Tomás Moreno: «Reflexiones para el Tercer Milenio, XIV: Tres aproximaciones a la esencia del poder: Etienne de la Boetie. XIV (2/3)

II. EL DISCURSO Y SU CONTENIDO

Lo que fundamentalmente preocupa a La Boétie no es que unos Estados, Reinos o Principados estén mejor o peor gobernados que otros, sino el hecho mismo de que unos hombres manden y otros obedezcan, de que unos hombres sean gobernados por otros, es decir: le preocupa el hecho mismo de la existencia del Poder político, el hecho bruto del Poder: “De momento”, escribe, “quisiera tan solo entender cómo pueden tantos hombres, tantos pueblos, tantas ciudades, tantas naciones soportar a veces a un solo tirano, que no dispone de más poder que el que se le otorga” (DSV, p. 52).

Cuando La Boétie habla del “Uno” o dice “tirano” no se refiere solamente al rey, príncipe o político déspota que gobierna sin la aceptación o consentimiento de sus gobernados, se refiere a cualquier gobernante que ejerza el poder, a “cualquier forma de gobierno”, y en tal caso su “proto-anarquismo” es manifiesto:

Hay tres clases de tiranos: unos poseen el reino gracias al voto popular, otros a la fuerza de las armas y los demás al derecho de sucesión […] Aquel que detenta el poder gracias al voto popular debería ser, a mi entender, más soportable y lo sería, creo, de no ser porque, a partir del momento en que se asume el poder, situándose por encima de todos los demás, halagado por lo que se da en llamar grandeza, toma la firme resolución de no abandonarlo jamás. Acostumbra a considerar el poder que le ha sido confiado por el pueblo como un bien que debe transmitir a sus hijos. Ahora bien, a partir del momento en que él y sus hijos conciben esta idea funesta, es extraño comprobar cómo superan en vicios y crueldades a los demás tiranos. No ven mejor manera de consolidar su nueva tiranía sino incrementando la servidumbre y haciendo desaparecer las ideas de libertad con tal violencia que por más que el recuerdo sea reciente, pronto se desvanece por completo la memoria. Así pues, a decir verdad, veo claramente que hay entre ellos (entre los diversos tipos de tirano) alguna diferencia, pero no veo elección posible entre ellos, pues, si bien llegan al trono por caminos distintos, su manera de reinar es siempre aproximadamente la misma” (DSV, pp. 65-66).

En cuanto a la pregunta sobre el origen o causa de la obediencia al poder, de la servidumbre voluntaria, La Boétie va a rechazar las explicaciones habituales según las cuales es el tirano el que impone su tiranía mediante la fuerza o la astucia, las armas o el engaño (1). Tampoco se impone porque sea el más sabio, justo o valiente. Rechaza tanto la concepción moreana del monarca sabio de su Utopía como la maquiavélica del príncipe virtuoso. La servidumbre no les viene impuesta a los hombres por la supremacía militar, intelectual o moral del tirano, sino que los hombres la eligen de forma voluntaria, la consienten deliberadamente. Ningún tirano, por muy poderosos que sea, por muy astuto o sabio que fuere, podría imponer su voluntad a cientos, a miles, a millones de hombres si éstos no consintieran en someterse:

Son pues, los propios pueblos los que se dejan, o mejor dicho, se hacen encadenar, ya que con sólo dar de servir, romperían sus cadenas. Es el pueblo el que se somete y se degüella a sí mismo; el que teniendo la posibilidad de elegir entre ser siervo o libre, rechaza la libertad y elige el yugo; el que consiente su mal o peor aún, lo persigue” (DSV, p. 57).

Es decir, para La Boétie son los hombres los que desprecian su propia libertad, porque si la desearan la tendrían. Baste querer la libertad, basta dejar de servir, para que el poder del tirano se desmorone por sí solo, sin necesidad de derribarlo:

“Decidíos, pues, a dejar de servir y seréis libres. No pretendo que os enfrentéis a él, o que lo tambaleéis, sino simplemente que dejéis de sostenerlo. Entonces veréis cómo, cual un gran coloso privado de la base que lo sostiene, se desplomará y se romperá por sí solo” (DSV, pp. 60-61).

El objetivo que Étienne de La Boétie persigue a lo largo de todo su “Discurso” no es otro que el de llegar a descubrir “cómo se arraiga” en los hombres esa particular voluntad de servir que podría dejarnos suponer que, en efecto, el amor a la libertad no es un hecho natural. Ante tan desgraciada hipótesis nuestro joven pensador alega con contundencia los siguientes argumentos:

Pero si hay algo claro y evidente para todos, si algo hay que nadie podrá negar, es que la naturaleza, ministro de Dios, bienhechora de la humanidad, nos ha conformado a todos por igual y nos ha sacado de un mismo molde para que nos reconozcamos como compañeros, o, mejor dicho, como hermanos. Y si, en el reparto que nos hizo de sus dones, prodigó alguna ventaja corporal o espiritual a unos más que a otros, jamás pudo querer ponernos en este mundo como en un campo acotado y no ha enviado aquí a los más fuertes ni a los más débiles. Debemos creer más bien que al hacer el reparto, a unos más, a otros menos, quería hacer brotar en los hombres el afecto fraternal y ponerlos en situación de practicarlo […]. Así pues, ya que esta buena madre nos ha dado a todos toda la tierra por morada […]; si nos ha dado a todos ese gran don que son la voz y la palabra para que nos relacionemos y confraternicemos y el intercambio de nuestros pensamientos, nos lleva a compartir ideas y deseos; si ha procurado por todos los medios conformar y estrechar el nudo de nuestra alianza y los lazos de nuestra sociedad […], ¿cómo podríamos dudar de que somos todos naturalmente libres, puesto que somos todos compañeros? Y ¿podría caber en la mente de nadie que, al darnos a todos la misma compañía la naturaleza haya querido que algunos fueran esclavos?” (DSV, pp. 62-63).

NOTAS

1) La figura del tirano despótico (de izquierdas o de derechas) ha sido tratada en la novela española e hispanoamericana con cierta profusión desde don Ramón María del Valle Inclán (El Tirano Banderas, de 1926), Miguel Ángel Asturias (Señor Presidente, 1945) Francisco Ayala (Muertes de perro 1958 y El fondo del vaso, 1962) , Alejo Carpentier (El recurso del método, 1974), o Augusto Roa Bastos (Yo, el Supremo, 1974), hasta Jorge Ibargüengoitia (Maten al león, 1969), Gabriel García Márquez (El otoño del patriarca, 1975), Arturo Uslar Pietri (Oficio de difuntos, 1976), Tomás Eloy Martínez, La novela de Perón (1985), Mario Vargas Llosa (La fiesta del chivo, 2000) o Fernando Vallejo (Memorias de un hijueputa, 2019), por citar solamente las más representativas del género (cuyos antecedentes algunos sitúan en “Facundo” del paraguayo Domingo F. Sarmiento, de 1845, y que darán lugar a todo un subgénero literario, precisa y casi únicamente existente como tal en la literatura hispano-americana) .

En la literatura clásica española también podemos encontrar referencias a la figura del tirano en Lope de Vega, El tirano castigado (1599) o en Francisco de Quevedo, Política de Dios, gobierno de Cristo y tiranía de Satanás (1626), e incluso en algún pasaje de Napoleón de Chamartín de B. Pérez Galdós. Y en la literatura política del Siglo de Oro la figura del “tirano” denunciada, descrita y perfilada por el padre Juan de Mariana, teólogo e historiador jesuita, en su obra De rege et regis institutione (Del rey y de la institución real) de 1599, tuvo una enorme repercusión en toda Europa al llegar a justificar la deposición del rey e incluso el tiranicidio (como defendían los monarcómacos europeos) en circunstancias límites o extremas de despotismo e injusticias. La obra fue condenada y retirada de la circulación en Francia, sospechosa de instigar al regicidio, inmediatamente después del asesinato de Enrique IV (1610).

 

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