Acabado, por ahora, el periplo turco, vamos a tratar de encontrarnos con varias de las islas del Mediterráneo; el recorrido lo haremos de Oriente a Occidente. Hay islas para varias vidas y jamás podré recorrerlas todas, así que dosificaremos los recuerdos, los cuadernos de notas y las fotografías. Ojalá les guste y lo disfruten tanto como me pasó a mi, primero recorriéndolas, después recordándolas.
Digamos que el tema insular me atrapó siempre y quien sabe si la culpa fue de aquella célebre novela, después de oír el programa de la BBC sobre Robinson Crusoe. Un hecho que haría el resto aunque, literariamente hablando, tendríamos que arrancar con Rudyard Kipling y su tocho de casi mil páginas que devoré, tarde tras tarde, en la biblioteca de Alhama por entonces estaba gestionada por don Manuel Melguizo Santander que me dijo que ese libro era muy extenso para un niño… y acabé leyéndolo enterito y, con él, soñando en otros mundos, otras gentes, otros pueblos y, por supuesto, otras islas. Más de medio siglo separan ese punto iniciático del momento biológico en que me encuentro actualmente al escribir estas remembranzas viajeras.
De Chipre las primeras noticias de mi infancia serían las de Makarios, luego el conflicto étnico de 1974 que aún perdura –y motivo por el que no deberían haberle dado paso en la UE que violó, con ello, sus propios principios- y ya de adulto con la radio, especialmente con las transmisiones para los expatriados en el Reino Unido que la emisora estatal chipriota realizaba en onda corta a través de los transmisores de la BBC en la isla. ¡Qué tiempos más fascinantes radialmente hablando y que todavía la UE no había ido dando carpetazo a la radio pública que tanta cultura expandió por el mundo!
Digamos que la isla, en sí misma, se utilizó como un barco estratégicamente anclado en esa zona de confluencia de conflictos del Oriente Medio. Ahí hubo varias e históricas radiodifusoras que hoy apenas se recuerdan. En mi caso también con alguna captación de la Onda Media de Pafos y recientemente pude hacerle algunas fotos al cerro en que se hallan sus estratégicas antenas. Más cercanos a nosotros es el conflicto de GAZA y en el que los dos grandes de la radio europea por ahora: BBC y RFI aúnan esfuerzos con una emisión especial en Onda Media.
Otro recuerdo, imborrable, sería el caso de la película ‘Éxodo’ que tanto me impactó en su día y, tras el introito, ahí vamos con una entrada en la historia y la vida de la isla de la mítica Afrodita –imagen que recogía las QSL de la emisora greco-chipriota- y que el grupo visitaba gracias al gracejo del guía cubano que nos tocó en suerte ese día. Curiosa la cantidad de exiliados de la Perla del Caribe que uno se encuentra por esos mundos gracias a algo tan común como el idioma que nos une, sobre todo en países que antaño habían formado parte del denominado Telón de Acero.
Tras dejar atrás Limasol, nos dirigimos por una excelente carretera o autovía hacia el suroeste, apenas una hora y ya estaríamos en destino: la mítica Pafos y su extraordinario sitio arqueológico de Kato Pafos. ¡Qué gozada y qué calor! Poco antes habíamos estado contemplando la roca en donde la mitología ubica el nacimiento de la bella deidad surgida del mar gracias al choque del agua con la pétrea figura: de su espuma habría surgido la vida, o sea: el punto culminante de la gestación y parto… ¡Ya saben, cuestión de fe!
Continuamos ruta hasta el santuario de San Neófito por una carretera que muere allí mismo, entre las montañas cubiertas de pinos y otras especies mediterráneas. Ese monje fundó el extraordinario monasterio en el lejano XII y aún se conservan las cuevas que excavó sobre la roca, visitarlas detenidamente supone un gran ejercicio de introspección, contorsionismo y la espiritualidad que se da por descontada. No es fácil pensar que alguien tenga tanta fortaleza como para retirarse a esos peñascales. Vaya que el oficio de ermitaño requiere una gran fuerza mental.
Neófito fue, por tanto, un asceta que legó himnos y tratados filosóficos que han llegado hasta nuestros días gracias al legado de la iglesia ortodoxa y su misticismo. Gracias a ello, en las cuevas que excavó, pintó también varios murales –atención, hay momentos de difícil tránsito para los corpulentos, es mi caso- que nos transportan a “La última cena, La traición de Judas o El descenso de la cruz». En la bóveda también encontramos un reflejo de la Ascensión.
Por supuesto, el eremita vivía con poco y los muebles que necesitó los talló sobre la roca, o sea: todo natural y ecológico. Al margen de la cueva a la que se accede por unas empinadas escaleras –hay otras superiores que no son visitables o corres el riesgo de quedarte atascado en el ascenso- que nos deja en unas arcadas donde está instalado el funcionario que cobra la visita. Cuesta pensar que con esa modesta entrada el monasterio sobreviva y no es extraño que cada vez haya menos vida contemplativa. Menos mal que los que deciden seguir la rama ortodoxa pueden casarse, pero no tener hijos una vez que deciden dar ese paso y los vástagos que llevan a su alrededor suelen ser fruto de antes de contraer nupcias.
La gran explanada, arrancada a la roca y al barranco adyacente, da cobijo al edificio denominado “katholicon”, allí, al margen de alguna tienda de recuerdos, encontramos bellos jardines y la iglesia monacal con la terraza consagrada a la Virgen y es el lugar donde el día del santo [finales de enero] da cobijo a una feria tradicional que, según el guía, era muy concurrida y esperada por la población de los aledaños, es el momento en que acuden prácticamente greco-chipriotas de todos los rincones a disfrutar del entorno y su quietud, evidentemente en algún momento se debe llenar la amplia zona de aparcamiento y las instalaciones hostelería que hay poco antes de entrar en el monasterio.
Ver más artículos de
Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio