Pedagogía Andariega: A D. Vicente Espinel, en su IV Centenario (1624-2024), 9
9. Camino de Salamanca
Nuestro joven Marcos, bien preparado en la academia de Juan Cansino en el dominio del latín, la música y la poesía marcha para Salamanca. La Universidad supone para él todo un sueño.
Esta misma ruta la llevamos a cabo Molinera (mi burra) y un servidor, siguiendo las huellas de Espinel. Caminando por cañadas, caminos y veredas, recreamos su mismo itinerario sólo que cuatrocientos años después.
Caminar es nuestra forma de interiorizar los aprendizajes. Lo mismo que hacían Sócrates, Platón y los filósofos peripatéticos alrededor del Ágora. Porque caminar en busca de respuestas, intereses y formación supone satisfacer el deseo de Saber.
Las escuelas y los colegios, con sus metodologías sedentarias han quedado obsoletos. Estamos convencidos de que las enseñanzas, para que sean significativas e interiorizadas, hay que buscarlas, merecerlas.
¿De qué sirve que, cual papilla, ya masticada e insalivada, alimentemos a los niños de estas edades con libros de texto, lecciones magistrales o tutoriales de Internet?
El Saber precisa de expectativa, ingenio, esfuerzo y paciencia. Y eso es precisamente lo que nos aporta el caminar.
Caminar…, salir a la calle…, salir a la búsqueda de experiencias y saberes por boca de quien conoce bien su oficio ya en talleres, fábricas, comercios, instituciones o campos de cultivo. Porque es ahí donde está la auténtica escuela de vida.
¡Ya tendrán tiempo estos mismos niños de “hincar los codos” y consumir su precioso tiempo frente a la pantalla del móvil o del ordenador!
***
Camino de Salamanca
Llegado el día, otros dos estudiantes, una muchacha que iba a encontrarse con su prometido, y yo, nos echamos al camino de la mano de un arriero con el que habíamos concertado el viaje. Íbamos la mitad del camino a pie, y la otra como bultos de pescado encima de las bestias. Y resulto ser el dicho arriero tan testarudo, desapacible y acostumbrado a perder el respeto a los estudiantes novatos, como cualquiera de los animales que llevaba.
El muy taimado, en llegando a un pueblo pequeño, nos quiso hacer una burla y fue que, para quedarse a solas con la muchacha y aprovecharse de ella, nos hizo creer que le habíamos hurtado el zurrón con sus dineros y que la justicia de aquel pueblo vendría a prendernos a nosotros, para darnos tortura y averiguar quién de nosotros había sido el ladrón. Y lo dijo tan encarecidamente que le creímos. Y por librarnos de aquella policía, por la que siendo tan jóvenes sentíamos verdadero pánico, anduvimos caminando por nuestra cuenta y por dehesas y montañas, toda la noche sin descansar.
Y por lo que supimos después, se quedó él riendo impunemente, molestando con requiebros y mal lenguaje a la pobre mujer, sola y sin defensa alguna.
Pero no sucedió como él imaginaba, porque la mujer, valerosa como era, después de defenderse de él, tuvo modo de escabullirse e ir a denunciarlo al Alcalde, a quien le informó de la perfidia y maldad que aquel hombre había usado tanto con ella, como con nosotros. La creyó el buen hombre, así por conocer la desvergüenza y mal trato del mentiroso, como por atajar el daño que a la pobre mujer le podía suceder. Y echándole en cara la inhumanidad que había usado con ella y con nosotros, unos pobres estudiantes, le amonestó de forma que tuviese mucho cuidado con comportarse de aquella manera; porque, caso de repetirse, le castigaría con todo rigor. Y le ordenó que, de inmediato, se pusiese a buscarnos y cumpliese con su oficio.
Universidad
Al fin pudimos volver al camino principal y, en alcanzándonos el arriero, con palabras más suaves de las que acostumbraba, detuvo la recua y se dirigió a nosotros con cortesía y afabilidad pidiendo disculpas. Preguntamos a la muchacha, a qué se debía aquel cambio de carácter y nos refirió lo sucedido.
Continuamos nuestro viaje sin sucedernos cosa de importancia que reseñar. Así, hasta que llegamos a Salamanca, cuya sola visión, unida a la contemplación de la grandeza de aquella Universidad cuyas Facultades tanto de ciencias, de letras, como de música eran tan famosas en todo el mundo, nos hizo olvidar el larguísimo recorrido que habíamos hecho hasta llegara allí.
Sin embargo, ¡qué contrariedad!, en comenzando a beber el agua fría del Tormes y el pan que allí se amasaba, me llené de sarna, que hice verdad lo que ya advertía el refrán: “Agua fría y pan caliente, nunca hicieron bien al vientre”. Y tanto fue así que, estudiando una noche al amor de la candela, la lección titulada “Tratados elementales de la lógica”, me comenzaron a picar los muslos, y yo a rascarme, de modo que, además de entrarme calentura, me dejé las piernas desolladas.
Mandé llamar al doctor Medina, un catedrático doctísimo de aquella universidad, quien lo primero que hizo fue mandar que me retirasen el agua de la comida. Aumentó la fiebre, mas no el remedio; y avisado me mandó el doctor entonces una bebida hecha con cebada cocida, que tampoco me sirvió de nada. Ordenó entonces que me retiraran el agua completamente, de forma que no bebiera nada en todo el día, y, a cambio, que me dieran unos baños.
Por la noche, me vi tan sediento que me levanté como pude a buscar agua, y como no la hallé por ninguna parte, di con la palangana del agua sucia, y que estaba más fría que el hielo. A dos golpes que bebí, la dejé vacía y entonces se me puso la barriga tan hinchada que empecé a sentir fatiga, de modo que comencé a arrojar tanta cantidad de bilis por la boca que, de vacía que había dejado la palangana, la volví a llenar.
A la mañana siguiente volvió el doctor y me preguntó que cómo me hallaba; le respondí que muerto de hambre. Me tomó la temperatura, y hallándome sin calentura ninguna, se quedó asombrado del cambio que me había sobrevenido.
-¡Oh milagroso baño! –dijo- ¡No se ha conocido medicina más milagrosa en el mundo! ¡Este baño alienta y refresca, vivificando las partes interiores y exteriores!
-¿Y cómo se lo receta usted a los demás enfermos?
-Tibio –respondió él-, y bañando todo el cuerpo por fuera.
-Pues a partir de ahora déselo usted frío y bebido, que así lo tomé yo, y les aprovechará mucho más.
Y contándole el caso, dijo: Rectum ab errore, que viene a significar que a veces se acierta cometiendo una equivocación, y se alejó de allí dejándome totalmente curado.
Capítulos anteriores:
-
- Pedagogía Andariega: A D. Vicente Espinel, en su IV Centenario (1624-2024), 1: Carta a don Vicente Espinel
- Pedagogía Andariega: A D. Vicente Espinel, en su IV Centenario (1624-2024), 2: De mi vida como escudero
- Pedagogía Andariega: A D. Vicente Espinel, en su IV Centenario (1624-2024), 3: Los médicos
- Pedagogía Andariega: A D. Vicente Espinel, en su IV Centenario (1624-2024), 4: Los malcasados
- Pedagogía Andariega: A D. Vicente Espinel, en su IV Centenario, (1624-2024), 5: Las almas en pena
- Pedagogía Andariega: A D. Vicente Espinel, en su IV Centenario (1624-2024), 6: Los maestros
- Pedagogía Andariega: A D. Vicente Espinel, en su IV Centenario (1624-2024), 7: Los libros
- Pedagogía Andariega: A D. Vicente Espinel, en su IV Centenario (1624-2024), 8: El ermitaño
ISIDRO GARCÍA CIGÜENZA
Blog personal ARRE BURRITA
artífice e impulsor de la Pedagogía Andariega