Reflexiones para el tercer milenio XVII: ¿Por qué leer a los clásicos? (5/6)

V. ACTUALIDAD Y VIGENCIA DE UN CLÁSICO: ANTÍGONA

Outoi synechtein, alla symphilein epphyn” (Antígona, Sófocles) (1)

Escrita entre el 442 y 443 a. C., representada en las grandes fiestas dionisíacas del 441 a. C. (2), en una época en la que los valores de la piedad religiosa de la Polis van oscureciéndose por el avance de los ideales profanos y secularizados de demócratas y sofistas, la obra refleja a la perfección el clima social, cultural y moral de la Atenas de su tiempo, representa la más lúcida manifestación de la reivindicación de la conciencia religiosa de la Atenas de Pericles (Vº a. C.) y es, sin duda, una de la cimas de la tragedia griega.

La polis ateniense se encuentra, en efecto, en el cenit de su genio en todo tipo de realizaciones filosóficas, poéticas y artístico-urbanísticas, pero también en una situación de hybris o ensoberbecimiento, tras sus victorias sobre los persas (Salamina 480 a. C.) y el impulso de su Thalasocracia, que dará lugar, poco tiempo después, a la fratricida guerra del Peloponeso contra Esparta y Corinto, a la Peste y al inicio de la crisis de la Polis. Recordemos sucintamente su argumento.

La tragedia se inicia en el momento en el que Creonte, gobernante de Tebas victorioso en cruenta guerra civil, tras proclamar un edicto por el que ordena dejar insepulto y ser pasto de las aves y animales carroñeros, el cadáver de Polinices -traidor a la patria y fratricida-, y sepultar con las debidas honras y honores el de su víctima y hermano Eteocles -heroico patriota-, es informado por uno de los guardianes, encargado de velar por su cumplimiento, de que dicho edicto ha sido transgredido: al parecer ha habido un intento de sepultar al traidor Polinices, contraviniendo así la prohibición. En su relato, el guardián declara que alguien, ocultamente, había esparcido «polvo sediento» (arena) sobre el cuerpo de Polinices, sin dejar en el lugar en que se encontraba huella alguna, ni de ruedas ni de herramientas, ni tampoco haber en él señales de que aves o perros se hubiesen acercado al cadáver.

Antígona (3) hermana de ambos jóvenes fratricidas -que mutuamente se han dado muerte en batalla- llena de profunda indignación por el edicto de su tío Creonte, e impelida por piedad fraternal, se rebela contra las órdenes del tirano y se dispone a dar sepultura a su hermano Polinices. Considera que la ley de Creonte, viola sacrílegamente las leyes divinas («leyes no escritas», sagradas e inviolables) muy superiores a las leyes políticas positivas, escritas y cimentadoras de la propia comunidad política. Tras solicitar infructuosamente la ayuda de su hermana Ismene para poder trasladar el pesado cadáver del hermano, Antígona emprende en solitario el piadoso y fraternal objetivo de su enterramiento. Por la noche, aprovechando un descuido de la guardia, cubre de tierra el cuerpo de Polinices.

Antígona frente a Polinices muerto por Nikiforos Lytras (1865)

Seguidamente se produce la intervención del corifeo, que marca el paso de unas horas, en un famoso pasaje en el primer estásimo (332-375), conocido como Oda sobre el Hombre, que se inicia con las palabras: «Muchas cosas hay admirables, pero ninguna es más admirable que el hombre» (4), y que constituye un himno memorable, de insondable profundidad, que ha inspirado las más profundas reflexiones metafísicas entre sus intérpretes y comentaristas, Hölderlin y Heidegger (5), entre ellos.

A continuación, aparece un guardián que trae atada a Antígona, tras haber sido sorprendida en su delito, al tiempo que llega el rey Creonte. Según el centinela, tras el primer intento fallido de sepultar a su hermano -los guardias ya habían procedido a quitar la arena del cadáver y después se había originado una tempestad- Antígona había regresado por segunda vez al mismo lugar, para cerciorarse de que el cuerpo de Polinices estaba en efecto cubierto de arena. Los guardianes la vieron, efectivamente, con las manos llenas de arena cubriendo de nuevo el cuerpo de su hermano y haciendo las piadosas y tradicionales libaciones al efecto, por si éstas no se hubieran realizado durante su primera intentona tal vez por un descuido, debido a su prisa y nerviosismo. Es de notar la evocación que hace el guardián del grito de Antígona ante el cadáver de nuevo insepulto de su hermano, semejante al de un ave que regresa a su nido y no encuentra a sus polluelos. Un grito salvaje, desgarrador, ajeno a la razón cívica y a la lógica de la Polis.

Tras un denso, complejo y largo diálogo con Antígona -núcleo esencial de toda la tragedia- Creonte ordena encerrarla viva en un antro de piedra o caverna. Con ella, sin saberlo el tirano, se ha encerrado Hemón, su propio hijo, enamorado y prometido de la joven doncella. Las consecuencias de la muerte de Antígona van a ser funestas para la familia descendiente de Edipo, y especialmente para la de Creonte. Cuando el viejo adivino Tiresias le reconviene con terribles palabras, el rey Creonte, inquieto, ordena abrir la cueva el espectáculo es inenarrable: Antígona acaba de ahorcarse y Hemón se quita la vida ante los ojos de su padre. Eurídice, madre de Hemón y esposa de Creonte, incapaz de soportar el dolor por la muerte de su hijo, se da muerte a su vez.

Creonte, tras un diálogo con el coro, se culpabiliza por la muerte de su hijo y, consciente de que el fatal destino le ha marcado con sus trágicos designios, se retira tambaleante hacia el palacio. Dos pajes tratan de sostenerlo y mientras el coro recita estas palabras: «La prudencia es primera condición para la felicidad; y es necesario en todo lo que a los dioses se refiere, no cometer impiedad; pues las insolentes bravatas que castigan a los soberbios con atroces desgracias, les enseñan a ser prudentes en la vejez».

Antígona dando sepultura a Polinices, Norblin de la Gourdaine (1796 – 1884)

No es Antígona un texto clásico cualquiera, sino «uno de los hechos perdurables y canónicos de nuestra conciencia filosófica, literaria y política» (6), como ha escrito George Steiner en el prefacio de su magistral ensayo sobre su figura y su significación. El momento de máxima tensión dramática de toda la obra y núcleo conceptual de la misma tal vez sea el diálogo central entre sus dos máximos protagonistas Creonte y Antígona. En efecto, una vez finalizado el relato del guardián, toma la palabra Creonte para interrogar a Antígona. En esos versos y en los que siguen (hasta culminar en el diálogo entre Creonte y Hemón, padre e hijo) se van a expresar y mostrar los conflictos o enfrentamientos más característicos de la condición humana.

G. Steiner confiesa en este sentido que no conoce ningún otro texto literario en el que se «realice» como en éste, cada una de las cinco categorías conflictivas fundamentales que determinan el enfrentamiento entre los seres humanos desde que el hombre es hombre. El primero es el conflicto entre los sexos, ocasionado por la tensa relación de dominación y subordinación entre el hombre y la mujer; el segundo, el conflicto político, determinado por la dialéctica ethos versus polis o por el enfrentamiento entre la conciencia individual y el bien público, o entre las leyes divinas y las leyes positivas o políticas; el tercero, el conflicto entre vivos y muertos, derivado de nuestros deberes y responsabilidades para con nuestros antepasados y todos cuantos nos precedieron en la vida; el cuarto, el conflicto religioso, resultado del encuentro entre lo inmanente existencial y lo divino-trascendente o de la confrontación entre la secularidad política y la piedad religiosa; y el quinto, finalmente, el conflicto generacional, provocado por el choque entre miembros de distinta edad y generación, entre jóvenes y viejos, padres e hijos (7).

Portada de Antígonas. Una poética y una filosofía de la lectura, de G. Steiner (Gedisa)

Es cierto que, aisladamente, cada uno de esos conflictos han sido tematizados o planteados en otras grandes obras literarias, pero en ningún otro momento una creación literaria ha alcanzado dicha totalidad e integración, por la presencia y simultaneidad de todos ellos en ella. Creonte y Antígona chocan y se enfrentan, pues, como hombre y mujer; como personificación del poder y de los derechos de la comunidad política y como expresión de la conciencia individual; como personificación de la laicidad de la razón de estado y como encarnación de los sagrados derechos de la piedad familiar; como protector de los vivos y como defensora de los muertos; como hombre frío, maduro y conservador y como joven rebelde y apasionada, respectivamente.

Por todo ello, y por la intensidad y belleza dramáticas de la obra, no es exagerado afirmar, como algunos han sostenido, que la Antígona de Sófocles es no sólo la más excelente de las tragedias griegas sino la obra de arte literaria más cercana a la perfección que cualquier otra producida por el espíritu humano.

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS

1) «No he venido al mundo para odiar sino para amar» o también: «Mi naturaleza me dicta unirme en el amor, y no en el odio». Entre las versiones de Antígona en castellano véanse: «Tragedias de Sófocles» traducción de I. Errandonéa, Alma Mater, Barcelona, 1959-65; Sófocles, «Tragedias», trad. Luis Gil, Guadarrama, Madrid, 1968; Sófocles, «Tragedias», trad. Mariano Benavente, Biblioteca Clásica Hernando, Madrid, 1971; Sófocles, «Tragedias», trad. Assela Alamillo, Biblioteca Básica Gredos, Madrid, 2000. Para una penetrante interpretación de la obra véase: Marta C. Nussbaum, cap. 3: «La Antígona de Sófocles: conflicto, visión, simplificación» en La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega, Visor, Madrid, 1995, pp. 89-128.

2) Se cuenta que esta tragedia fue representada en Atenas treinta y dos veces sin interrupción y que los atenienses quedaron tan entusiasmados en la primera representación que ofrecieron al autor el gobierno de Samos.

3) Fruto de la unión incestuosa de Edipo y su madre Yocasta, se considera «víctima» inocente de una maldición originada por la culpa que ella no cometió.

4) El hombre es calificado con el vocablo «deinós» (admirable, terrible, pavoroso, monstruoso, siniestro, y también extraño o violento, porque sobrepasa los límites de lo normal o familiar y desemboca en la hybris).

5) Cfr. Martin Heidegger, Introducción a la metafísica, Gedisa, Barcelona, 1995.

6) George Steiner, Antígonas. Una poética y una filosofía de la lectura, Gedisa editorial, Barcelona, 1991, p. 13.

7) Ibid, pp. 179-210. Podría aún añadirse un sexto conflicto: el que se establece entre hermanos (Eteocles-Polinices) y/o hermanas (Antígona-Ismene).

 

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Tomas Moreno Fernández,

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