Emmeline Pankhurst se dirige a una multitud en la ciudad de Nueva York en 1913

Los filósofos, las mujeres y el amor: Friedrich Nietzsche (2ª parte) (8/8)

VIII. DE LA EMANCIPACIÓN FEMENINA: “¡CALLE LA MUJER!”

Para Nietzsche el feminismo —discurso que se expresa intencionadamente como emancipación y exaltación y defensa de la mujer—, sólo logra, por el contrario, rebajarla. No está a la altura de la historia: contiene, en fin, una estupidez casi masculina. O mejor, una doble estupidez: la mujer científica (1) (la no-mujer, la mujer que se niega a sí misma al mostrar un interés en la verdad y en su propia esencia) habla sobre la mujer en-sí (inexistente). Con este proceder, sostiene Nietzsche, la mujer procura una degeneración de sí misma en aquello que le es antitético: la fealdad. Nietzsche toma, pues, posición respecto a la cuestión de la emancipación de la mujer de una manera inequívocamente hostil:

“Emancipación de la mujer”, esto representa el odio instintivo de la mujer mal constituida, es decir, incapaz de procrear, contra la mujer bien constituida; la lucha contra el “varón” no es nunca más que un medio, un pretexto, una táctica. Al elevarse a sí misma como “mujer en sí”, como “mujer superior”, como “mujer idealista”, quiere rebajar el nivel general de la mujer; ningún medio más seguro para esto que estudiar bachillerato, llevar pantalones y tener los derechos políticos del animal electoral. En el fondo las emancipadas son las anarquistas en el mundo de lo “eterno femenino”, las fracasadas, cuyo instinto más radical es la venganza.” (EH, Por qué escribo tan buenos libros, 5, 63).

El acceso a la cultura y a la ciencia por parte de la mujer revela una manifiesta masculinidad del gusto y una cierta deficiencia biológico-sexual: “Cuando una mujer tiene inclinaciones doctas hay de ordinario en su sexualidad algo que no marcha bien. La esterilidad presupone ya una cierta masculinidad del gusto; el varón es, en efecto, dicho sea con permiso, el animal estéril” (MBM, “Sentencias e interludios”, § 144, 105). Tratando de cultivarla y fortalecerla, en realidad, lo que hacen esos movimientos emancipadores es pervertirla, desfeminizarla y debilitarla:

“Desde luego, hay bastantes amigos idiotas de la mujer y bastantes pervertidores idiotas de la mujer entre los asnos doctos de sexo masculino que aconsejan a la mujer desfeminizarse de ese modo e imitar todas las estupideces de que en Europa está enfermo el “varón”, la “masculinidad” europea, -ellos quisieran rebajar a la mujer hasta la cultura general, incluso hasta a leer periódicos e intervenir en política. Acá y allá se quiere hacer de las mujeres librepensadores y literatos: como si una mujer sin piedad no fuera, para un hombre profundo y ateo, algo completamente repugnante y ridículo” […]. Se las quiere cultivar más aún y, según se dice, mediante la cultura, hacer fuerte al “sexo débil”: como si la historia no enseñase del modo más insistente posible que el “cultivo” del ser humano y el debilitamiento –es decir, el debilitamiento, la disgregación, el enfermar de la fuerza de voluntad, han marchado siempre juntos”. (MBM, VII, § 239, 188-189).

Retrato de George Sand.

Para Nietzsche, virilización o masculinización de la mujer es, pues, el término justo para emancipación de la mujer, y para su incursión en el campo de la cultura y de la ciencia (2). Y las propias mujeres que lideran esos movimientos emancipatorios confirman, sin excepción, la afirmación precedente:

“Delata una corrupción de los instintos –aun prescindiendo de que delata mal gusto- el que una mujer invoque cabalmente a Madame Roland o a Madame de Stäel o a Monsieur George Sand, como si con esto se demostrase algo a favor de la “mujer en sí”. Las mencionadas son, entre nosotros los varones, las tres mujeres ridículas en sí -¡nada más!- y, cabalmente, los mejores e involuntarios contra-argumentos contra la emancipación y contra la soberanía femenina» (MBM § 233,183) (3).

Mediante su pretendida homologación con el hombre y su inserción en el mundo del conocimiento y de la cultura, de los negocios o de la política, ellas se modelan a sí mismas según la imagen que el hombre les proporciona, y desean sus mismos derechos, aspiran a su misma independencia económica y jurídica: a ilustrarse, a negociar y a gobernar el mundo como los hombres. “La mujer que aspira a la “igualdad de los sexos” y quiere ser semejante al hombre no quiere, sostiene Nietzsche, estimación sino rivalidad; no quiere procrear sino saber; pierde su pudor; desaprende a temer al varón; abandona sus instintos más femeninos; intenta convertirse en señor. “Trata”, en fin, “de disuadir al hombre de manera expresa y locuaz, de que la mujer tiene que ser mantenida, cuidada, protegida, tratada con indulgencia, cual un animal doméstico bastante delicado, extrañamente salvaje y, a menudo, agradable” (MBM, § 239, 187-188).

Todo esto comporta, efectivamente, una semejanza formal con el hombre, pero en todo ello Nietzsche percibe también una degeneración o disolución de sus instintos, que, efectivamente, puede llevarlas a perder su originaria naturaleza y su potencia instintiva y, en consecuencia, puede hacer que la mujer degenere y se masculinice. En efecto, las mujeres si se dedican a la causa de la emancipación -que tiende a esa estúpida homologación con el hombre- corren el riesgo de acabar en la disgregación de sus instintos femeninos, haciéndoles perder lo que las hace distintas, “desencantándolas” y “desfeminizándolas”, volviéndolas cada vez “más histéricas y más incapaces par atender a su primera y última profesión, la de dar a luz hijos robustos” (MBM § 238, 186).

Portada de ‘Filósofos y mujeres’ de Wanda Tommasi

Como ha recordado Wanda Tommasi, Nietzsche tiene muy presente el movimiento feminista, pero lo identifica totalmente con la apuesta por la emancipación, es decir, no ve en el feminismo la búsqueda de la libertad femenina por sí misma, sino sólo el objetivo de conquistar la igualdad o la homologación con el hombre. “De este modo, el adoctrinamiento feminista de la mujer y su debilitamiento como ‘mujer’ avanzan paralelamente” (4). En efecto:

“La ‘emancipación de la mujer’, en la medida en que es pedida y promovida por las mujeres mismas (y no sólo por cretinos masculinos), resulta ser de ese modo un síntoma de la debilitación y embotamiento crecientes de los más femeninos de todos los instintos. Hay estupidez en ese movimiento, una estupidez casi masculina, de la cual una mujer bien constituida –que es siempre una mujer inteligente- tendría que avergonzarse de raíz” (MBM § 239, 187-188).

Esta emancipación va asociada con lo que se denomina espíritu industrial, al que el autor mira con sospecha. De este modo, la mujer queda incluida en un mundo mercantilizado, “la mujer aspira ahora a la independencia económica y jurídica de un dependiente de comercio: la mujer como dependiente de comercio se halla a la puerta de la moderna sociedad que está formándose” (MBM § 239, 187), dominada por valores utilitarios, tendente a la homologación con el hombre. Lo que Nietzsche desaprueba, en definitiva, en el movimiento de emancipación de la mujer es precisamente que quiera igualarse al hombre. Aspirar a la igualdad entre varones y mujeres es, para Nietzsche, “no acertar en el problema básico “varón y mujer”, negar que aquí se dan el antagonismo más abismal y la necesidad de una tensión eternamente hostil, soñar aquí tal vez con derechos iguales, educación igual, exigencias y obligaciones iguales: esto constituye un signo típico de superficialidad” (MBM § 238, 186).

Por eso, en la violenta oposición de Nietzsche a la emancipación femenina, habría que leer, sobre todo, una apasionada defensa del valor de la diferencia. La mujer se degenera porque quiere volverse igual al hombre y eliminar la diferencia que la caracteriza y porque trata de renunciar a aquello que constituye su más profundo ser. Anular la diferencia equivale a anular el impulso de la existencia. La existencia misma de la diferencia y del conflicto entre los sexos es tal que hace impensable y no deseable cualquier igualdad, cualquier equiparación de derechos con el hombre:

“Ese antagonismo se repite en numerosos lugares de su obra. Por ejemplo: “Entre mujer y varón se dan el antagonismo más abismal y la necesidad de una tensión eternamente hostil, soñar aquí tal vez con derechos iguales, educación igual, exigencias y obligaciones iguales: esto constituye un signo típico de superficialidad” (MBM, § 238, 186).

Cuanto más mujer es la mujer tanto más se defiende con manos y pies contra los derechos en general: el estado natural, la guerra eterna entre los sexos le otorga con mucho el primer puesto. “- ¿Se ha tenido oídos para escuchar mi definición del amor? Es la única digna de un filósofo. – en sus medios la guerra, en su fondo el odio mortal de los sexos” (EH. Por qué escribo tan buenos libros, § 5, 63).

Fuente: https://cdigital.cabu.uanl.mx/frc/27/1020024808/1020024808_004.pdf

Decidido defensor de la diferencia entre los sexos, Nietzsche quiere que la mujer conserve ese estatuto de alteridad. Rebelarse contra la idea de que la mujer se someta al hombre como su posesión, es no comprender que en su ser esclava reside no sólo la condición para su perfección -la de crear-, sino justamente también su dominio: el de servirse para ello del hombre. Finalmente, las críticas nietzscheanas a la emancipación femenina se pueden vincular a una serie de expresiones y afirmaciones en las que el filósofo germano hace suya la misoginia de la Iglesia y de la ciencia occidental, como cuando, por ejemplo, afirma que la mujer no puede hablar de sí misma porque ella está en el extremo opuesto respecto a la verdad y por eso lo mejor que puede hacer es guardar silencio, callar, para no desacreditarse:

“Nosotros, lo varones deseamos que la mujer no continúe desacreditándose mediante la ilustración: así como fue preocupación y solicitud del varón por la mujer el hecho de que la Iglesia decretase: “mulier taceat in ecclesia! (¡calle la mujer en la iglesia!). Fue en provecho de la mujer por lo que Napoleón dio a entender a la demasiado locuaz madame de Stäel: “mulier taceat in politicis! (¡calle la mujer en los asuntos políticos!) – y yo pienso que es un auténtico amigo de 187 la mujer el que hoy les grite a las mujeres: ¡mulier taceat de muliere! (¡calle la mujer acerca de la mujer!”) (MBM, § 232, 183).

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS

1) Según Nietzsche a la mujer no le interesa nada la ciencia porque está por encima de ella: “¿Pueden ser justas las mujeres en general, estando tan habituadas a amar y a dejarse llevar por sentimientos arbitrarios a favor o en contra? Por eso difícilmente se sienten atraídas por una causa, sino más bien por personas: con todo, cuando abrazan una causa, se convierten pronto en activistas de ésta, comprometiendo con ello su resplandor puro e inocente. A consecuencia de esto es un peligro nada despreciable confiarles la política y ciertas áreas de la ciencia (por ejemplo, la historia). Efectivamente, ¿hay algo más raro que una mujer que sepa realmente lo que es la ciencia? Las mejores de ellas abrigan incluso un íntimo desdén hacia la ciencia, como si fueran superiores a ella no se sabe en qué aspecto. Tal vez todo esto pueda cambiar, esperémoslo, pero así es”. (HDH, Sobre la emancipación de la mujer, § 416, 234).

2) No otra cosa opinaba Kant: “Aprender con trabajo o cavilar con esfuerzo, aun cuando una mujer debiera progresar e ello, hacen desaparecer los primores que son propios de su sexo, y pueden convertirse en objeto de una fría admiración a causa de su rareza, pero debilitan al mismo tiempo los encantos mediante los cuales ejercen ellas su gran poder sobre el otro sexo. Una mujer que tenga la cabeza llena de griego como la Sra. Dacier, o que mantenga discusiones profundas sobre la mecánica como la marquesa de Chatelet, únicamente puede en todo caso tener además barba; pues éste sería tal vez el semblante para expresar más ostensiblemente el pensamiento profundo, por el que ellas se promocionan” (Kant, Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y lo sublime, Alianza, Madrid, 1997, sección tercera, p. 69).

3) A. Sánchez Pascual, en distintas notas de su traducción de MBM, escribe: “Las tres mujeres citadas aquí por Nietzsche eran considerados en su tiempo como símbolos de la emancipación femenina. Madame Roland (1754-1793) fue la esposa de un político girondino, en los tiempos de la Revolución francesa. Ganada por el estudio de la Antigüedad para la causa de la Revolución, ejerció en París, desde 1791, una gran influencia sobre los jefes de los girondinos. Al fracasar este partido, fue condenada a muerte y guillotinada. Suya es la frase, pronunciada al subir al cadalso: “¡Oh libertad, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!” (nota 130, p. 278). De Madame de Stäel: la “mujer masculinizada” a que alude Nietzsche es escritora francesa (1766-1817), quien en su obra De l‘Allemagne (1810) creó en Francia la imagen de una Alemania habitada por pensadores ajenos al mundo y por poetas soñadores. Nietzsche se refiere a esa expresión –“mujer masculinizada” — en varias ocasiones en esta obra: aforismos 232 (p. 183) y 233 (p. 183) (nota 111, p.) En cuanto a la tercera mujer, George Sand —sarcásticamente llamada por Nietzsche Monsieur–– es el seudónimo de la escritora francesa Aurora Dupin (1804-1876), célebre tanto por sus amores como por sus escritos. En sus novelas ataca la moral burguesa y defiende el derecho de la mujer al amor extramatrimonial. En Crepúsculo de los ídolos Nietzsche se ensañó con ella; así en el apartado “Incursiones de un intempestivo”, 1, dice: “George Sand: lactea ubertas (abundancia de leche), o dicho en alemán la vaca de leche con ‘bello estilo’. Y en el 6, dedicado enteramente a ella, la califica de ‘fecunda vaca de escribir’)”.

4) Wanda Tommasi, Filósofos y mujeres, op. cit., p. 173-174.

Tomás Moreno Fernández

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