Isidro García Cigüenza: «De cómo a los niños les convertimos en chivos expiatorios de nuestras propias frustraciones»

Antes de ayer, ayer y hoy nos ha tocado salir a andar con niños de 4º, 5º y 6º de Primaria del Colegio Público de Gaucín (Málaga). Los tutores han querido saber cómo llevamos a la práctica nuestra Pedagogía Andariega. De hecho, han confiado en nosotros y nos han dejado las manos libres para organizar, fuera del aula, una actividad con sus alumnos. Y han quedado tan maravillados que hemos convenido en repetirla próximamente, ampliando así nuestras vivencias y averiguaciones.

 

Me sugirieron que fuera con dos o tres grupos a la vez, pero nuestras condiciones, las de Molinera y mía, para este tipo de actividades siempre son las mismas: no la realizamos con grupos mayores de 20 alumnos y las hemos de llevar a cabo siempre caminando. Por algo nuestra Pedagogía se denomina “Andariega”.

Próximo al Colegio se halla el cerro de El Hacho. En árabe, “hacho” viene a significar algo así como: “altura desde la que se divisa el mar”. Y ha sido desde su cima más prominente (de más de 1500 metros de altitud) como hemos divisado el Estrecho de Gibraltar, con el Peñón del mismo nombre sobresaliendo de entre las aguas de sendos mares: el Mediterráneo y el Océano Atlántico. Una panorámica excepcional, desde la que también hemos podido distinguir El Atlas, la cordillera más septentrional del continente africano.

La idea era descubrir por nuestra cuenta los atributos geológicos, vegetales, faunísticos y paisajísticos de que está dotada dicha montaña. También los etnográficos y productivos. Todo, bajo el marchamo de la ganadería caprina, tan abundante por estos lares, amén de los saberes que conllevan los oficios que su trato requiere: el de cabrero y cabrera.

De hecho, y gracias a nuestras caminatas por estos andurriales, no hace mucho tiempo publicamos un libro que, bajo el título de “Cabreras y Cabreros en las Serranías andaluzas” venía a sintetizar lo que dicha actividad supone para la etnografía, la economía del lugar y la conservación de medio ambiente.

Me pareció oportuno proporcionar un ejemplar a cada uno de los niños para que, en familia o en clase, tomaran contacto con la temática.

Se trataba de una actividad ideal para llevar a cabo lo que, eufemísticamente, denomina la LOMLOE como “Situación de Aprendizaje”.

El mundo de las cabras, cuya presencia nos ha acompañado durante todo el recorrido, nos ha servido para indagar, tanto en el trabajo que conlleva su mantenimiento, como en la expresión más vívida de lo que puede acarrear el hecho de atreverse a vivir en libertad, como es el caso de este indomable animal. Un “atreverse a vivir en libertad” que, llevado al mundo de la Educación, supone para padres, profesores y ciudadanos confiar en los muchachos, dejándoles que desarrollen sin cortapisas los instintos, valores y aptitudes que llevan dentro.

¡Y era de ver a estos críos yendo de una parte para otra, subiendo lomas, culminando alturas, indagando los secretos de la sierra, al par que manejando todo tipo aparatos (grabadora, móviles, cámara de fotos, prismáticos, blocs de dibujo) para llevar a cabo el estudio las de plantas, el acopio de piedras o buscando indicios antropológicos…!

Apenas advertidos con unas breves indicaciones (“mirar por dónde pisas”, “no remover piedras” y “seguir las veredas que marcan los recorridos de las propias cabras”), todo ha sido un ir y venir a la búsqueda de lo que nos más nos llamara la atención.

¡Y ha resultado su propio movimiento, sus propios intereses y las responsabilidades de que se han armado como se ha hecho realidad el milagro del aprendizaje autónomo y colectivo al mismo tiempo!

Este dinamismo, esta libertad de acción (siempre bajo la atenta mirada de sus tutores) ha dado unos resultados excelentes.

Sí, ya sé. Con niños de la ciudad, acostumbrados a salir a la calle de dos en dos y cogidos de la mano (por mor del peligro que conlleva la circulación de vehículos y la propia dinámica urbana) este tipo de aprendizajes en libertad sería impensable. Pero con niños rurales, acostumbrados a bregar por estos campos, la operación no ha resultado en absoluto prohibitiva. ¡Ay del profesorado urbano que intenta traer al mundo rural los temores y cortapisas urbanos!

Por eso hacía falta un cambio de actitud del profesorado. Del “no corras”, “no te subas”, no te caigas”, hemos pasado a un atreverse a salir de las aulas, a confiar en los muchachos, a tomar conciencia de la vida de ahí fuera. A indagar, en definitiva, por nuestra cuenta y a desarrollar nuestras propias facultades corporales y fisiológicas. Un ejercicio en el que, como decíamos, los instintos primarios, la agudeza de los sentidos, la finura de las percepciones y la vivencia de las emociones, han sido posibles.

De seguir esta dinámica, estos muchachos y muchachas van a poder plantar cara a esa “inteligencia artificial” que se les viene encima. Van a ser capaces de distinguir lo real de lo ficticio, lo palpable de lo meramente tecnológico, lo sensorial de lo algorítmico. En definitiva, a ser más auténticos y mejores personas…; a llevar a cabo un auténtico ejercicio de libertad y autonomía.

Con todo, y una vez en la cabreriza, lo que más nos ha atraído ha sido el contacto físico con los animales, sobre todo los chivos… La entrevista que los niños han hecho a los cabreros Irene y Miguel ha supuesto para ellos todo un revulsivo y un descubrimiento. También conocer la simbología que en torno a las alturas ha creado desde antiguo el espíritu humano, sobre todo el romántico que nos caracteriza. Para esto último hemos llevado a cabo rituales prehistóricos, recogiendo huesos de cabra esparcidos por el campo y ofreciéndoselos a “Las Alturas” para que nos concedieran, hipotéticamente, la tan deseada agua de lluvia. Tras la seriedad de las invocaciones “Cuando el Hacho tiene gorro (niebla), agua hasta el morro…” y los ofrecimientos suntuarios, ha resultado divertido entonar juntos y al unísono aquella canción del “Que llueva, que llueva, la virgen de la cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan…”

Ya de vuelta y felicitándonos los profesores por llevar a cabo semejante forma de educar, nos ha dado por reflexionar en voz alta a cerca del daño que está suponiendo la Educación Reglada para el espíritu y el desarrollo natural de los niños.

Ahora que estamos en período Electoral -he reflexionado yo en voz alta-, resultan llamativas las propuestas que entorno a la “Mejora de la Enseñanza” nos proponen los partidos políticos. Bajo el marchamo de que con más dinero y más inversiones la formación mejorará, se está promoviendo un adiestramiento que ha convertido a nuestros niños en “chivos expiatorios” de una sociedad aquejada de frustraciones y engaños.

A base de promulgar leyes y más leyes, de aprobar currículum obsoletos, de levantar infraestructuras fracasadas y de otorgar titulaciones inservibles han convertido la Escuela en una rémora. Una destrucción de las admirables capacidades y predisposiciones que tienen los niños para el Aprendizaje. También y como resultado, una sociedad absolutamente desconsiderada con los elementos naturales, los recursos y los seres vivos del entorno.

Y es que, siempre sucede lo mismo: a la hora de buscar chivos expiatorios, los débiles, los que no pueden defenderse, las minorías, los inmigrantes…, los niños, en nuestro caso, se convierten en “cabeza de turco” sobre los que hacemos recaer nuestros fracasos e incapacidades como sociedad. En vez de proyectar desde la Educación valores positivos que contribuyan a convertir a nuestros niños en personas libres, responsables, inteligentes y solidarias, les damos a beber la cicuta del entretenimiento, el conformismo y la resignación. Unos valores negativos que, a la postre, redundarán en que nadie se atreva a pensar y actuar en libertad.

¡Qué inocentes son los niños, Molinera!

¡Venga, acompáñame con tus rebuznos a entonar aquella serrana que para ellos he compuesto y que interpretaremos con nuestra armónica!

Fríos sonidos surcan la noche,

graznidos de mochuelo y de alimoche.

En tu vientre de madre nace una luna;

una luna que brilla como ninguna.

Cabras en celo aquí en la sierra.

y estrellas enceladas allí en el cielo.

 

Isidro García Cigüenza

Blog personal ARRE BURRITA

artífice e impulsor

de la Pedagogía Andariega

 

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Isidro García Cigüenza

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