Leandro García Casanova: «A Francisco Gil Craviotto»

Conozco a Francisco desde principios de 2000 y, ya en 2004, lo llamé para que me presentara el primer libro que escribí. Por esa época leí su obra ‘Retratos y semblanzas con la Alhambra al fondo’, y me llamó la atención el capítulo que le dedicaba al librero Rafael Tarifa, que tenía la librería de viejo en la calle Elvira, y que además trabajaba en la encuadernación de libros. Con anterioridad, Francisco tuvo que marcharse a vivir a París y aquí estuvo residiendo un tiempo en casa de un hijo de Tarifa, que se dedicaba también a la encuadernación. Precisamente, mi mujer y yo tenemos desde los años ochenta amistad con Berta, la hija menor de Rafael Tarifa, que ya tiene 74 años.

Hace unos siete años, mi hijo Oliver terminó la carrera de Educación Física en el INEF, de Granada, y poco tiempo después se marchó a vivir a París, con una joven francesa, que conoció cuando hacía un curso de Erasmus, en Madrid. Al principio tuvo que trabajar de camarero y más tarde en un gimnasio, como entrenador personal; durante una temporada, la pareja tuvo que vivir en la buhardilla de un sexto piso, sin ascensor. Al segundo año de residir Oliver, en Francia, le pedí a Francisco Gil Craviotto que me diera el teléfono de su hija, pues estaba de orientadora en varios liceos de París, por si podía dar alguna información sobre los colegios, o bien orientar a mi hijo. El caso es que Oliver nunca la llamó, por timidez o por lo que fuera. Más adelante, lo contrataron como profesor de Educación Física en un colegio privado y, hace dos años, aprobó las oposiciones de profesor y está destinado en un liceo de París. Su pareja las aprobó el pasado año.

En un momento del acto-homenaje celebrado en el Centro Artístico el viernes, 20 de octubre :: A. ARENAS

Lo que trato de mostrar aquí son las vueltas que da la vida: Francisco y yo tenemos amistad con dos hijos del librero Rafael Tarifa y, además, dos de nuestros hijos trabajan en la Enseñanza, en París, la ciudad donde han vivido miles de emigrantes y exiliados españoles, a veces con muchas privaciones y sufrimiento. Francisco describe muy bien París, en su obra ‘Conversaciones con mi chica’, donde se recrea paseando con su perra por la ribera del río Sena, a la vez que observa a las viejas gabarras, cargadas de mercancías, remontando sus aguas. Y mi último libro lo presenté hace dos años, en el Centro Artístico, Literario y Científico, por consejo de Francisco. Está visto que en la vida hay unos hilos invisibles que nos ponen en contacto a unos con otros.

Hablar de la amabilidad y generosidad de Francisco Gil Craviotto es de sobra conocido. Yo le deseo suerte y salud en este último tramo de su vida, pues siempre nos ha dado una lección de solidaridad, compañerismo y humildad, en un mundo lleno de egoísmos y de gente que va a lo suyo.

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