Estos hermanos fosores,
guardianes del cementerio,
con sus hábitos marrones
y la mirada hacia el suelo
donde se alinean las huellas
de sus sandalias de cuero,
ignotos tras sus capuchas
e inmunes al desaliento,
han ofrendado su vida
al entierro de los muertos,
junto al rezo de plegarias,
responsorios y mementos
que, entre los verdes cipreses
cimbreados con el viento,
van y vienen por las tumbas
acompasando silencios
nimbados de blancas nubes
suspendidas en el cielo.
La Congregación laical
de los fosores cristianos
la creó Fray José María
de Jesús Crucificado,
que era un fraile anacoreta,
humilde y samaritano,
allá en los años cincuenta
del siglo XX pasado,
designando ser Guadix,
con plácet del obispado,
donde cobijo tuvieran
los piadosos ermitaños
que conviven día a día
con el dolor del Calvario.
Enterrar a los difuntos,
custodiar el camposanto,
pedir por vivos y muertos
rezando el Santo Rosario,
la Liturgia de las Horas
ante el Sagrario postrados,
es la gran dedicación
de estos frailes accitanos
viviendo al margen del mundo
y en su ascetismo enclaustrados.
A la hora de un entierro,
mientras dobla la campana,
estos hermanos fosores
de austeridad carismática,
junto al ataúd caminan
desde la puerta de entrada
y en silencio hasta la tumba
a la familia acompañan
donde al difunto bendicen
encomendando su alma;
luego, despiden el duelo
y al quedarse todo en calma
custodian la sepultura,
siendo la Sierra Nevada
el haz de luz que ilumina
los destellos de las lápidas
para luego adormilarse
al socaire de las tapias.
Se levantan de sus catres,
antes de llegar el alba,
los beatíficos fosores
de la ciudad accitana,
para cuidar con desvelo
las fosas donde descansan
quienes ya abandonaron
la singladura mundana,
dejando sólo el recuerdo
en las personas amadas
y en aquellos sus amigos
de tertulias cotidianas.
Los venerables fosores
de la ciudad accitana,
generosos con los hechos
mas parcos en la palabra,
recordando a los latinos
al decir: “verba, nom; ¡facta!”,
tienen que ser protegidos
y su labor potenciada
por la generosidad
y actitud humanitaria
de estos frailes consecuentes
con la caridad cristiana
de sepultar a los muertos
mientras rezan por sus almas.
Próximo romance: MENCÍA DE MENDOZA
Anteriores entregas:
II. Ángel Ganivet García (Granada, 1865 – Riga, 1899)
III. Ibn Zamrak (Granada, 1333 – 1394)
IV. Isabel de Solís, Soraya (Martos, Jaén, – ¿Sevilla? S. XV, 2ª mitad)
V. Mira de Amescua (Guadix, 1577 – 1644)
VI. Francisco Alonso (Granada, 1887 – Madrid, 1948)
VII. Juan Latino (Cabra o Etiopía, 1518 – Granada, 1597)
VIII. Chorrojumo (Ítrabo, 1824 – Granada, 1906)
IX. San Juan de Dios (Montemor: Portugal, 1495 – Granada, 1550)
X. Boabdil (Granada, 1460 – Fez, 1533)
XI. Doña Juana I de Castilla (Toledo, 1479 – Tordesillas, 1555)
XII. Alonso Cano (Granada, 1601 – 1667)
XIII. Elena/Eleno De Céspedes (Alhama de Granada, 1545 – Yepes ¿1588?)
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