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Tomás Moreno Fernández: «El juicio de Sócrates: El filósofo en la ciudad (1/3). Momentos estelares de la Filosofía, 1º»

I. EL ENIGMA DE SÓCRATES

«Matar a un hombre para defender una causa no es defender una causa, es matar a un hombre» (Sébastien Castellion, De haereticis, an sint persequendi (1554) (1).

Dentro de nuestro Café filosófico Zétesis (en griego clásico: examen, reflexión), abordamos, como ya sabéis, además de cuestiones filosóficas de interés y de otras específicamente relacionadas con algún filósofo, filosofema o problema filosófico, toda una serie de episodios que hayan sido susceptibles de cierta celebración por su importancia y trascendencia o de polémica y divergencia a lo largo de la historia de la Filosofía y de la Ciencia —entre los que podemos destacar, a manera de ejemplo, los juicios y condenas sufridos por filósofos, teólogos y científicos como Spinoza, G. Bruno, M. Servet, Galileo por defender sus ideas, doctrinas o teorías— o que constituyan, en definitiva, un momento estelar o memorable para la Historia del pensamiento Occidental (2).

Hoy, hemos elegido para su debate y discusión un tema que reúne ambos requisitos: por una parte, el interés de la figura elegida, enigmática y contradictoria como pocas, y, por la otra, la elección del episodio más dramático de su vida que, sin duda, constituye objeto de controversia y, al mismo tiempo, es considerado uno de los momentos estelares de la historia de la filosofía occidental. Nos referimos, claro está, al Juicio de Sócrates.

Espero que las sesiones sean de vuestro interés. Y sin más preámbulos comenzamos la primera. En esta ocasión, los intervinientes fundamentales en el diálogo o coloquio somos cinco profesores: un filósofo, un historiador del mundo Antiguo, un filólogo clásico helenista, un profesor de ética y un politólogo.

FILÓSOFO.– Si existe algún acontecimiento estelar en la historia de la filosofía occidental, nadie dudará que el Juicio de Sócrates es uno de ellos y que representa, si no el acta misma de su fundación (su titularidad se remontaría a los llamados Presocráticos), uno de los momentos en que el espíritu humano toma conciencia de la estrecha vinculación de la filosofía con la ciudad, con la polis, y con los problemas ético-políticos que se derivan de la compleja y siempre problemática convivencia humana. Se trató, en verdad, de un momento paradigmático, que troquelará con perfiles indelebles el devenir mismo de la cultura occidental.

Y ese momento, tiene como protagonista a un anciano filósofo ateniense, famoso por su callejear constante, dialogando y debatiendo con todo aquel conciudadano que saliese a su encuentro, sobre lo divino y lo humano, sobre las cosas más nobles y excelsas y sobre las más humildes y cotidianas, y cuestionando sistemáticamente los dogmas y las verdades establecidas en la Ciudad o -como diríamos hoy- lo “políticamente correcto”. Ese anciano e itinerante filósofo fue Sócrates.

Figura proteica y complejísima, cuya doctrina y personalidad han sido históricamente objeto de profundas controversias. Señalemos cómo entre los autores que tratan de su figura y personalidad abundan aquellos que nos la presentan como un problema (F. Nietzsche (3), V. De Magalhaes Villena (4) como un enigma o un mito (F. H. Spiegelbert, B. Q. Morgan y A. H. Chroust (5)) o como personificación de una paradoja (G. Vlastos) (6). Y cómo nos han mostrado las más diversas, y aún contradictorias, imágenes del maestro ateniense. Es, por ello, necesario que, antes incluso de trazar un perfil biográfico del mismo, conozcamos someramente el contexto histórico social y cultural en el que va a desarrollarse su vida, su actividad pensante y su enseñanza. Cedo la palabra a nuestro historiador del mundo clásico quien, estoy seguro, podrá pergeñar brevemente ese contexto.

HISTORIADOR. — Con mucho gusto, profesor. Lo más significativo del mismo es que la juventud de Sócrates coincide con la época de esplendor de la Atenas de Pericles (7). Desde las victorias griegas de Maratón (490 a. C.) y Salamina (480 a. C.) contra los persas, hasta la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.) transcurren unos cincuenta años de paz y prosperidad. Se embellece la ciudad, se edifica el Partenón; se desarrollan el comercio y la industria artesanal, etc. Atenas se ha convertido en el centro económico y cultural de toda Grecia. Con el comienzo de la Guerra del Peloponeso (en el 431 (8), en la que tomará parte Sócrates, entre las coaliciones formadas por Atenas-Corcira y Esparta-Corinto, va a iniciarse una época turbulenta que comportará, más tarde, la crisis de la democracia y de la misma Polis ateniense.

En el 411, tras violentas convulsiones políticas, cae la democracia y el poder pasa a manos de «los cuatrocientos tiranos» y, poco después, en el 404, «de los treinta tiranos» quienes, apoyados por Esparta, ejercen una sangrienta dictadura. El terror oligárquico acaba en el 403 con la revolución democrática. Pues bien, esta revolución coincide con el final de la vida de Sócrates, quien será víctima propiciatoria para saldar viejas cuentas políticas.

FILÓSOFO. — Trazado así el marco en el que va a desarrollarse su vida, es pertinente pergeñar algunos datos de su biografía. Sócrates (470-399) nace en Atenas, en el demo de Alópeke, hijo de Sofronisco, artesano escultor, y de Fenáretes, de oficio partera. Parece que disfrutó durante su vida de una modesta renta anual (unas 70 «minas»), heredada de sus padres, lo que le permitió vivir sin «trabajar» -como era propio de todo buen ciudadano- y sin excesivas preocupaciones económicas. Participó en la Guerra del Peloponeso como hoplita. Casó con Xantipa y tuvo un hijo, Lamprocles.

Parece que en su juventud estudió astronomía, matemáticas y música; escuchó las lecciones de Arquelao, discípulo de Anaxágoras, y se sintió preocupado por las cuestiones cosmológicas y de filosofía natural. Pudo también conocer las enseñanzas de Zenón, Parménides, Empédocles y Alcmeón de Crotona. Es seguro que se relacionó con los sofistas en su período de su juventud: Protágoras, Hipias, Pródico y Trasímaco. Wilhelm Nestle afirma que Sócrates se encuentra respecto a la Sofística en una situación parecida a la de Kant respecto a la Ilustración: es al mismo tiempo su culminación y su superación (9).

PROFESOR de ÉTICA. — Ciertamente, la relación de Sócrates con la sofística fue asidua y controvertida (10). En efecto, poco antes de iniciarse la guerra del Peloponeso, en el 434, Sócrates comenzó su enseñanza aparentemente como un sofista más (Aristófanes, en sus comedias, nos lo ridiculiza como tal). Pero, en verdad, Sócrates no lo era: tenía de ellos su anarquismo, su rebeldía, su arrogancia y su gusto por la discusión o argumentación dialéctica, así como su capacidad persuasiva, pero se diferenciaba de ellos en que no era un profesor mercenario y en que buscaba la verdad («aletheia«) más allá de la opinión de la mayoría (“doxa”), utilizando en su indagación la fuerza del argumento racional (no era un «misólogo» —enemigo del Logos— como, según Platón, eran los sofistas): “¿Qué nos importan” -dijo en cierta ocasión- “las opiniones de los otros, aunque sean la mayoría? Lo importante es lo que tú y yo en nuestro coloquio, razonando, concluyamos”.

Sócrates desprecia y repudia, pues, la pedagogía mercenaria y la frivolidad intelectual de los sofistas. Sus enseñanzas, por el contrario, están impulsadas por el amor a sus jóvenes discípulos y por su pasión por el autoconocimiento y por la reflexión intelectual y el autoexamen: «Una vida sin examen (“zetesis”) no es digna de ser vivida por un hombre» (11) (Apología de Sócrates) (12) era su más querida máxima.

El punto de partida de su enseñanza fue eminentemente éticomoral (13): el filósofo toma conciencia de la ruina y decadencia moral de la polis ateniense y atribuye esa crisis a las corruptas, frívolas y disolventes doctrinas sofísticas. Desengañado, por otra parte, de las ya agotadas especulaciones cosmológicas de los últimos presocráticos, que con Anaxágoras habían desembocado en un burdo «mecanicismo», Sócrates decide orientar sus investigaciones y reflexiones al tema ético y antropológico: a la búsqueda de las «ethikás aretás» (virtudes éticas). Y esas «ethikás aretás» nada tienen que ver con la «areté política«, tal y como preconizaban los sofistas, sino con la «areté» del alma, con la búsqueda de la propia perfección moral interior: «therapéia tés psychés», el «cuidado de las almas», podría ser el lema inspirador de su doctrina ética y de toda su enseñanza filosófica y moral.

Pero no por ello su doctrina se desentendía de la “política” en sentido estricto: para Sócrates la verdadera política se sustentaba en la ética de todos y cada uno de los ciudadanos. Sócrates se proponía, pues, hacer mejores a sus conciudadanos, induciéndoles a «conocerse a sí mismo», a la práctica de las virtudes (la piedad, el valor, la honradez), a «preferir sufrir injusticia antes que cometerla» (Gorgias) y, en fin, a preferir los bienes espirituales y de la interioridad humana por encima de los bienes del cuerpo: el poder, las riquezas o el placer.

La misión que se impuso a sí mismo fue, pues, formar y despertar la conciencia de los atenienses, haciéndoles tomar conciencia de las cuestiones éticas y morales, necesarias para la regeneración moral de la Polis (ciudad) y volcar su atención sobre ellas. La Apología de Sócrates (Platón) es, sin duda, la mejor exposición de su doctrina moral, la mejor síntesis de su enseñanza y la mejor defensa y justificación del papel o función (radicalmente «crítica») de la filosofía y del filósofo en la sociedad (14).

En ella, Sócrates llega a comparar su relación con la ciudad como la existente entre el tábano (15) y el caballo, cuyo constante aguijonamiento impide que se duerma o amodorre. Así nos lo refiere Platón, poniendo en su boca estas palabras: “Pues si me matáis no encontraréis otro como yo, al que Apolo ha puesto como un tábano que picase a un caballo de sangre, pero algo perezoso, para mantener despierta a la ciudad, sin perdonar a ninguno con mis continuos sermones. Vosotros, pues, podéis matarme, si os dejáis convencer por Anito; pero luego, a no ser que el dios os enviase otro que me sustituyera, os entrará un sueño eterno, un sopor inabarcable” (Apología de Sócrates).

FILÓSOFO. — Quiero recordar en este momento y en apoyo a lo dicho por nuestro profesor de ética, algo que ya saben todos Uds.: que Sócrates no escribió nada y que su enseñanza fue exclusivamente oral. George Steiner, el gran pensador austríaco-francés y profesor de Cambridge, nos lo ha recordado recientemente en un maravilloso libro, Lecciones de las Maestros, mostrándonos cómo la oralidad, la palabra hablada, antes que la escritura era parte integrante y esencial del acto de la enseñanza (16). En ese libro establece un bello parangón entre Sócrates y Jesús, ambos Maestros, ambos ágrafos. Con explícito humor e ironía al referirse a su forma de enseñanza escribe lo siguiente: “Un buen maestro, pero no publicó”: éste es el final de un irreverente chiste de Harvard sobre Jesús de Nazaret y su falta de condiciones para ser profesor titular. En el trasfondo se oculta un hecho trascendente. Ni Sócrates ni Jesús confían sus enseñanzas a la palabra escrita.

Sólo en dos ocasiones, a través de Platón, recurre el maestro a la consulta de un rollo; en ninguno de los dos casos es él su autor”. [En el caso de Jesús] “la única y enigmática excepción aparece en Juan 8, 1-8. Interrogado por los fariseos acerca de una mujer sorprendida en adulterio, “Jesús se inclinó, y con los dedos escribió en el suelo, como si no los oyera”. Lo hace por segunda vez después de su radiante desafío: El que esté libre de culpa, que tire la primera piedra”. No se nos dice nada de lo que escribió en la arena ni en qué lenguaje estaba escrito (17).

Me gustaría, después de esta aleccionadora anécdota, que alguno de vosotros nos explicara el método utilizado por el Maestro ateniense para exponer su enseñanza moral, aunque sé que deberemos dejarlo para la próxima sesión, pues se nos ha hecho tarde.

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS

1) Palabras escritas por el reformador y humanista francés, a propósito de la ejecución en la hoguera, en Ginebra, de Miguel Servet por orden de Calvino (1553).

2) El título de este diálogo se inspira en el famoso libro Momentos estelares de la humanidad del inolvidable escritor vienés Stefan Zweig (1881-1942): “Los he denominado así —escribía nuestro autor—, porque, resplandecientes e inalterables como estrellas, brillan sobre la noche de lo efímero”.

3) Friedrich Nietzsche, “El problema Sócrates” en El ocaso de los ídolos, Cuadernos ínfimos, Tusquets Barcelona, 1972.

4) V. De Magalhaes Villena, Le probleme de Socrate, 2 vol., París, 1952.

5) A. H. Chroust, Sócrates. Man and Myth, Londres, 1957.

6) G. Vlastos, «La paradoja de Sócrates», Revista de Occidente, 2ª época, IV (enero-marzo, 1964).

7) Véanse, por ejemplo, los estudios sobre Sócrates de A. Tovar, Vida de Sócrates, Revista de Occidente, Madrid, 1947; A. E. Taylor, El pensamiento de Sócrates, F. C. E., México, 1961; F. M. Cornford, Antes y después de Sócrates, Ariel quincenal, Barcelona, 1980; A. Gómez Robledo, Sócrates y el socratismo, México, 1966.

8) En adelante sólo citaremos el año, se entiende que todas las fechas remiten al siglo V antes de Cristo.

9) W. Nestle Historia del espíritu griego, Ariel, Barcelona, 1961.

10) Véase: A. Alegre, La sofística y Sócrates, Barcelona, 1986.

11) Martha C. Nussbaum, «El autoexamen en Sócrates», en El cultivo de la humanidad. Una defensa de la reforma en la educación liberal, Editorial Andrés Bello de España, Barcelona 2001, pp. 37-77.

12) Platón, «Apología de Sócrates«, editorial Alhambra, Madrid, 1985.

13) N. Bilbeny, Sócrates. El saber como ética, Península, 1998.

14) Véase al respecto: Rafael del Águila, Sócrates furioso. El pensador y la ciudad, Anagrama, Barcelona, 2004.

15) Tábano: insecto semejante a la mosca pero de mayor tamaño, que produce fuertes picaduras (vulg.: mosca cojonera).

16) Gerge Steiner, Lecciones de los Maestros, Siruela, Barcelona, 2011, p. 18. Y lo expresa así: “El maestro habla al discípulo. Desde Platón a Wittgenstein, el ideal de la verdad viva es un ideal de oralidad, de alocución y respuesta cara a cara. Para muchos eminentes profesores y pensadores, dar sus clases en la muda inmovilidad de un escritorio es una inevitable falsificación y traición” (Ibid, p. 18).

17) Ibid, p. 40.

 

 

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