Tomás Moreno: «El ensayo como género de pensamiento y expresión de la autoconciencia, (2/2)»

II. UN DIÁLOGO EN LA ARCADIA: “SOBRE LA VERDAD Y LA FICCIÓN” (*)

Aquella tarde me encontraba preparando mi clase de filosofía que había de impartir a la mañana siguiente. Leía a Descartes, concretamente la segunda de sus Meditaciones (1) , aquella en la que el pensador francés, en su búsqueda de una primera verdad evidente, utilizaba la inquietante hipótesis del Genio Maligno, ficción que constituía uno de los artificios filosóficos más ingeniosos y sugestivos de toda la historia de la filosofía. Con ella, el padre del Racionalismo filosófico trataba nada menos que de cimentar el edificio de todo el saber humano, probando la existencia de una primera verdad indubitable: la existencia del sujeto pensante, por mucho que éste fuera engañado o burlado por ese hipotético y todopoderoso ser (2).

Cansado, tras horas de atenta lectura y reflexión, cerré los ojos y súbitamente me sentí trasladado a un luminoso lugar (3) en donde me encontré asistiendo a una especie de Symposium helénico, en compañía -según pude ir comprobando después- de las más señeras figuras del pensamiento y el arte de todos los tiempos y en el momento preciso en que estaba hablando un anciano filósofo griego, de aspecto físico poco agraciado, “calvo, nariz respingona, vientre abultado, ojos saltones” (4), pero cuyas palabras me dejaron fascinado. Cuando terminó de hablar, todos sus oyentes quedaron sumidos en una profunda reflexión. Uno de sus discípulos, de aspecto atlético -por la anchura de sus espaldas- se acercó él y, ayudándole a descender del estrado, le condujo hasta el lugar que ocupaba entre los asistentes.

La alegoría pronunciada, además de bellísima, había resultado clara para todos: los hombres que habitamos en este mundo visible o sensible somos como los prisioneros que, desde su nacimiento, han vivido encadenados en el interior de una caverna sin haber visto jamás la luz del sol. Detrás ellos arde una hoguera y entre ella y los prisioneros existe un muro y un caminillo elevado por el que transitan unos extraños hombres que portan sobre sus manos y hombros una serie de figurillas que representan objetos varios del mundo exterior. Unos van hablando y otros en silencio. Lo único que les es dado conocer a los prisioneros son los ecos de sus voces y las sombras, reflejos, imágenes de esos objetos y estatuillas que se proyectan -gracias a la luz del fuego- en la pared del fondo de la caverna… Ese mundo que captamos con nuestra imaginación, no es más que un mundo aparente, espectral, una simple ficción, simulacro o copia del verdadero mundo, de la auténtica realidad exterior a la caverna. El mundo de la ficción, del arte y de su facultad (eikasia) quedaban así alejados de la verdad, degradados ontológica y epistemológicamente.

El segundo orador, un viejo bibliotecario ciego -según confesara él mismo al presentarse- de voz apagada y monocorde exposición, suscitó pronto, sin embargo, el interés de la mayoría. Comenzó recordando uno de sus textos: “Admitamos lo que todos los idealistas (5) admiten: el carácter alucinatorio del mundo. Hagamos lo que ningún idealista ha hecho: busquemos irrealidades que confirmen ese carácter. Las hallaremos, creo, en las antinomias de Kant y en la dialéctica de Zenón” (6). Tras esta impactante entrada confesó su interés por lo que había expuesto el filósofo griego, enfatizando sus similitudes con el Hinduismo y, sobre todo, con el Budismo, doctrina a la que había accedido a través de un gran filósofo alemán (Arthur Schopenhauer). Sostuvo, en consecuencia, el carácter ficticio, alucinatorio, ilusorio del mundo de la realidad material y de la experiencia fenoménica, como él mismo ilustraba en sus ficciones literarias (7).

Seguidamente, un caballero español de ropaje austero, barba encanecida y aspecto cansado, aunque nobilísimo, con gran esfuerzo, pues mostraba paralizado su brazo izquierdo, se levantó de su asiento para hablar. En su opinión, ficción y verdad, arte y realidad, imaginación y vida no estaban tan alejadas como habrían sugerido sus antecesores en el uso de la palabra. Ciertamente el Barroco, exponente del arte y del pensamiento de su tiempo, fue sobre todo un intento de sistematizar una teoría del carácter ficticio (8) de todo lo existente, una toma de conciencia de la ficción universal que constituye el gran teatro del mundo, de la sociedad y de la vida. El Quijote, La vida es sueño (9), El Criticón (10), fueron, al cabo, los representantes angulares de esta visión del mundo –-ávida de luz entre tinieblas— para poetizar el engaño y la simulación, la vanidad y la vacuidad, el sueño y la ilusión, juntamente con el desengaño final por la inanidad de todas las cosas.

Sin embargo, no interpretó el artificio, la ficción artística, como algo despreciable, superfluo, sino como una categoría esencial de la inteligencia y de la creatividad humanas, como un insustituible instrumento de conocimiento de lo real, fecundo en el descubrimiento de nuevas realidades desconocidas sin su utilización, posibilitando a través de una laboriosa industria (11) la epifanía de las verdades más profundas acerca de la paradójica e insondable condición humana. Su gran obra Don Quijote de la Mancha (12) era ilustración paradigmática de todo ello: si en la Primera Parte su protagonista, Don Quijote, interpretaba la realidad en clave de ficción y en la Segunda Parte era la ficción y las variadas representaciones fictivas las que se interpretaban en clave de realidad y verdad, en ambas se evidenciaba la difusa frontera entre la verdad y la ficción, la vida y el arte, la vigilia y el sueño, la verdad y la apariencia, así como el carácter ambiguo, perspectivista, relativo y oscilante de la realidad toda.

Finalmente, un venerable patriarca chino taoísta (Chuang Tse, dijo llamarse), levantó su mano solicitando intervenir. Sus palabras fueron breves, sencillas, enigmáticas. Pero al meditar en ellas todos comprobaron su extraordinaria lucidez: “Una vez soñé que era una mariposa y revoloteaba por aquí y por allá a discreción. Pero cuando desperté, volvía a ser Chuang Tse, el sabio, cargado de miles de dudas y problemas. Y ahora me pregunto quién era yo de verdad: Chuang Tse que soñaba que era una mariposa, o acaso una mariposa que soñaba que era Chuang Tse” (13).

Cuando desperté, la mariposa ya no se encontraba allí (14).

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS

1) René Descartes, Meditaciones metafísicas con objeciones y respuestas, trad. de Vidal Peña, Alfaguara, 1977.

2) Ibid. Descartes formulará así su gran descubrimiento de la existencia indubitable del Ego cogito: “Yo soy, puesto que me engaña: y por mucho que me engañe nunca conseguirá hacer que yo no sea nada, mientras esté pensando que soy algo” (Meditación Segunda. De la naturaleza del espíritu humano, que es más fácil de conocer que el cuerpo).

3) Podría ser la Arcadia, no lo sé con certeza, aunque reunía todas las características del clásico locus amoenus. Este recurso al sueño, como el del manuscrito azarosamente encontrado, es un fácil y tópico recurso literario nada original y harto conocido, pero aquí, estimamos, oportuno dada la temática específica tratada en este ensayo. Recordemos además que uno de los “motivos de duda” que desarrolla Descartes en estas memorables páginas es, precisamente, el de la inexistencia de un criterio absolutamente seguro para distinguir la vigilia del sueño.

4) Así lo describirá Jenofonte en sus escritos socráticos. Vid.: Recuerdos de Sócrates. Apología. Simposio, traducción, prólogo y notas de Agustín García Calvo, Alianza Editorial, Madrid, 1967.

5) Una larga tradición filosófica la idealista, desde Parménides hasta Berkeley o Kant, para quienes la conciencia es estructurante de la realidad, de tal modo que la realidad que percibimos con nuestros sentidos es pura ficción. Doctrina no muy alejada de la que han sostenido los místicos de todos los tiempos y culturas (cristianos como Eckart, Suso, Juan de la Cruz, orientales como los taoístas, hinduistas y budistas) para quienes la materia y la conciencia son solo aspectos de una misma realidad óntica. Sorprendentemente algo que hoy apoyarían los físicos de la Teoría Cuántica (desde W. Heisenberg y Niels Bohr hasta E. Schrödinger o John A. Wheeler) para los cuales no hay realidad objetiva, sólida o permanente: el observador altera lo observado por el mero acto de su observación. Materia y conciencia son un continuum en el que la conciencia juega un papel estructurante y configurador. La relación mente-realidad no es objetiva ni subjetiva sino omnijetiva (ambas se crean recíprocamente: observador y realidad objetiva son autorreferentes, constituyen una unidad). Véanse al respecto Fritjof Capra, El Tao de la Física. Una exploración de los paralelos entre la física moderna y el misticismo oriental, Luis Cárcamo Editor, Madrid, 1984; Bruce Rosenblum y Fred Kuttner, El Enigma Cuántico. Encuentros entre la física y la conciencia, TusQuets, Barcelona, 2010.

6) Jorge Luis Borges, Otras Inquisiciones, Alianza Editorial, Madrid,1976.

7) Este efecto, lo conseguía Borges en sus escritos y cuentos haciendo alternar personajes reales con los personajes ficticios, desdoblándose él mismo en autor y personaje, mezclando filósofos imaginarios con reales y, finalmente, citando obras y tratados apócrifos o resumiendo libros que no existían, confundiendo así al lector desprevenido, envolviéndolo en un juego donde lo real y lo ficticio se yuxtaponían hasta confundirse. Y sobre todo mediante “inversiones que sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores (Don Quijote lector del “Quijote” y Hamlet espectador en “Hamlet”), nosotros, sus lectores o espectadores podemos ser ficticios” (Ibid).

8) En tiempos de Cervantes se utilizaba el término ficticio (vocablo procedente del latino fictio) no sólo con el significado de “falso”, “no verdadero” o “fingido” sino también y sobre todo con las siguientes acepciones: “simulación”, “artificio”, “arte”, “técnica”, “ardid”, “treta”, “maña”, “dolo”, “engaño”, “maquinación”, “estratagema” o “industria” (que podrían utilizarse en sentido bueno o malo). En tanto que arte pertenece a la categoría de la vida y a la esfera de los valores como la moral, la religión y la filosofía.

9) Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño, Edición, estudio y notas de Enrique Rull, Clásicos Alambra; Madrid, 1988. Recordemos las famosas palabras de Segismundo (jornada II, escena 18): “¿Qué es la vida? Un frenesí / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño; / que toda la vida es sueño / y los sueños, sueños son”.

10) Baltasar Gracián, El Criticón, ed. de E. Correa Calderón, 3 vos., Espasa calpe, Madrid, 1977.

11) Industria, etim..: intus struo (“maquinar en el fuero interno”). En Cervantes industria se utiliza como sinónimo de ficción con el sentido de artificio artístico, narrativo-literario o técnico (“Naturalmente, sin industria ni arte”, dice en Viaje al Parnaso, VII). Como instrumento epistémico se utilizará no sólo en el campo del arte sino también en el del derecho (fictio jurídica, constructos teóricos como los del contrato social), la política (ficciones utópicas) e incluso en las matemáticas (invención de los números imaginarios y las geometrías no euclídeas) con una gran fecundidad cognoscitiva. En la ciencia moderna será utilizada heurísticamente como hipótesis, modelo o metáfora metodológicas. Se prolongará su uso más tarde en la filosofía Kant (Ideas regulativas y metafísicas o trascendentales) y en la filosofía del “como si” (als ob) de Vaihinger.

12) Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Edición del IV Centenario. Real Academia Española (ed. y notas de Francisco Rico) Madrid 2004

13) Hans Magnus Enzensberger, Diálogos entre inmortales, muertos y vivos, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, Barcelona 2001, p. 19.

14) Permítaseme este modesto homenaje a Augusto Monterroso, uno más entre los cientos de versiones que se han hecho de su microrrelato. La mejor es la de José María Merino que versiona así el famoso cuento: “Al despertar, Augusto Monterroso se había convertido en un dinosaurio. “Te noto mala cara” le dijo Gregorio Samsa, que también estaba en la cocina”.

(*) Ensayo publicado en “La Ciudad ilustrada. En torno al autor y su obra. Tomás Moreno”, Entorno Gráfico ediciones, Colección Ciudad Ilustrada, nº 06, Atarfe (Granada).

 

 

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