Técnicamente tendríamos que haber llegado al puertito fluvial que conecta con este yacimiento por medio de unas escalinatas pero, gracias al tour operador, disfrutamos de un viaje terrestre que nos dejó molidos aunque, también hay que decirlo, nos permitió ver un Egipto que no ven la mayoría de los millones de viajeros que, año tras año, llegan al milenario país; sería el caso de este templo y el largo trayecto por carretera.
Para llegar hasta él tendríamos que atravesar numerosos pueblos y aldeas que, en lo personal, me devolvían a mi infancia feliz [a pesar de las carencias, entonces los niños éramos niños, igual que los que me crucé por este extraño, exótico e imprevisto periplo terrestre], niños que se enganchaban corriendo tras los “Tuk-Tuk” o taxis colectivos, que subían o bajaban con una agilidad propia de la edad donde, su cara risueña, ya era todo un triunfo.
Por supuesto, cruzar esos poblados, hace que relativices muchos de los problemas que vives en tu cotidianidad y lo poco que se necesita para vivir porque, una vez que finalizas tu larga vida laboral, te das cuenta que en realidad estuviste trabajando para pagar el transporte, comida y formación. La nueva realidad te devuelve a una tranquilidad que, al principio, te parece extraña y rápidamente la asimilas tras medio siglo de estar poniéndote de pie a las seis de la mañana y cotizar religiosamente para ese descanso largamente esperado.
Es evidente que a pesar de los pesares, nos podemos considerar afortunados por haber nacido donde hemos nacido pero ponerse a elucubrar o a crearnos problemas de conciencia, como en esos momentos alguno del grupo resumió: para ver miserias ya tengo bastante con estos andurriales y, sin embargo, nos quedaban tres días más de viaje terrestre gracias a la negligencia de la operadora, aunque en realidad en ese viaje hubo implicadas una veintena de agencias de viaje españolas, algo que deberían de solucionar las mayoristas que operan en el país.
Así fue como acabamos llegando por tierra a Kom Ombo, inmensos campos de caña de azúcar, casas desvencijadas, suciedad por doquier, mantas cargadas con pan tostándose al sol, niños y jóvenes sonrientes, felices, a pesar de las carencias. Tras el control del Ejército y la Policía de Asuán, tocaba hacer un trayecto de unos diez minutos a pie hasta encarar la escalinata final para iniciar el acceso a este templo que mira al río Nilo. Estamos ante la antiquísima Ombos [Nubit], la ciudad del oro, su dueño y señor el temible dios Seth, el templo apenas fue desenterrado en 1893 y lo que contemplamos es lo que queda de lo construido sobre el que inicialmente erigiera Tutmosis III.
Digamos que este templo grecorromano está en un estado bastante lamentable pero debemos de pensar que tiene dos milenios y eso hace que [también] asumas ese deterioro provocado por el paso del tiempo, el desierto, los terremotos, etc. Todo lo recuperado permite albergar esperanzas en un futuro más esplendoroso, las excavaciones continúan y la zona visitable tampoco te dejará indiferente. Centenares de metros de jeroglíficos reflejan la historia de estas tierras desde hace miles de años, algunas imágenes realmente hablan por sí mismas: la del parto, la etapa de lactancia, la del instrumental médico o la música. ¡Cuánto conocimiento acumulado hay en aquellas piedras que excelentes profesionales del martillo realizaron!
Se trata de un edificio simétrico: dos santuarios, dos salas, dos entradas… Hay que fijarse que el lugar está dedicado a dos dioses y de ahí esa dualidad en su concepción y construcción. Al lado izquierdo nos encontramos con un conocido: Horus [el viejo, el halcón] y en el otro a Sobek [el dios cocodrilo que encarna la divinidad local]. El templo lo inició Ptolomeo VI en el II a. C., y sería otro Ptolomeo, el XII, el que lo finalizaría casi un siglo después. Augusto le añadiría el gigantesco pilón de la entrada en el año 30.
Tras el recorrido y las explicaciones, tocaba contemplar las fantásticas columnas que soportan las pocas cosas que se mantienen en pie. Están talladas, en la parte posterior o soportando el techo, encontramos la célebre flor de loto que simboliza el Alto Egipto y, alternando, el célebre papiro de la zona deltaica o Bajo Egipto.
La parte de los jeroglíficos médicos honran a Thot el combatiente, sanador, especialista en problemas del ojo; los bajorrelieves son de una calidad extraordinaria y a pesar de los cientos de años transcurridos, extraordinariamente conservados después del “toqueteo” al que se ven sometidos por las hordas de viajeros que constantemente acceden a las instalaciones. Podemos distinguir y reconocer una veintena de instrumentos representados en el botiquín o maletín quirúrgico tallado en la roca, ello demuestra el alto nivel de la cirugía de aquellos tiempos.
Quedaba un poco de tiempo de libre disposición, algo de lo que menos tuvimos en este ajetreado viaje. Eso nos permitió recorrer a un ritmo pausado las diferentes salas o vestíbulos que conducen a las entrañas de los santuarios de ambos dioses ocupando Horus el lado izquierdo del lugar en donde también –fuera del templo- está el gran pozo o Nilómetro con el que los sumos sacerdotes preveían las cosechas de acuerdo al nivel que alcanzaba con las riadas el inmenso curso fluvial. Recordemos que las cuatro potencias que crearon el cosmos están representadas por el pozo del saurio, el área del halcón, el cubil del león y es establo del toro, todo ello magníficamente recogido en esta simbología del templo de Kom Ombo y en donde el pacto que sellaron, el halcón y el cocodrilo, fue una soberbia alianza que impulsó la gran potencia creadora del momento.
El espectáculo era digno de un explorador, personalmente me devolvía al Cinema Pérez y mi Alhama natal ya que, desde esa atalaya, uno creía estar viviendo, en soledad, el fantástico viaje de Lewis y Clark; tras ese tiempo de interiorización tocaba seguir ruta y contemplar el museo de los cocodrilos que era el final de la visita al lugar. En este caso casi medio centenar de bichos momificados, todo un espectáculo que pese a la penumbra no dejaba de sorprender.
Tras esa última media hora tocaba salir al reencuentro del grupo e iniciar el regreso para tomar el autobús, mientras tanto podías entretenerte en ver algunas de las viviendas nubias que hay por la zona, corresponden a los desplazados de hace medio siglo con la Gran Presa de Asuán y el lago Nasser. A veces, en esta parada, cuando coincide el día, algunos viajeros serán llevados a Daraw para contemplar su famoso mercado de camellos una vez a la semana, lamentablemente no era nuestro día, pero dicen que los animales llegan esqueléticos tras haber realizado un largo viaje por el desierto desde Sudán, teóricamente siguiendo una antiquísima ruta de esclavos, cuando llegan aquí han hecho varios cientos de kilómetros y es lógico que los animales lleguen extenuados; de los camelleros nadie se acuerda.
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio