Pasados unos días, pocos, se supo que la “pedida de mano” sería muy pronto. Por “el pedimento”, se conocía y conoce en Benalúa.
Corrían finales de abril y muchas cosas había que hacer aún.
En esas primaverales y hermosas jornadas de mañanas serenas, repletas de luz. Con el rocío en sus campos, que refleja en las hojas de la verde hierba su frescor.
Con tardes hermosas, preñadas de aromas de mil flores silvestres que visitan abejas, y que invaden sus tierras.
En esos luminosos días, se suelen coger las fechas de las bodas. La que nos ocupa, se había fijado para el 18 de Junio.

Hasta llegar a ella, los novios y familia, habían de preparar y hacer mucho, para que quedara bien. Era una de sus principales deseos. Tenían que bajar a Granada a terminar de comprar los muebles y comprarse las prendas de vestir.
De especial preocupación era decidirse por un determinado vestido de novia, que el día más importante de sus vidas ésta habría de lucir y, claro, querría cumplir con todos aquellos sueños que en su más secreta intimidad guardaba y que tantas veces había soñado. Era lo que más tiempo ocupaba, sobre todo a la futura esposa.
Hacer compras y acopio de las viandas que, para el “refresco” necesitaban. Así se conocía entonces, el banquete a celebrar. Ellos preparaban, cocinaban y servían, ayudados por alguna de las cocineras del pueblo que había. Una de varias que, por su experiencia para estos eventos, contratarían.
En Benalúa no se contaba (a mediados de los cincuenta del siglo pasado) con ningún lugar, con salón, restaurante o espacio cualquiera, que tuviera condiciones y capacidad donde celebrar tan importantes actos. La falta de aparcamiento no era problema, lo que si podía representarlo sería, que las casas de los contrayentes no fueran suficientes y aptas para ello.
Había entonces varias casas en nuestro pueblo que a las bodas le eran prestadas, claro, que con una pequeña aportación y ayuda que seguro, le abonaban.
Una de éstas, era la de la Chacha, en la plaza del pueblo y otra la de la Carmela de la “Manganges”, arriba del Paseo y cerca del pilar, junto a la vivienda de la numerosa y gran familia de “Los Ramírez”.
En ambas, siendo yo niño, asistí con mis padres a varias bodas.
Los niños en la puerta, y durante la celebración del refresco, no sé de qué costumbre ello partía, pero dando gritos y voces, a los padrinos gritaban adulando y alabando su esplendidez, para que éstos, agradecidos, regalaran peladillas, almendras, caramelos y alguna otra vianda, lanzaran con fuerza, y a puñados, sobre aquellos chavales. Se organizaba un gran tumulto y un montón de niños que, nunca satisfechos, seguían y seguían con sus gritos y ruegos.

Esa casa, contratada para el evento, había de ser amueblada y preparada de sillas y mesas, para los comensales, aquellas eran pedidas y prestadas a vecinos y familia, siendo de igual forma preparadas las mesas. Tablas y pies de estas eran, de las usadas en los hornos de pan, donde se colocaba para su elaboración. Cubríanse las improvisadas mesas con manteles de hule, recopilados de la misma forma.
Sí complicado era el acopio de sillas y mesas, mucho más lo era su reparto y devolución a sus dueños. Quebradero de cabeza sufrido por hermanos o familiares de los contrayentes.
En la vorágine de preparaciones, el padre del futuro esposo, se entrevistó una tarde, en una taberna del pueblo, con el progenitor de la novia y, ambos, acordaron cuándo la familia de aquel visitaría la casa de la novia para el “pedimento” de mano y para hablar sobre la ceremonia y evento que estaban preparando.

Por ambos fue acordado que el cinco de mayo harían la visita.
En la puerta del cine expuesta y, en el quicio de su entrada, con aquellas letras blancas pintadas a pincel (aún recuerdo sus trazos ya que muchas veces me gustó leer) la pizarra negra anunciaba la película de la semana, que se proyectaría el domingo en aquel cine que había, frente a las Casas Nuevas de la calle principal del pueblo, calle Madrid. Construido por el muy conocido Sr. Pepe García y don Rogelio Afán de Rivera.
Seguro que grato recuerdo para muchos será, de aquellos que alguna vez traspasaron la puerta que les llevaría a un mundo de fantasía.
Piénsese que, entonces, invento no muy viejo ni antiguo era el cine, por eso a las gentes enormemente le atraía, no sólo por las historias y batallas proyectadas, sino porque no se acababan de creer y ni comprender podían, la grandeza de que unos personajes se movieran en la pared y, además ya, hablaran.
Fue aquel cine, centro de diversión del pueblo, por muchos años y, nada más terminado de construir sobre principios de los cincuenta y comenzado a funcionar, hubieron de agrandarlo, ya que en él no cabían todos los benaluenses y foráneos que asistían.

Los dueños de aquel local, a partir de entonces, comenzaron a alquilarlo y pasó a ser utilizado como salón de baile. Contaba con un característico y raro artilugio, colocado a mitad de la sala, en la pared y arriba de esta. Una especie de tablón abatible que, con unas cadenas sujeto, quedaba en horizontal al abrirlo y era utilizado por la orquesta que amenizaba el evento, desde allí subidos.
También lo ofrecieron como salón de celebración de bodas. Algunas empezaron a utilizarlo como tal, pero estaba muy arraigada la costumbre de celebrar el refresco de boda en las casas de los novios y, por ello, se tardó algo hasta que todos los banquetes se fueron allí.
En toda esta adaptación de traslado de mentalidad, y de lugar de celebración de convites, hubo una época que a medias se hacía.
Primero en el cine se daba una especie de refrigerio, con reparto de bocadillos, de dulces en bandejas ofrecidos, pasando detrás otra persona con bandeja en la palma de su mano con seis o siete vasos sobre esta, ofrecía vino, que solía ser blanco, muy poco tinto, y alguno dulce para la señora que lo demandara. Los vasos eran los mismos para todos, vaciados éstos, el servidor volvía a rellenarlos y, así, repetía hasta el final de la fila. Ya que los invitados no estaban en mesas, lo hacían en los bancos del cine que, puestos en dobles filas formando dos calles, por ellas pasaban los que de camareros hacían.
La importancia y la categoría de la boda y su refresco era medida por las veces que pasaban los camareros con su bandeja. Se decía, terminado el festejo:
“Ha sido una boda muy buena, han repartido seis “ruedas”, una más que las anteriores…”
“Mujer, es que los padres de la novia están bien y los del novio pues también y se nota en el gasto”, comentaban.
Terminado el reparto de “ruedas” en la sala de cine, la gente marchaba a la casa de los novios donde les esperaba la comida. Solía ser, tomate natural, frito con carne de choto, o un poco más viejo, ya casi a cabra llegado, si el dinero a gastar estaba mermado.
Se remataba con un postre que solía ser frutos del tiempo, melón o sandía u otro cualquiera, pero siempre, criado y recolectado por los anfitriones,
Curiosas formas éstas de celebrar acontecimientos importantes en cualquiera de nuestros pueblos, de forma sencilla, a su manera y con la peculiar impronta según qué pueblo fuera.
No terminaba aún la fiesta, bien comidos y bebidos todos. Siempre alguno había un poco más bebido, que dormía tirado en cualquier punto del lugar. Pasando la pea y durmiendo a pierna suelta.
No, no había acabado aún la celebración. Los novios cogidos, los padrinos detrás y siguiendo los invitados, contentos, cantando y bailando, por la carretera de Granada paseaban, hasta una noguera que había en el Barranco del Cura, propiedad de D. José Raya, de apodo, José el “Molinero”. Bajo la sombra de dicha noguera que, a esas horas del día caía toda sobre la carretera, y en la que no se temía estorbar el paso de coche alguno, porque no los había. Se organizaba un buen baile, abierto por los novios, seguido por los padrinos y casi todos bailando, otros paseando, terminaban la boda, se disolvía la reunión y poco a poco allí quedaban los que, aún no satisfechos, querían que todo continuara.
Volviendo a la sala de cine (más bien “cinema”, como entonces se denominaba a las salas para tal uso). Decíamos, que la gerencia del cinema, para solucionar la buena visión de la pantalla desde todos los puntos de la sala, mandaron hacer unos bancos de madera, parecidos a los de la iglesias, pero de muy peculiar manera pensados y hechos.
Eran los primeros bancos, muy, muy bajitos, no así los últimos que eran extraordinariamente altos, lo que los hacía ceporrudos y pesados, pero hete aquí una sala con una bancada muy original y que, en cierta manera, solucionaba el problema de la visión, para bien alcanzar en plenitud, la blanca pantalla en la pared pintada.
Otra pequeña contrariedad en el cine se dio: el sonido de los altavoces, retumbaba en la sala y dificultaba enormemente la audición.
[Continua la próxima semana]
INDICE
Prólogo, nota de autor e introducción
Capítulo I Desayunos de pueblo, teléfonos, gañanes, pastores y porqueros
Capítulo II Lluvias, nevadas, noche Santos, gachas, cerraduras y largas veladas
Capítulo III A “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo III B “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo III C “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo IV A De sus campos, sus personajes y vecinos
Capítulo IV B De sus campos, sus personajes y vecinos
Capítulo V A De la “plaza” jornaleros, manijeros, la sierra y sus ¿trufas?
Capítulo V B De la “plaza” jornaleros, manijeros, la sierra y sus ¿trufas?
Capítulo VI A De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI B De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI C De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI D De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI E De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VII A Del final de campaña, almazara, “cagarraches”, día de las banderas
Capítulo VII-B Del final de la campaña, almazara, “cagarraches” y el Día las Banderas…
Capítulo VIII-A De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo VIII-B De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo VIII-C De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo VIII-D De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo IX-A De los pedimentos, desmote, el ajuar, las invitaciones, las bodas
Capítulo X De los primeros televisores, las sordás, el Día de la Virgen
Capítulo XI Del sosegado otoño, “ahoyar” el pajar, rastrojeras, fiestas
Capítulo XII Del otoño dador de frutos, de ariegas, “¡arrr!”, tostaillos





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