Alumno: ¿Qué busca usted con tanto afán en ese libro de Historia de la Pedagogía, señor Isidro?
Maestro: Esa misma pregunta me hizo una compañera tuya no hace mucho. Te lo explico: busco las fuentes que conformarán los distintos arroyos del conocimiento educativo y que acabarán desembocando en el caudaloso río que será “La Pedagogía Andariega”.
Alumno: ¿Y lo busca usted a la vieja usanza, en un libro antiguo como es ese? ¿No maneja acaso Internet?
Maestro: ¡No compares! Acércate. Tócalo, hojéalo y huélelo. Luego, tú dirás…
Alumno: ¡Hala! ¡Hay pétalos de flores disecados por todas partes…! ¡Y está todo él absolutamente lleno de subrayados y acotaciones al margen…! Se diría que, en su día, usted no se lo leyó, sino que textualmente “se lo bebió”.
Maestro: Así fue… Se trata de la época en que, siendo un alumno rebelde como yo era, trataba de poner en jaque a mis propios profesores de la Escuela de Magisterio donde estudiaba. Renegaba de su forma de preparar a los futuros maestros y para ello me esforzaba por empaparme de las distintas corrientes educativas habidas en la antigüedad, precisamente para poder llevarles la contraria con cierto fundamento.
Alumno: Aquella rebeldía le costaría a usted más de un disgusto…
Maestro: Aquellas profesoras y profesores tenían una cosa que les hacía verdaderamente admirables: sabían apreciar en sus alumnos el empeño por documentarse y atreverse a exponer ideas propias. Y ello por muy apoco experimentadas y arbitrarias que fueran… Por eso, y aunque me aprobaban siempre raspando el cinco (justificándolo con que mis respuestas salían por peteneras y no se ajustaba exactamente a las preguntas de sus exámenes), daban por bueno mi afán alborotador…
Alumno: ¿Y encuentra en esa Historia antecedentes preclaros de su Pedagogía Andariega?
Maestro: ¡Sin duda alguna! Si no te cansas de mi compañía y sigues empeñado en que realicemos juntos esta caminata, tendremos ocasión de ir descubriendo las fuentes de las que te hablaba y que suponen para nuestra Pedagogía el líquido vital que nos alimenta. En concreto y ahora mismo estoy repasando las aportaciones que se hicieron en la etapa del Renacimiento, a partir de la gran revolución cultural que trajo su Humanismo.
Alumno: ¡Mmmm! ¿Pasa usted de las Pedagogías Clásicas a las Renacentistas, saltándose la Edad Media? No sé por qué, me da la impresión señor Isidro de que huye usted de ese período como si del diablo o, mejor aún, como si del mítico dragón de fuego se tratara…
Maestro: ¡Y no te falta razón! Ese es un período que, hoy por hoy, se me sigue atragantado. Me causan admiración, sí, sus obras arquitectónicas y, por ende, los oficios artesanales que las desarrollaron, pero las ideas-fuerza educativas que movieron dicho período: educar súbditos para el Imperio y fieles para la Iglesia, me producen escalofríos. Lo mismo que el hecho de haber puesto a caminar a miles de personas (precisamente yo que admiro a los andariegos) en pos de una idea tan cainita como resultó ser el empeño por recuperar los Santos Lugares, a partir del tinglado sanguinario que supusieron Las Cruzadas…
Alumno: No pienso rebatirle esa cuestión. Centrémonos en el Humanismo renacentista, si tan interesante le resulta…
Maestro: Según entiendo la cuestión, la aportación más importante que hizo el Renacimiento fue recuperar la antigua civilización grecorromana. La primera y única que logró llevar a cabo formas de libre convivencia democrática. Griegos y romanos educaban conscientemente en el ser humano la capacidad de constituirse en miembro autónomo de un estado fundado en el derecho. Un estado donde las cuestiones comunes se discutían con el método de la persuasión racional, no de la imposición dogmática. Los nuevos humanistas eran, por su parte, perfectamente conscientes de estar luchando contra la zafiedad de la Edad Media.
Alumno: ¿Y qué tienen en común con su Pedagogía Andariega?
Maestro: Pues que ellos lo hacían a partir de un ideal de formación plena, cosa que, salvando los tiempos y las distancias, se incardina perfectamente con el modelo que propugnamos desde nuestra Pedagogía. El buen estado físico y mental, la filosofía, la poesía, el arte y la ciencia se nos muestran como un instrumento de liberación: ellos huyendo del fanatismo y las estructuras inmovilistas, nosotros del sedentarismo y la tiranía político-tecnológica actuales.
Alumno: ¿Y existe en ese período algún referente concreto…, algún autor que le sirva a usted especialmente de referencia?
Maestro: No me gusta ni un pelo, querido alumno, el aire que está cogiendo esta conversación… En la metodología que intento implementar, sois vosotros, los alumnos, los que tenéis que descubrir las verdades a partir de mis interpelaciones… Y no sé por qué me da la impresión de que, aquí, el interpelado soy yo. ¿Tenéis alguna asignatura en Magisterio en la que se os hable de dichos autores renacentistas y sus didácticas?
Alumno: La verdad es que no. En primero tuvimos una que se aproximaba un tanto a los planteamientos que hacía usted anteriormente. Se trata de la titulada “Filosofía, Ética y Educación Moral”, pero propiamente de Historia de la Pedagogía, no que yo recuerde. Al menos en mi facultad.
Maestro: ¿Y qué planteamientos comunes con los nuestros son esos?
Alumno: Si su metodología es sacarme los colores, me doy la media vuelta y aquí se queda usted con sus pensamientos.
Maestro: ¿He dicho algo que te haya molestado?
Alumno: De sobra sabe usted que todo lo que académicamente huela a “idearios”, “contenidos”, “competencias” y “metodologías” tiene doble lectura. Sobre el papel, todo resulta brillante e ideal, pero la realidad es otra…. Al final, esta carrera de Magisterio se traduce en un “Toma y daca”. Ellos, los profesores, todo el tiempo con el “Toma, toma y toma contenidos…” y los alumnos: “Daca, daca y daca créditos…”
Así, donde se dice: “Esta asignatura se construirá desde una concepción de la Filosofía como lugar de reflexión y diálogo, enfocada siempre a los que consideramos los tres aspectos básicos de la realidad humana: el crítico, el creativo y el ético. Dicha reflexión supondrá una preparación para el cambio y la transformación y, sobre todo, como base de la educación democrática y como preparación a la ciudadanía…
Ha de traducirse en la práctica en lo que sigue: “3 grupos de clases teóricas de 50 alumnos y 6 grupos de seminario de 25 alumnos. Clases en gran grupo: 1,5 horas x 11 semanas = 16’5 horas. Seminarios (por alumno): 2 seminarios x 1,5 horas x 11 semanas = 33 horas. Tutorías (por alumno): 2 al cuatrimestre x 0,5 horas = 1 hora. Total: 3 créditos.”
Maestro: Perdón, perdón… No era mi intención sacarte los colores, como tú dices. Siempre queda la opción vocacional de salirte del sistema e irte a formar en otra parte…
Alumno: Es lo que pretendo con estas excursiones en su compañía…
Maestro:¡Ah, eso está muy bien! Pues respondiendo a tu pregunta sobre si existe algún autor renacentista que sirva de referente para nuestra Pedagogía Andariega te diré que sí. Y no es precisamente Dante, Petrarca, Erasmo, Alberti, Luis Vives o el francés Pierre de la Ramée, aunque todos hicieran aportaciones llamativas. Éste último, por ejemplo, nos dejó su “Didacticae instituciones” con la que pretendía formular las reglas de una lógica que no fuese aristotélica, sino que siguiese el procedimiento natural del razonar humano y se aproximase su enseñanza a las necesidades de la vida real. ¡Un principio “Andariego”, donde los haya!
Alumno: ¿Y quién fue ese autor si puede saberse?
Maestro: Espera, no tengas prisa por saberlo. Porque como nos sucede a nosotros, ellos también bebieron de otras fuentes, haciendo, por su parte, aportaciones verdaderamente relevantes. Me llama la atención en ellos, por ejemplo, que, al contrario de lo que sucede hoy que se prepara a los niños de Primaria para que sean buenos alumnos en Secundaria, y a estos para Bachillerato, y a éstos para la Universidad… aquellos se preocupaban en formar personas en cuanto personas. Las distintas materias no se estudiaban por ellas mismas, sino porque se las consideraba las más aptas para desarrollar armoniosamente las facultades del individuo. Me encanta el carácter placentero con que algunos autores impregnaban sus enseñanzas; también esa armonía o desarrollo global en la persona que propugnaban; la igualdad de sexos, la importancia de los padres predicando con el ejemplo…. Y más todavía la importancia de la educación activa a partir de los propios intereses del alumnado. Y lo curioso es que lo mismo que propugnamos nosotros, también ellos daban enorme importancia a la movilidad como fuente de salud, experimentación y conocimiento…
Alumno: Me reitero en lo mismo ¿Quién fue ese autor y qué legado dejó si puede saberse?
Maestro: Pues, amigo mío, si, tanto te interesa… vas a tener que ser tú mismo quien lo averigüe. Tres pistas te doy: su nombre, Bernardino; era de Siena y escribió aquella frase antológica que ahora mismo a ti te afecta y que se ha convertido en uno de los goznes, en una de las bisagras sobre la que pivota nuestra Pedagogía Andariega: “Ponte a aprender lo que tu naturaleza te reclama”.
Isidro García Cigüenza
Blog personal ARRE BURRITA