Publicada por Ediciones Carena en 2024, se trata de un poemario conformado por 110 poemas que representan, quizá, uno de las obras capitales de la poesía española de nuestro tiempo.
La dimensión intelectual del autor, la recurrencia de imágenes para expresar la verdad desnuda, el dominio absoluto de los recursos literarios y los hallazgos verbales ratifica la idea de un intenso proceso creador estrechamente ligado a su biografía. Todo el poemario es el retrato del espíritu que lo creó; un espíritu que nos aflige, que nos conmueve y que nos hace cómplices, en un instante, de los naufragios que conlleva la existencia hasta llegar al descalabro final.
La sólida cultura literaria de Fernando de Villena apunta a una redención de lo vulgar en un tiempo en que la poesía se ha refugiado tras lo cotidiano, porque así parece que se reivindica y se amplía más y mejor la cercanía con los lectores, olvidándose por completo de los espacios que ocupa la tragedia humana con su equipaje de dolor e impotencia. Así en el poema LA DIFERENCIA nos dirá: «de los años de aquella gran batalla /ya tan solo quedamos unos pocos / con sorna se nos mira como a locos / tras de tantas audacias y metralla».
No es difícil sostener que de la lectura de este poemario se desprende que sus versos son hijos de nuestro tiempo y de cualquier otro tiempo, así como que siguen la mejor energía poética tradicional y, en consecuencia, no solo se percibe el eco nuestra tradición greco-romana, sino que también se percibe, igualmente, que de Villena es un autor curtido en innumerables lecturas que actúan en sus versos con un intenso horizontes de influjos. Sus referencias mitológicas (Caronte, ondinas, nereida Venus, Atlante, Faetón etc…) se deslizan intuitivamente por sus versos sin perturbar en absoluto la claridad en su poesía.
Podemos decir que el peso de la presencia de Heráclito se hace patente en el poemario y es uno de los rasgos más significativos y constantes de nuestro autor tras el recorrido que hacemos por la mayoría de sus versos; la tensión entre los opuestos, tal y como exponía el filósofo de Éfeso: «todo fluye», «nada permanece» y Fernando de Villena en su poema ARCA manifiesta: Viejas maderas que un día fuisteis árbol / donde su vuelo detenían los pájaros / para saludar los amaneceres». Por supuesto, cómo no, de la misma manera, podríamos encontrar resonancias más cercanas a nuestro tiempo en el poema A un olmo viejo de A. Machado, que Oreste Macri interpretó como un símbolo biográfico de la propia vida del autor de Campos de Castilla.
Esta poesía, pues, de Fernando de Villena es una poesía auténtica, una poesía de la verdad, es una poesía catártica ante la conmoción que le provoca el duelo de contrarios, poesía de la resistencia ante la devastación por el paso del tiempo o ante la adversidad encarnada en tragedia, sin poder hacer nada, Una poesía que me ha alcanzado, que me ha atrapado y con la que he llorado en su último poema IN MORTE, que no está incorporado en esta edición. En DESESPERACIÓN nuestro autor concluye con estos estremecedores versos: «enfermedades hay que nos devoran / como boa al más tierno cervatillo / y una de ellas negrísima y sin tregua / ha venido en tu busca, / ángel mío, pequeña… / ¡ Y nada puedo hacer por impedirlo».
Siguiendo este necesario rastreo de elementos culturales y filosóficos del poemario, podemos encontrarnos no solo con la influencia platónica, sino que en la poética de nuestro autor se hace muy visible la herencia recibida de componentes literarios en los que se basan la mitología griega, y en su poema LA CAJA DE PANDORA nos dirá: «Madurar es difícil y terrible. / De jóvenes queremos adelantar la vida, /conocer enseguida sus secretos, / y solo años después, / ya demasiado tarde, descubrimos / que estábamos abriendo la caja de Pandora».
Pandora recibió una vasija ovalada (con posterioridad se tradujo como caja) como regalo de bodas, con instrucciones de no abrirla jamás; sin embargo, ella la abrió y escaparon los males que aquejaban al mundo: la guerra, la enfermedad, el sufrimiento. la locura, el vicio, la pasión, la tristeza el crimen y la vejez. Al volver a cerrarla solo quedó la esperanza, el único bien que los dioses habían introducido en ella.
Pues bien, este capital universal y cultural que nos convoca a la esperanza y que emerge hasta nuestros días, acompañará a Fernando de Villena como rasgo temático fundamental por el itinerario de este libro en momentos muy difíciles para el poeta. De este modo, en el poema mástil de esperanza busca un sentido de liberación a su existencia y, mediante la enumeración de adversidades, nos muestra su aspiración para que no se liquide nunca la esperanza como anhelo primordial para poder subsistir. En estos versos significará con rotundidad: «Así aguardo el regreso de la vida / después de tanta cárcel, tanta muerte, / tanto dolor por quienes tanto quiero. / Dejad que me sustente / el pecio salvador de la esperanza; / dejad que entre a este templo y me arrodille / o que observe una grieta de luz entre las nubes». No obstante, cuando el mundo lo abruma ante tanta desolación, reflexiona y, por momentos, se interroga si la esperanza podría tratarse de un sentir infundado, y en el soneto INVIERNO TENAZ concluirá de esta forma: ¿«volverá el tiempo bueno con su espada / de luz y de color a mi morada / o será la esperanza una quimera»?; igualmente, en el poema LUZ ENTRE BRUMAS de Villena nos hablará de que la esperanza acaso siempre es momentánea: «Pero llega de pronto / un día diferente (…) / me hacen amar la vida / y poner bien alzada la bandera / del sol y la esperanza».
En estos caminos por donde viaja el poeta – entre la soledad y el silencio – el yo lírico se asoma arrojado al tiempo y al espacio y se eleva contra la amenaza del olvido y, en consecuencia, se produce la desvinculación con el otro, con los otros «¡ perdidos para siempre en el infinito!» No obstante, debido al sentimiento religioso del poeta y a su capacidad de resistencia al paso del tiempo, de Villena, en el poema ASTRONAUTA quiere ser una voz abierta a la eternidad, a pesar de la tempestad soportada «tras el oscuro espejo de este mundo» (Corintios, 13) y nos infunde la calma necesaria, frente a la contingencia del ser, mediante «el salvífico asidero de la fe».
En el recorrido que estamos haciendo de este poemario observamos, por otro lado, que Fernando de Villena siente un impulso vital hacia la luz, impregnada de significaciones simbólicas e imbricadas a su propia existencia pero, del mismo modo, se produce un naufragio al modo machadiano por el paso del tiempo. En el poema RAÍCES el poeta nos dirá: «Este mediterráneo (…) enhebra cada lienzo de mis años / las mañanas sin tiempo de mi infancia / las tardes de la edad más sazonada / las noches del presente, tan sin brillos»
En cualquier caso, podemos deducir de la lectura de este libro cómo una de las preocupaciones fundamentales de su autor es el paso del tiempo – imprescindible temática en todo poeta pensativo -, y no son pocos los poemas en los que el recuerdo y la nostalgia se presentan como fieles cómplices líricos de las cosas hermosamente vividas -desde su niñez a momentos íntimos familiares-, en donde se anclan lo fugitivo de la vida bastante más allá de la añoranza o del recurso a la memoria. Sus versos nos descifran cómo los momentos de felicidad se marcharon para siempre, brevemente, como si estuviéramos asistiendo a un eco lejano de las Coplas de Jorge Manrique por la muerte de su padre. Así, en el poema PRESAGIOS el poeta expresará: «(…) La luz se pierde, llega la noche / solo en las dichas el tiempo corre / y la tristeza sucede al goce.
Asimismo observamos una confluencia entre la naturaleza y el estado de ánimo de Fernando de Villena, por donde discurren elementos vagamente religiosos al modo de Rilke, machadianos o modernistas, que son sugeridos a veces mediante desplazamientos simbólicos. El propio título de la obra, La vida más allá del crepúsculo, parece anunciarnos que otra vida fuera del tiempo y del espacio sería posible en un prodigio de Luz que aquietara su desesperación y su angustia existencial; por el contrario. la noche, al igual que los románticos, parece tratada por nuestro autor como símbolo de aniquilación del mundo sensible.
De esta manera, el crepúsculo va a ir adquiriendo nuevas matizaciones simbólicas, más allá de la premonición de la muerte o de la contienda entre la luz y las sombras Así vamos a ver aparecer distintas sutilezas y tonalidades del crepúsculo según la disposición en que se encuentre el autor: «la justicia del crepúsculo», «los crepúsculos rosas son besos de mujeres», «la agonía naranja del crepúsculo», «la agonía del crepúsculo», «color de los crepúsculos de octubre», «crepúsculos tan rojos y felices», «deshojaba el crepúsculo sus rosas», crepúsculo a crepúsculo», «son de bronce las horas del crepúsculo», «sombras recortadas de crepúsculo», «crepúsculo rumoroso de esquilas» «lejos, cruzaban trenes el crepúsculo», «el mar rojo del crepúsculo».
Antes bien, cuando la luz decae definitivamente, el poeta con una inmensa tensión emocional percibe apesadumbrado la sensación del que se sabe mortal y sabe que todo muere; por tanto, concibe la vida como una empresa condenada al fracaso, y da rienda suelta a su elaborado sistema de acuñaciones simbólicas. En el poema DESAZÓN nos revelará: «este fin angustioso de la tarde /esta luz de tragedia consumada / que cierra sus cortinas / a cualquier esperanza». Si bien, por otro lado, en el poema siguiente, RENACE LA ILUSIÓN, con la alborada nos mostrará sentimientos contrapuestos: «y amanece también para mi espíritu /después de haber cruzado / el valle de las sombras».
Otro aspecto temático que atraviesan las páginas de este poemario es la naturaleza, en donde la contemplación de la misma en serenidad y armonía al modo renacentista le sirven al poeta de tú lírico de fondo para sus confesiones amorosas o trágicamente doloridas. El aspecto más relevante de este sentimiento por la naturaleza queda reflejado en ÚLTIMA ÉGLOGA, escrita en estancias al más virtuoso estilo garcilasiano tanto en el contenido cuanto en la forma. El paisaje natal, sus ríos y los pueblos de alrededor, alpujarreños, constituyen el centro de todas sus descripciones, y sus quejas no son, sino las catarsis de un sentimiento dolorosamente íntimo.
Por tanto, Fernando de Villena es un poeta que se añade a la estirpe de aquellos pensadores que buscan una suerte de verdad liberadora, por la encendida senda del verso. El poeta considera el campo como un lugar de retiro de la sociedad en que vive, que es sofocante y conflictiva, Este sentimiento de la naturaleza y la emoción ante el paisaje sustantivo no es sino la estela de Fray Luis de León en su oda «Vida retirada». Obsérvese las afinidades existentes entre el poeta salmantino y de Villena en su poema ANHELOS: «Me aturde la ciudad. Ya no podría / luchar más vida en su vorágine; / el retumbo de sus gentes, / el estruendo rotundo de los autos, / las agresivas luces de los escaparates / laceran mis sentidos. Sueño con retirarme / a las altas montañas donde es fácil / descubrir el sabor de cada día: / la fiesta misteriosa de los amaneceres / donde la Creación / se descubre a sí misma y da las gracias / al Todopoderoso / por boca de la brisa y de las aves». Es obvio, por tanto, que tras un lenguaje sencillo y asequible para cualquier lector, de Villena, nos exhibe una gran masa conceptual, trascendente y poética.
La naturaleza en el entorno físico del mar para el poeta, por el contrario, es un «epitafio de sal y un sepulcro undoso que invita a pensar y al desconsuelo». En el poema DUDA, se sirve del tú lírico, dirigido al mar, para manifestar su duda: «si eres la eternidad más luminosa / o eres la misma muerte y en el poema SIEMPRE EL MAR, nos dirá: «escucho el mar, condena o paraíso». El mar, por tanto, símbolo de raíz manriqueña, donde desembocan los ríos, que es el morir, puede tener para Fernando de Villena el mismo sentido que para el poeta maestre de la orden de Santiago, aunque en otras ocasiones pudiera ser, igualmente, un signo simbólico del misterio mismo de la vida, o de la perplejidad ante la infinitud.
Decíamos al principio que este libro de poemas era el retrato del espíritu mismo que lo creó y, efectivamente, el yo confesional y autobiográfico transitan por los versos arrojados al tiempo. No obstante, a veces, utiliza un yo implícito para hacer partícipes a sus seres queridos y proyecta su voz hacia el ámbito más estrictamente privado frente a la tragedia en el seno del hogar: «el dolor que nos cerca / ni siquiera una hora de tregua ya reconoce»; «tantos años ya van, son más de doce / de esta pena que crece y nos lacera»; «y os confieso que nos faltan las fuerzas / nos fatiga la andadura / y el horizonte está lejos». Digamos, pues, que el intimismo del autor en el poemario nunca ha sido elaborado con experiencias excluyentes.
Teresa, hija de nuestro autor, Fernando de Villena y de su madre, Teresa, se ve afectada por incurables enfermedades muy tempranamente. La vida se adensa para sus padres. El poeta, en pleno acto de creación poética, que estaba girando en torno a temáticas relacionadas con la nostalgia por el paso del tiempo, las emociones ante paisaje o, quizá, por el dolor que le provocaba su personal destino: («y adivina tal vez cual es la ola… / que en sus espumas romperá mi nombre»), repentinamente, se ve sorprendido por sus propios y antiguos PRESAGIOS: «y yo me ahogo con mis presagios», dado que su hija, Teresa, empeora de sus enfermedades. Pues bien, desde este momento su poética emprende caminos bien diferentes y a partir de ahora comenzará un duro peregrinar entre el dolor y una línea de esperanza, quizá, inmotivada.
El recuerdo de su hija, Teresa, del que ya había dejado constancia en otros momentos de la primera parte de este libro:: «el perfil de Teresa se recorta / sobre un mar de palomas y veleros. / Y la vida es hermosa cuando ríe»; ahora, en este segundo apartado, constituye el andamiaje fundamental sobre el que sustenta el poemario cuando nos revela: «el dolor atenaza mis sentidos». Así pues, la aflicción , la rabia, la angustia, la soledad, la melancolía y hasta el sinsentido a su propia existencia encontrarán en la poesía un refugio o un bálsamo, de tal suerte, que aplacará en alguna medida tanta pena, tal y como nos expresará en su magnífico soneto, DERRUMBE: «Me han servido de firme parapeto / contra el negro escorpión de la amargura / los viajes el vino y la lectura / y, desde luego, ese mayor secreto: / convertir la existencia en escritura» (…). En este último verso la huella de Juan Ramón es muy evidente, al igual que le ocurre en el arte de sugerir simbólicamente, en la silueta conceptual del tratamiento de contenidos y en su actitud frente al paisaje y al mundo; aunque, no debemos olvidarnos, de igual manera, de la estela romántica y modernista que actúan como un reguero de influjos tanto en el contenido cuanto en la forma de este majestuoso poemario, Mas allá del crepúsculo. Sintomáticas son, desde luego, temáticas tan reveladoras como lo crepuscular, el paisaje otoñal o la angustia existencial.
En cuanto a la forma
Debemos decir que, desde un punto de vista métrico, el endecasílabo es el verso más utilizado por de Villena al ser el verso más idóneo para percibir esa feliz conjunción entre la cárcel del cuerpo y el espíritu, aunque muchas veces va alternando con heptasílabos como sucede a lo largo de toda nuestra tradición literaria; le siguen con frecuencia los alejandrinos – muy en boga en la etapa modernista – divididos en dos hemistiquios de siete versos; y a veces octosílabos alternando con el verso libre, en parte por exigencias de exactitud con el pensamiento, pero también con deliberada intención de romper la monotonía de los versos a sílabas contadas. Las estrofas utilizadas son muy dispares: aparecen series indeterminadas de tercetos, octavas, estancias, sonetos de once sílabas o de catorce y estrofas ordenadas según el tema, el pensamiento o la intuición del poeta de forma aleatoria.
Un latido espiritual, desgarrador, hay en la poesía de Fernando de Villena que quiere expresar el vivir agudizado de su conciencia, sin velos, ante el designio de lo incomprensible. Veámoslo en el soneto TRIBULACIÓN de verso alejandrino, justamente la estructura estrófica que más se acerca al ritmo elegiaco, y cuyo sentirnos expresará en los dos tercetos encadenados: «Mas ¿qué importan los frutos cuando el dolor lo es todo / no deseo vivir pues que vida le falta / a la que vi nacer y a la que tanto quiero. El aire que respiro se adensa y es de lodo, / la luz que me rodea ya los campos no esmalta y pese a ello el milagro todavía espero». La luz, como vemos, en estos momentos tan delicados del poeta, se manifiesta diciendo que ya no esmalta y en sucesivas ocasiones aparecerá conforme a una percepción anímica más cruenta: «violenta», «agresiva», «avasallante» y «sin piedad»
De Villena ha pasado de la luz a la sombra, «cuchillo que traspasa»; de aquellas inolvidables tardes de luminosas primaveras y de las mañanas otoñales de crepúsculos rosas en la playa a «hospitales con luz amortiguada y pasillos tenebrosos»; de andar entre la niebla (para Unamuno la niebla era un símbolo de tristeza, de confusión o de malestar, dolor) a la búsqueda de una luz perenne; o, tal vez, de la oscuridad, a la trascendencia en eternos mensajes de esperanza, que la poesía y nuestra cultura han dejado grabadas en nuestra memoria con el único baluarte que nos queda ante nuestra fragilidad: la fe.
Es probable que en la tercera parte de este libro sea en donde se encuentre con mayor claridad el fondo espiritual que preside a todo el libro de poemas; el inefable tono elegiaco de Fernando de Villena impregnado de melancolía, de recuerdo y de verdad preside espacios indefinibles que buscan descifrar un horizonte que alberga el dolor, la frustración y la muerte, que no solo encuentran solución subjetiva en el último verso del soneto DUDAS Y FE : «mas a todo la fe da sentido», sino que también en el poema titulado IN MORTE, poco después del fallecimiento de su hija, cuando el poemario estaba en imprenta. Se trata de 63 versos blancos de endecasílabos y heptasílabos, IN MORTE es una de las más bellas elegías en lengua castellana donde Fernando de Villena trata de resistir -con la serenidad que proporciona la fe- al desaliento de lo imposible, a la separación para siempre, a la soledad y al silencio ante tan desoladora pérdida, pero a su vez hay una vibrante tensión liberadora que se sobrepone a la derrota de la muerte con tu sonrisa final y la esperanza.
Una de cuyas estrofas queremos reproducir aquí:
No quisiera quejarme
a pesar del dolor y su cortejo;
no desesperaré,
porque jamás a ti logró vencerte
la desesperación,
ni perderé la fe,
pues tú la conservaste, valerosa,
hasta el último instante de tus días
como quien el secreto inmenso guarda
de la inmortalidad.
Deja una respuesta