Pedro López Ávila: «Reflexiones sobre bioética»

Es imposible tocar la política sin ocuparse de la moral
y la moral va unida a todos los problemas científicos.

Honorato de Balzac

Acaba de salir al mercado, este interesantísimo ensayo, presentado en el Salón de Actos del Hospital Virgen de las Nieves, el 14 de noviembre 2023, sobre la ética en el mundo técnico-científico, en el que los autores, Darío Sanchez, Francisco M. Luque y Manuel Peralta proponen, a través de una serie de textos, mecanismos morales, sociales, legales y psicológicos sobre los que fundamentar la bioética en el tiempo actual – dentro del discurso científico oficial de occidente -, entendiendo esta como la disciplina que combina el conocimiento con los valores humanos (Dr. Potter)

El libro se abre con un prefacio, donde los autores explican que el objetivo del mismo no es dirigirse a gente especializada en materia bioética o, quizá, sanitaria sino que, muy al contrario, pretende alcanzar a un público mayoritario con un lenguaje claro y conciso. Está divido en 6 apartados ordenados en torno a los siguientes temáticas: 1) Bioética en ciencias de la salud 2) Consideraciones sobre la importancia del consentimiento informado como garante bioético de la calidad asistencial 3) Bioética en investigación 4) Bioética y nuevas tecnologías 5) Dilemas bioéticos acerca de la Eutanasia 6) Actitud biomédica ante la pandemia COVID-19

Nada más al abrir las primeras páginas del libro nos encontramos cómo los autores desean establecen una clara diferencia entre ética y moral, tanto en su sentido etimológico cuanto significativo. Ética en su origen, pues, procede del griego êthos (ἦθος), significa carácter, naturaleza moral o modo de ser que se adquiere con los actos honestos de los buenos hábitos en cualquier ámbito de la vida profesional, podría ser sinónimo de deontología. Moral procede del latín mos, moris que significa hábito o costumbre de los seres humanos en su relación con la sociedad.

Definidos estos términos, habría que decir que los conceptos morales (hábitos o costumbres) variarán de unas sociedades a otras y, por tanto, sería difícilmente comprensible para nosotros extrapolar nuestro pensamiento y lograr entender determinados comportamientos morales o hábitos de otras comunidades; por ejemplo, costumbres africanas con respecto a la mujer, o bien conductas asiáticas que se basan en el orden sagrado o en el orden natural. Nunca llegaríamos a asimilar en nuestras sociedades que el dolor y el sufrimiento humano fueran el resultado de un fallo moral, es decir, del «Karma» (se recoge lo que se siembra), pues como decimos más arriba estas ideas están muy alejadas del discurso científico moral en occidente.

Por esta razón la mayoría de la gente tiene un sentido del bien y del mal que se corresponde con el bien del grupo. Y casi todos los autores reconocen que la moralidad es una teoría que responde a nuestras necesidades como seres sociales. Así la moralidad evolucionó como una exigencia social para promover la cooperación y la supervivencia del grupo.

Manuel Reyes Nadal , director gerente del Hospital Clínico San Cecilio, Maria Ángeles García Rescalvo y  el autor, José Darío Sánchez

En el primer apartado, La bioética en el campo de la salud, nuestros autores hacen referencia al análisis de los actos sanitarios desde la óptica moral de nuestra sociedad. La asistencia al paciente por parte de todo el personal hospitalario, según proponen, debe realizarse en función a valores, normas y principios éticos universales, recibidos de nuestra tradición; antes bien, de la misma manera, los profesionales de este ámbito sanitario deben afrontar nuevas realidades, al dictado de la legislación más actualizada. en la toma de decisiones y desde la relación que establece todo el sistema de salud con el paciente. El objetivo último es proteger la integridad moral de su comunidad.

Así, por ejemplo, la relación que se establecía tradicionalmente entre el paciente y el médico era una muy desigual, ya que, como se expone en esta obra, la relación entre ambos, hasta hace muy poco tiempo, consistía en el siguiente vínculo: la del primero hacer el bien y la del segundo aceptarlo, pues al ser el galeno el dueño del conocimiento podía suministrar cualquier tratamiento, aunque fuera en contra de la voluntad del segundo.

En este sentido, estos comportamientos -indican nuestros autores – resultan hoy inadmisibles. Por esta razón surge la ética de la autonomía que se basa en conceptos como el daño, los derechos y la justicia. La finalidad es proteger la zona libre de elección de los individuos y promover el ejercicio de la voluntad individual en la persecución de preferencias personales. Esta es la ética fundamental en las sociedades donde el individualismo se va abriendo cada vez paso firme frente al colectivismo.

En el segundo apartado la ética de la autonomía presupone que el yo es individual y que el objetivo de la regulación moral es aumentar las posibilidades de elección de cada ser humano y, consecuentemente, la libertad personal. Por esta circunstancia adquiere una gran importancia el consentimiento informado, no exento de grandes polémicas y contradicciones, ya que la realidad dista mucho del espíritu del mismo y, a su vez, exponen una amplísima casuística en la que nuestros autores explicitan su importancia en la calidad asistencial, los aspectos mínimos de su información y de sus limitaciones, o de su significado. En cualquier caso, la información ha de ser clara, entendible y oportuna como derecho imperativo legal para cada paciente.

En el tercer apartado, Bioética en investigación. Digamos, en este sentido, aunque sea una quimera, que lo ideal sería que sacar la moralidad de la vida pública todo lo que podamos, pues las ideologías tienen un fuerte contenido moral y es una de las razones por las que los seres humanos han cambiado con el tiempo. El sistema y, por tanto, la moralidad y las normas morales que fueron útiles en un tiempo pudiera que ya no fueran necesarias.

Cubierta del ensayo

En el fondo de la cuestión está moralizar todas las tendencias políticas y platearlas en términos de «buenas» o «malas», sin tener en cuenta el respeto por el ser humano individual en la investigación. Además los autores de este sugestivo libro nos hablan de «la necesidad de una revisión constante biomédica a través de comités de ética de la investigación»; y, en este sentido, expresan: «la no maleficencia que, junto con el principio de justicia, constituyen el fundamento de la ética de mínimos e implican la exigencia de no hacer el mal, pero no necesariamente la obligación de obtener el bien»

En este epígrafe también se habla sobre las responsabilidades morales y legales del investigador, sobre la calidad metodológica, sobre ensayos clínicos, sobre medicamentos, sobre la reevaluación de ensayos clínicos o sobre conflictos de intereses en la investigación

En fin, se nos ofrece una información profundamente exhaustiva sobre los procesos en investigación, sus límites, sus avances y sus procedimientos dentro del marco de la justicia social equitativa y normativas que las amparan.

En el cuarto apartado, bioética y nuevas tecnologías, quizá sea la sección más importante a la que nos enfrentamos, no ya el hombre actual, sino toda nuestra civilización, puesto que significa encontrarnos de cara con el transhumanisno, una seria amenaza para el ser humano, que avanza en esferas de la vida hasta ahora intocables.

Supone introducirnos en la inteligencia artificial aplicada al campo biosanitario a través de la robótica, lo que supone que el paciente tenga menos confianza en el médico tradicional que en los informes que le proporciona la tecnología (imágenes, dispositivos implantados en los pacientes, nuevos fármacos diseñados a través de algoritmos mecanizados o cirugía robótica, entre otros). Aquello del buen «ojo clínico» se fue definitivamente para siempre. Así pues la tecnomedicina ya no es una opción, sino una autentica necesidad. Nuestros autores expresan al respecto: «asistimos a un desarrollo de esta sistemática con resultados superiores a las capacidades humanas», si bien, nos relatarán, por otra parte, que para el paciente, en la actualidad todo lo anterior, es una ayuda al profesional de la medicina como un medio de asesoramiento en la toma de decisiones.

Con la inteligencia artificial se ha llegado a un punto tan salvajemente materialista del ser humano que no solo cuestiona los límites de la naturaleza humana, sino que plantea superarla. Además entiende que el ser humano no tiene un cuerpo, sino que es un cuerpo que puede transformarse e incluso mejorarse.

Los autores de estas reflexiones sobre bioética reconocen que «la inteligencia artificial actúa mediante el análisis de los macrodatos en base a algoritmos programados y a su propia capacidad de autoaprendizaje; sin embargo, adquieren autonomía propia en la toma de decisiones trascendentales en materia de salud, pero pueden colisionar con valores tradicionales de una ética humanística, tales como el derecho a la privacidad o el derecho a decidir».

José Darío dedica un ejemplar

Muchos son los retos, por tanto, a los que se enfrenta el hombre actual debido al avance vertiginoso de la robótica y de la tecnología en general. Con la aparición del transhumanismo asistimos a una peligrosa situación que llevaría al ser humano desde el punto de vista ético-médico inaceptable. Por estas circunstancias los autores de estos textos entienden en sus reflexiones que la inteligencia artificial o la robótica debe ser fiel a nuestro legado humanístico; es decir a la igualdad, a la libertad, a la justicia, a la empatía, y al pensamiento crítico.

El quinto apartado, Dilemas éticos acerca de la eutanasia, los autores parten de un principio bioético: no todo lo técnicamente posible es aceptable desde un punto de vista ético. De la misma manera admiten que «toda acción directa ejercida por un facultativo sobre un paciente para procurar el final de la vida de este es un acto éticamente rechazable y, por tanto, jurídicamente punitivo». Sin embargo, estos planteamientos, entran en conflicto con los derechos individuales, tal y como se expone reiteradamente en estos textos.

Tratándose de una casuística inabarcable las decisiones individuales sobre el momento de querer acabar el paciente con su propia vida, y como quiera que difícilmente son mensurables las circunstancias, psicológicas, emocionales, cognitivas e, incluso, el entono sociocultural de cada individuo, nuestros ensayistas se inclinan, en casos extremos – si se dieran las condiciones legales previas – a que el medico respete el derecho del paciente a morir, pero siempre y cuando, aquel no ejercitara una actitud activa. Sería la denominada eutanasia pasiva o. en otros casos similares, empleando procedimientos pasivos que induzcan a la muerte.

En el libro se presenta el dilema de tres conceptos bioéticos enfrentados entre sí: a) La actitud del paciente en su libre decisión. b) la posición médica de no causar daño. c) los textos legales, encarnados en el principio de justicia.

El tema sobre la eutanasia suscita mucha controversia y es de difícil gestión, sobre todo, si pensamos que estamos atribuyendo su monopolización a la profesión médica para un fin que no es estrictamente sanitario, en el sentido de curar, cuando la persona ya no se puede curar. Peor aún, la situación se complica, aún más, con distintos casos que se describen estos textos, entre otros, niños recién nacidos con malformaciones o deficiencias psíquicas.

Quizá la respuesta a todos estos planteamientos éticos no se haga esperar y venga de la mano de la inteligencia artificial y de la robótica, que encontrarán robots que puedan realizar todo el proceso de la aplicación de la eutanasia, sin control médico alguno y sin el temor de ser sancionado con expediente administrativo al médico de turno por objeción de conciencia.

El autor junto con compañeros del servicio

En el sexto apartado, Actitud bioética ante la pandemia COVID-19, observamos, una vez más, cómo en la vida y en los destinos del ser humano la ética ocupa un lugar significativo y cómo la crisis – en este caso de toda la humanidad – invadió todos los escenarios posibles, pero tensionando muy especialmente al sistema sanitario que, tal vez, no supo dar la respuesta adecuada en la toma de decisiones. Los autores de este libro invitan a los lectores a reflexionar sobre lo que conllevó el tener que emplear todos los recursos sanitarios disponibles, limitados, al control de la pandemia en detrimento de grupos vulnerables frecuentemente olvidados. Por supuesto, entre estos, se relegó el cuidado del resto de los pacientes en beneficio de un bien mayor. Es decir, se primó el interés colectivo frente a la dignidad y los derechos individuales y no se encontró el justo equilibrio entre el interés común y la dignidad del ser humano.

Ante esta crisis de salud pública, que golpeó y golpea muy severamente a todos los sectores, este texto nos plantea la necesidad de reforzar el sistema sanitario y a sus profesionales y, a su vez, resalta que en estas circunstancias son reprobables todas aquellas actitudes individualistas, amparadas en el legítimo derecho de libertad e independencia en detrimento de los derechos colectivos.

Y así, en este contexto, aparecen valores morales contrapuestos, por lo que habrá que contribuir entre todos a que prevalezcan la dignidad, la justicia, la solidaridad y la responsabilidad frente al egoísmo y, por consiguiente, habrá que recurrir a la ética como poderoso instrumento de vigorización social.

 

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