Arriero: Me río yo, Molinera, del concepto de “memorización” que se maneja hoy en día. Para “memorización” diabólica y perversa, la que nos impusieron en nuestra infancia…
Burra: ¿Y eso…?
Arriero: Mira este libro. Me lo he encontrado en el “soberao” de la casa, ajado por el uso, con las tapas desgastadas, el lomo parcheado, pero impecable en su interior. Se trata del monovolumen que manejábamos los de mi quinta del 52 (a los que hay que sumar las anteriores y muchas de las siguientes) en la escuela cuando niños y que iba pasando de hermano a hermano curso tras curso. Es la famosa “Enciclopedia de Álvarez”, aquella que llevaba en su portada un dibujo de un barco de vela navegando en pleno océano, con el sol naciente encima y esta leyenda debajo: “Enciclopedia Intuitiva, Sintética y Práctica”.
Burra: Si se emociona usted al ver los libros que manejaba hace 60 años, es porque se está usted haciendo mayor… Mayor y cascarrabias…
A: Fíjate… No sé de qué asombrarme más: si del fondo, de la forma o del método didáctico que se usaba por aquel entonces. El caso era memorizar. Daba igual que entendieras o no lo que se te proponía; el caso era repetir al pie de la letra (con puntos y comas incluidos) el texto que, a modo de pienso, te colocaban delante de los morros para que te lo tragaras sin masticarlo ni insalivarlo. Y todo para irlo regurgitarlo después todo de seguido, cuando llegara la hora del examen o nos visitara el señor inspector.
B: Usted, con lo listo que es, destacaría como alumno lumbrera…
A: ¡Déjate de coñas, Molinera! De sobra sabes que repetí curso… Carecía de la memoria portentosa de que disfrutaban otros compañeros. De su memoria y, lo que es peor, de la comprensión de aquello que había que memorizar. Sin embargo, al repasar hoy aquellos mismos textos siento pena de mí mismo. ¡Qué delito cometieron con nosotros, Molinera! Y ello, tanto por lo que respecta a nuestra ingenuidad infantil, como a nuestro desarrollo psicológico propio de aquellas edades.
B: ¡Exagera usted al contar sus batallitas, abuelo!
A: ¿Qué yo exagero? De muestra te van a servir dos botones, Molinera. El primero con respecto a “La Religión y La Moral”. La primera lectura se titulaba “Nuestra Religión Verdadera”. Lección, repito, que había que aprenderse de memoria y que comenzaba así:
“Es evidente que hay un solo Dios y también es evidente que una sola e idéntica es la naturaleza humana. Por lo tanto, no puede haber más que una religión verdadera: la que une al género humano con el Dios verdadero y le tribute el culto debido. Las demás son falsas. Ahora bien: ¿podemos nosotros saber cuál es la verdadera entre todas las religiones que se practican en el mundo? Sí; podemos saberlo, y de hecho lo sabemos, porque el mismo Dios nos lo ha revelado: la religión verdadera, la única, es la religión cristiana católica, apostólica y romana….”
B: ¿Toda esa parrafada, incluidas comas y puntos y comas, tenía que aprenderse?
A: ¡Y lo que te rondaré Morena! Eso era sólo un tercio de lo que había que memorizar en este caso concreto. He transcrito hasta donde yo me aprendí. Recuerdo que por ese trozo saqué un tres y medio… Llegar al cinco suponía para mí todo un reto difícil de alcanzar. Pero a los ojos de hoy, aquello no era lo peor. Lo peor era el razonamiento que nos hacían aprender. Con todo era de agradecer la simpleza del mismo: resultaba todo tan evidente que negarlo suponía un desafío a la Verdad Revelada… Fue después, cuando joven, que caí en la cuenta de lo perniciosa que puede resultar la educación cuando está servida por manos de políticos, religiosos e instituciones con pretensiones… De la sarta de barbaridades, manipulaciones y tergiversaciones que pueden llegar a inculcar en las mentes infantiles, si no hay nadie que les ponga freno…
B: ¿Y no les han pedido a ustedes perdón la Iglesia, el Estado o el Magisterio al completo por semejante retahíla de falsos silogismos?
A: ¡Bah! También tenían su lado positivo. Con este tipo de aseveraciones los niños estábamos a salvo pensamientos inútiles y dudas absurdas. Una cosa, (como rezaba la conclusión final de dicha primera lección), estaba clara: “Podemos afirmar con total seguridad y certidumbre que nuestra religión es la verdadera”. ¡Pues ya está! ¿Habrá cosa más tranquilizadora para un niño que se lo cuestiona todo que de digan: “Esto es así, y punto pelota”? ¿Un niño como yo que luchaba por entender el mundo que me rodeaba con la más absoluta y certera clarividencia?
B: Está claro que la Jerarquía Eclesiástica extrapoló al albur de la dictadura, “manu militari”, sus asuntos religiosos a los temas educativos, arrimando claro está, el ascua a su sardina…. Imagino, en cambio, que en el ámbito científico la cosa cambiaría, digo yo….
A: Siguiendo el segundo botón de muestra de que te hablaba, veamos el apartado de Geometría, sección “Cuerpos geométricos”. Te tengo que aclarar que una de las cosas que más me atraía de la clase de matemáticas era precisamente poder llegar a rozar con mis propias manos las piezas que guardaba el maestro en aquella caja de figuras cuasi sagrada. Aquella colección de prismas, pirámides, conos, cubos y cilindros de madera…, con las que nos dejaba jugar si le demostrábamos sabernos la lección que tocaba. Recuerdo que, por una vez, yo lo conseguí. No es que entendiera lo que decía, porque jamás vi, ni leí, cosa más enrevesada e incomprensible, pero recuerdo palabra por palabra todo lo que allí se decía:
“Los cuerpos geométricos: sus clases y elementos. En general, todo lo que ocupa un lugar en es espacio, si se considera únicamente desde el punto de vista de su extensión, recibe el nombre de cuerpo geométrico. Pero, a pesar de ello, solemos llamar cuerpos geométricos a los que, estando limitados por caras perfectamente planas o curvas, son estudiados por la Geometría del espacio… El espacio que unos y otros ocupan, recibe el nombre de volumen; la abertura comprendida entre dos caras contiguas, que se juntan en una línea llamada arista, se llama ángulo diedro, y la comprendida entre tres o más caras, que concurren en un punto común llamado vértice, se llama ángulo poliedro. Por último, se llama ángulo rectilíneo de un diedro el ángulo lineal formado por dos líneas, que situadas una en cada cara del diedro sean perpendiculares a la arista en un mismo punto de ella. Los ángulos diedros pueden ser rectos, agudos y obtusos, y su medida es la del rectilíneo correspondiente.”
¡Ufff! Recuerdo que casi me ahogaba al decirlo así, todo seguido… Pero merecía la pena el sofocón: la recompensa de poder jugar un ratito con aquellas piezas de madera era toda una gozada….
B: ¡Qué bárbaro! ¡Menudo galimatías de un solo trago! Sacaría usted un diez en aquella ocasión…
A: ¿Un diez…, dices? Esa era la introducción… A continuación había que saberse las fórmulas del área y del volumen respectivas, todo seguido y, por supuesto, de memoria. Daba igual lo entendieras o no lo entendieras. Sólo con las clases de pirámides ya te hacías un lío: que si regulares, irregulares, rectas, oblicuas, truncadas… Y luego estaban los dichosos problemas. Mira, me acuerdo en éste: “Un montón de grano de forma cónica mide 8´4 m. de circunferencia y 1´3 m. de altura. ¿Cuántos hectolitros de grano hay en dicho montón?
B: ¡Fácil! Basta con aplicar la fórmula del volumen del cono multiplicando el área de su base por el tercio de la altura, y ya está….
A: ¡Joder con la burra! Tú todo lo ves fácil. El problema no estaba tanto en saberse la fórmula que para eso estaban las chuletas… Lo difícil era entender qué demonios hacían allí tantos hectolitros de agua tirados por el suelo, echando a perder la cosecha de trigo del año… Resolver el problema y dar con el resultado suponía llevaría a la ruina a la familia. A la familia y a mi propia integridad física: ¡ya ves, mezclar agua con trigo…! Qué disparate en la mente de un niño cuyos padres eran labradores…
B: De todas formas, y a pesar de sus quejas… algún gusto le sacaría a tal Enciclopedia. ¡Sólo había que mirar el mimo y cuidado con que pasaba usted todavía hoy sus hojas!
A: Lo que más me atraía… Lo que me llegaba al alma (y eso que no se me daba bien dibujar) y que rememoro con todo el amor del mundo era la sencillez de los dibujos que lo ilustraban. Bastaban cuatro trazos y ¡hale! ya tenías todo un paisaje completo: el árbol, la casita, la iglesia, y la cruz de Cristo chorreando sangre…. ¡Y luego estaban los rótulos! ¡Qué pasada! A mí el que mejores recuerdos me trae era el de “José”. Sí José, el que la hija del faraón Termutis (que no “Termitas”, como decía mi amigo Cotelo) salvó de las aguas… De todas formas, con lo que más me entretenía en aquellas horas muertas era con aquellos grabados en los que aparecían los animalitos que tan familiares me eran. Animales entre cuyas patas, alas, antenas y picotazos mi mente vagaba por los espacios siderales de la imaginación. Y no porque el maestro nos sacara al campo a estudiarlos, que nunca lo hacía; sino porque formaban parte de nuestro afán observador y de nuestro aprendizaje; aprendizaje que se producía precisamente justo en el momento en que salíamos de la escuela.
B: ¡Ahora lo entiendo! ¡De ahí le viene usted este afán por proponer una radical desescolarización, estimulando así la idea de educar a partir de su Pedagogía Andariega!
A: Andariega, andarina, caminera o itinerante… Porque la Naturaleza (donde te incluyo, Molinera) y los Saberes humanos contrastados por la experiencia y la solidaridad son la fuente de conocimiento más auténtica que tenemos a nuestro alcance. No digo que sea la Verdadera, como se afirmaba de la Religión Católica, pero al menos nos sirve de referencia para seguir indagando, asumiendo, recordando (que no memorizando) y transmitiendo a generaciones futuras nuestros hallazgos. En cambio, mientras se deje en manos ajenas (por muy expertas y tituladas que afirmen que son), y por mucho que nos vengan ahora con aquello de que “lo interesante de los nuevos currículum que se están elaborando es que los alumnos resuelvan problemas o situaciones conectadas en lo posible con el mundo real…”, la mentira, la manipulación y la tergiversación serán siempre una tentación para los que mandan. Un recurso fútil…, un silogismo perverso en manos de quienes, tomando como arma de ataque para imponer su poder una democracia basada en la propaganda incierta, la desinformación y la banalidad, se consideran detentadores de la verdad. De su verdad así con minúsculas, claro…
Isidro García Cigüenza
Blog personal ARRE BURRITA
EN CAPÍTULOS ANTERIORES
Capítulo 01: «Pedagogía caminera. Mi mejor maestra: una burra andariega»
Capítulo 02: «Aprendemos caminando… del ronzal de mi burrita Molinera»
Capítulo 03: «Por unas Matemáticas andariegas. Diálogo entre el arriero y su burra»
Capítulo 04: «A vueltas con las “Matracas”. Diálogos de un arriero con su burra»
Capítulo 05: «Clase de Lengua. Cervantes: ‘Persona Non grata’. Diálogos de un arriero con su burra»
Capítulo 06: «La clase de Música en la Pedagogía Itinerante»
Capítulo 07: «Los olores… en la Pedagogía Andariega»
Capítulo 08: «La asignatura de Valores Sociales y Cívicos en la Pedagogía Andariega»
Capítulo 09: Los Poetas Modernistas en la Pedagogía Andariega
Capítulo 10: Las maquetas de adobe en la Pedagogía Andariega
Capítulo 11: La asignatura de Química en la Pedagogía Andariega
Capítulo 12: Los juguetes en la Pedagogía Andariega
Capítulo 13: Cómo fabricar luz… en la Pedagogía Andariega
Capítulo 14: La ‘Puta calle’ en la Pedagogía Andariega
Capítulo 15: Los abuelos en la Pedagogía Andariega
Capítulo 16: El agua en la Pedagogía Andariega
Capítulo 17: Los derechos animales en la Pedagogía Andariega
Capítulo 18: Lapsus romántico en la Pedagogía Andariega
Capítulo 19: Los hábitos cotidianos de movilidad activa autónoma saludable… en la Pedagogía Andariega
Capítulo 20: La tierra de labor… en la Pedagogía Andariega
Capítulo 21: El estiércol en la Pedagogía Andariega
Capítulo 22: Las semillas en la Pedagogía Andariega
Capítulo 23: Las plantas del huerto… en la Pedagogía Andariega
Capítulo 24: El mercado… en la Pedagogía Andariega
Capítulo 25: Las calificaciones en la Pedagogía Andariega
Capítulo 26: La ‘Verborrea’ legislativa… y la Pedagogía Andariega
Capítulo 27: El Homo ‘Culo plano’ en la Pedagogía Andariega
Capítulo 28: El Art Fregandi en la Pedagogía Andariega
Capítulo 29: ‘La Neurodidáctica’ y la Pedagogía Andariega
Capítulo 30: La memorización, vista desde La Pedagogía Andariega