, porque las admiro, de despreciar las cuotidianas y meritorias tareas culinarias que nos nutren y sustentan. Mucho menos el trabajo de esos/ esas labradores, ganaderos y pescadores que hacen posible el que dispongamos de alimentos con que llenar nuestras siempre insatisfechas despensas… A todos les estoy agradecido. De todos hablo bien y a todos pondero. Lo que no entiendo es ese afán por desprestigiar y despreciar lo que yo tanto valoro y que tanto valor tiene: esas amas y amos de casa, esos profesoras y profesores que, diariamente, con tanto denuedo y abnegación le dan a los estropajos…

Como te vengo diciendo, burrita, se trata, pura y llanamente, de explicar cómo el hecho de limpiar los utensilios que desecha, por sucios y ajados, el quehacer de la cocina y sus anexos puede convertirse en todo una bienhadada Educación. Porque es hora de volver del revés el enojoso asunto del fregadero. De ponderar el mérito que tiene el retornar a su estado natural y rutilante ese cristal que, conteniendo añejos vinos resultó tocado por sensuales, al tiempo que pringosos labios. De cómo eliminar las manchas resecas que dejaron en los platos esos riquísimos, pero ya extintos, huevos fritos. O acaso, también, de hacer desaparecer las pérfidas huellas que en la bandeja dejó la gelatina y restos de un guiso que, en su momento, tan riquísimo nos supo y tan mal provecho nos hizo. (Aplíquelo el inteligente lector a la labor desastrosa y desastrada que realizan algunos educadores en sus alumnos al aplicar didácticas zamponas, indigeribles y sedentarias).

A ese milagro vengo a referirme; a esa beatífica transformación que los químicos denominan saponificación y que yo, en mi humilde aportación, llamo: “el trajín de la freganza, o de la fregancia”, como también gusto de llamar a este original Art Fregandi.

Pero… ¡basta de inútiles peroratas, Molinera, que no conducen a nada! Ha llegado la hora de dar muestra y señal del buen hacer que pregonamos. Es así que, con tu aquiescencia y el auxilio de los utensilios del fregadero, inspirados siempre por aquella acólita presencia del inocente niño del que hablaba, vamos a convertirnos ahora en imanes de la limpieza, chamanes de los vidrios refulgentes y redentores de los cacharros sucios y alumnos fracasados, o aún peor, desahuciados…..

¡No hay cosa más enojosa que fregar -escuchamos continuamente de boca de propios y extraños- después de una comida, precisamente cuando se está haciendo la digestión y le apetece a uno mantener una animada charla de sobremesa o caer rendido en los brazos de Morfeo, acunado por la dulce somnolencia que produce el ruido de fondo de los programas de cotilleo!

¡Pobres ingenuos! –digo yo-. ¡Ignorantes tragaldabas de la propia vorágine estomacal, pesada y anodina! Metafoficos sanchopanzas y mujeres boterianas, que ven en el fregar una condena, una nueva espada de Damocles pringosa y sucia, pendiendo sobre sus cabezas. Una amenaza que, a poco que terminen de comer y se levanten de sus sillas, le caerá irremediablemente encima, partiéndoles la crisma.

Arremeto aquí contra toda esa patulea de pillastres que, sin mojarse un ápice siquiera, ponderan hasta lo insufrible su trajín paellero de fines de semana. Contra esos falsos héroes que pavonean en público sus pírricas victorias didácticas, mientras otros recogen los despojos que ellos van dejado, espurreados como quedan por el campo de batalla que viene a ser, muchas veces y para mucha gente, la escuela. También contra esa barahúnda de chefs, sollastres, marmitones y sommeliers, (advenedizos unos y consagrados otros) que intentan monopolizar el mundo de los fogones, de las Escuelas de Profesores, ministerios y consejerías mal llamados de Educación-Cultura. Esos que ni mencionan, ni se arriman, ni se interesan, ni valoran esta pulcra y humilde ocupación que, a la postre, viene a resultar del todo imprescindible.

Esos, en fín (y ya me callo), que tanto abusan cuando escriben sobre los “contrastados, irresolutos y neurocientíficos términos del “córtese”, “trínchese”, “rebánese”, “secciónese”, “sángrese”, “desmenúcese”, “tritúrese”, “macháquese”, “despedácese”, “tuéstese”, “gratínese” y chamúsquese…”

Sabido es que la escritura y la expresión hablada, amén de otras maneras de comunicación, son el cauce por los que fluyen los pensamientos y sentires del ser humano. Así, frente a una actitud y a unos términos tan infernales como los citados, nosotros, los especialistas de la fregancia (y de la fragancia, por qué no…), utilizamos otros más plácidos, deslumbrantes y hasta higiénicos para explicar nuestra tarea: sumergete, remójate, frótate, aclárate, enjuágate y, si lo crees oportuno, sécate

Por eso, Molinera, me vas a permitir que monopolice el diálogo; que haga hincapié en lo que de meritorio tiene este vilipendiado oficio. Porque nosotros, cenicientos errabundos de la sociedad del bienestar, maestros de un devenir pedagógico soñado, reivindicamos un lugar en los trajines culinarios, negándonos a ser, éticamente y estéticamente hablando, cerdos engreídos de la piara de Epicuro…

Porque no queremos convertirnos en superficiales tragaldabas del cotidiano yantar, y menos aún en profundos mentecatos del opinar. Por todo eso, y por mucho más, es por lo que vengo a reflexionar, apreciada Molinera (en este y sucesivos capítulos), a cerca de estos asuntos.

¡Ah! Y por favor… no me vengas, también tú, con la consabida pedagogía de los recursos digitales (uséase friegaplatos)…, porque esta tarea del Arte del Educar necesita menos de tecnologías y más de manos que la acaricien y saberes que la higienicen.

 

Isidro García Cigüenza

Blog personal ARRE BURRITA

 

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