Lo suyo con las letras viene de largo. ¿Cuándo?
-Hace ya mucho tiempo, en 1978. Siempre digo que he estado abocado a la brevedad desde el comienzo mismo de mi escritura, por afición, por convicción y por cortesía hacia el lector. Recuerdo muy bien que el primer relato tenía sólo cinco líneas. Ya escribía poesía desde 1973, pero tras la lectura de la ‘Antología de la literatura fantástica’ de Borges, Bioy y Ocampo, me pareció que el relato breve o brevísimo de carácter fantástico era el cauce ideal para expresarme. Desde entonces, he intentado cultivar todas las formas de lo breve (desde una línea hasta treinta páginas) y pulsar todas las cuerdas del fantástico. Por una parte, estoy condenado a ideas cuya formulación es adecuada para un relato y no para una novela; por otra, esa condena es una felicidad porque me fascina el relato como miniatura, como mecanismo de precisión, y porque creo que basta lo suficiente, que bastan unas pocas páginas o líneas para mostrar la esencia.
Todo lo ha compaginado con los premios que ha recibido. Destacan el de la Feria del Libro de Almería, el ‘Gruta de las Maravillas’ de la Fundación Juan Ramón Jiménez y el Caja España de Libros de Cuentos.
Más de treinta libros y la traducción de algunos de sus relatos a otras lenguas le han dado éxito, pero: «Yo no tengo esa percepción tan optimista: el relato breve sigue siendo un género minoritario, y no digamos el fantástico. Me he limitado a escribir durante treinta años lo que pensaba que debía escribir, dibujando mi propia línea al margen de las modas, sin esperar demasiado, conformando un camino solitario al que uno llega a acostumbrarse, sin ningún valedor a excepción de las generosas opiniones de unos pocos amigos y conocidos, de unos pocos lectores que se han ido sumando lentamente, uno a uno. Mi gratitud hacia ellos es entusiasta por la atención que le han prestado a quien siempre se ha sentido marginal e invisible. No puedo evitar pensar que el éxito está más cerca de la trampa y el negocio que del logro artístico. Además, como decía, Chamfort, más vale la estima que la celebridad».
La mayoría de los críticos lo califican como continuador y renovador de la mejor tradición de la literatura fantástica: Poe, Kafka, Borges o Cortázar. ¿Comparte estas reflexiones?
-Me siento halagado hasta el sonrojo. Ése sería mi sueño e intento cumplirlo escribiendo de la mejor manera posible, con rigor estético y perseverancia, pero conozco mis limitaciones. Sin embargo, la necesidad de escribir relatos breves y fantásticos, de inquietar al lector, de sorprenderlo, incomodarlo, conmoverlo, de suspender el espacio y el tiempo, de ser otro, de explorar esa zona donde -en verso de Lorca- el sueño tropieza con la realidad, es para mí una pulsión irrefrenable. Lo fantástico sublima esa realidad, la ilumina, juega con ella, permite que se contemple desde perspectivas inéditas y perturbadoras.
Olgoso explica que compagina «perfectamente» su trabajo en el instituto Soto de Rojas con la escritura. «Es un privilegio pertenecer a esta comunidad educativa desde 1996. No sólo por lo que tiene de estimulante que el centro sea una verdadera cantera literaria y artística (en la que he podido compartir vivencias y conversaciones con los poetas Nicolás Palma y Silvia Gallego, con compañeros ya jubilados como el historiador Manuel Jaramillo o el poeta Pedro Cabrera, con el también poeta Iñaki López de Aberasturi que ahora da clase en otro centro, o con el añorado cantautor Esteban Valdivieso), sino porque junto con el APA Monachil me publicó en la antigua sede del instituto el libro ‘Nubes de piedra’ donde recogí mis primeros tanteos narrativos de finales de los setenta, y porque incluso me organizaron allí una exposición de mis collages fantásticos».
Recuerda que «la mía es una literatura de imaginación, de fabulación, de distorsión de lo real. No me interesa mostrar la realidad tal y como es, sino reinterpretarla o suplantarla… Así, recuerdo ahora mismo varios ejemplos de textos míos que son un claro fruto, un reflejo más directo del ámbito educativo, concretamente un apartado del divertimento futurista y patafísico ‘Granada, año 2039′ y dos microrrelatos de ‘La máquina de languidecer’».
Aún con muchos relatos por escribir, en esta etapa de su vida Olgoso confiesa que ‘Los demonios del lugar’ y ‘La máquina de languidecer’ son las obras que más les gustó escribir. ¿Y de cuál está más orgulloso? «‘Los demonios del lugar’, sin duda». El que más le costó fue: ‘Los demonios del lugar’ otra vez. Repite el título y son muchas sus reflexiones.
-¿Qué consejos les da a los escolares para escribir un buen relato breve?
-Algo básico: la intensidad debe ser inversamente proporcional a la extensión de un texto. Pero me parece más importante que sean fieles a sus sueños. Lo digo desde el convencimiento de que este género es una herramienta ideal para fomentar el hábito lector de los alumnos, para iniciarlos en la pasión por las narraciones a través de unas lecturas y actividades menos distantes y académicas, más participativas, más gozosas, libres y sin prejuicios».
Pronto le publicarán ‘Los líquenes del sueño’ y está trabajando en ‘Las frutas de la luna’.