Los televisores empezaron a ser el centro de atención de todos

El amanecer con humo. Benalúa de las Villas… Hijos Dulces de Dios (X-A)

Capítulo X De los primeros televisores, las “sordás” de verano, el Día de la Virgen…

Estaba solo, como único era el vaso de vino que le acompañaba sobre el mármol de la barra de aquella taberna de “Joseillo” que, acercándose, le sirvió la tapa en un plato pequeño de plástico duro y casi negro. La tomó y, en gesto casi reflejo, se la llevó a la boca y masticó siguiendo con un buen sorbo de vino.

En el bar, apenas había un grupo de personas que, en el otro extremo de la barra, hablaban muy fuerte, casi le molestaba. Estaba a solas con su vino, pensando qué le ofrecería al mozo, Rodrigo, por la “vará” de verano a contratar.

Sabía por experiencia propia que el trabajo era duro, muy duro; todos los días, “de sol a sol”… aunque, más bien habría que decir de ”luna a luna” y es que eran de tal magnitud las jornadas del campo en la campaña de recolección de verano, que comenzaban muy de mañana, aún de noche, y terminaban en igual situación, en horas nocturnas.

eran los primeros días de junio, la recolección veraniega estaba en marcha y tenía que contratar al mozo, ya.

Las primeras gavillas de veza, habas y yeros, moteaban ya los campos cual lunares estampados en tela de faralaes, esperando su barcina y emparvada en las numerosas eras de los campos de la zona. Apuró el vaso de un solo trago y mandó que le llenaran.

Ya hacía rato que esperaba a Rodrigo y éste no aparecia. Fijó su mirada en aquel aparato de pantalla blanquecina, donde apenas se adivinaba que daban unas noticias, las de las nueve de la noche, el “telediario” se llamaba.

Se cansó de mirar y ver rayas en paralelo y oblicuas en aquel televisor que, desde hacía unas semanas, el dueño del bar había colocado y que no conseguían poder ver con nitidez. Todos los días, técnicos de la marca haciendo pruebas no lograban que aquello funcionara en condiciones.

Por allí andaba Jose Cámara, apodado “El Fotres”, que hacía de comercial de dicha marca y, al igual que a otras muchas cosas, éste, se prestaba.

El hombre se movía como “brazo de mar” y de todo hacía, polifacético sí que era y buena persona también. Muy conocido en el pueblo. Ahora, intentaba acertar y coger la señal de la televisión, con artilugios colocados en el Cerro del pueblo, en la Cará, en la torre de la iglesia y en cualquier tejado que creyera apto para recoger la señal para aquel aparato… pero esa señal no la conseguían “cazar”.

Hacía unos dias, casi un mes, que en casa del practicante D. José -que a la sazón vivía en el Ventorrillo- colocó una televisión en su casa que él sí logró ver.

Noche del Sábado”, telediario de la mañana y noche, partidos de fútbol, “Lluvia de Estrellas” y otros atractivos programas, que eran la delicia de todos, y que hacían, que la casa se le llenara de niños, seguidos de muchachos y más tarde de hombres que, de forma casi furtiva, entraban en la casa y simulando su llegada se tiraban al suelo y arrastrando el culo se acomodaban junto a otros muchos.

Observaban lo que transcurría en la brillante pantalla del televisor que al mundo de la fantasía y los sueños les transportaba.

Cuando un joven de aquellos por primera vez se ponía ante aquella ventana de magia que el mundo y sus cosas mostraba, el joven-

zuelo quedaba anonadado, imbuido y casi espantado. Es que era muy grande descubrir por primera vez aquel artilugio.

Era la imagen tan débil, que la luz de la estancia había de estar apagada para que ésta no quitara contraste a la imagen del aparato emisor. Esta oscuridad ayudaba a que, de clandestina manera, aumentara el número de espectadores que, aterrizando en el suelo, se ponían en silencio a visionar la emisión.

Fue el primer y único televisor que de primeras se comenzó a ver en el pueblo, la situación del Ventorrillo les era favorable a las ondas que habían de alimentar al maravilloso cacharro.

La caída de la tarde se precipitó y, cuando la noche se iba adueñando del espacio apagando la luz el astro rey, éste acababa de caer tras el horizonte, tapando sus rayos con su mítica línea de sierras y collados. mostrando artística estampa, cuál retrato a contraluz logrado ya rondaban chavales por los alrededores de la casa de D. Jose “el practicante” que, con su cartera en la mano, su peculiar caminar, doblado hacia adelante por claro daño de su columna y llegado del pueblo de hacer su recorrido de inyecciones a los enfermos del lugar. El hombre, compasivo y en buena acción y armonía, invitaba a pasar a los que ya esperaban. Mari Tere y Mari Carmen, recuerdo que se llamaban sus hijas, jóvenes muchachas que, atentas con los autoinvitados aguantaban su presencia y, parecía, no les molestaba, ya que cada vez que el televisor emitía anuncios que ellas ya habían memorizado, contentas los cantaban, todos completos y a buen ritmo entonados. Era algo que siempre hacían… curiosa manera de emular a los cantantes, quizá, que poco antes habían actuado.

Don José, no se si con visión de economista, o si era postura para alejar a tanto espectador; creo que se equivocó en redondo el día que impuso una entrada cobrada en dinero, para todo el que quisiera pasar. Eso dió motivo y causó razón suficiente para que comenzaran a entrar personas más adultas a ver partidos de fútbol de trascendental importancia que discusiones llegaron a originar -algunas serias- cuando el anfitrión decidió, una de estas veces, imponer autoridad dado que estaban en su casa; craso error. Aquellos que discutían y que habían pagado para entrar, “muy puestos en su sitio”, ejercieron, lo que consideraron sus derechos y se negaron a obedecer lo que se les indicaba, hasta tal punto que, llegado el momento en que aquello feo se ponía, se negaron en redondo a abandonar “sus butacas” que decían haber adquirido con efectivo, impuesto por el dueño.

Hubo de guardar sus palabras, Don José, y aquella noche pasó un mal momento. Así le pagaban las muchas veces que entraban, llenaban la casa y aquella familia no dejaban vivir.

Para sí decía y quejándose de ello se lamentaba.

Se equivocó aquel día, ¡cobró y erró!; vendiendo por escaso precio su derecho de ser dueño y señor en su casa.

Pero no todo fue negativo, aprendió una buena lección y a partir de aquel día sus dos buenas hijas, cantaron a sus anchas y libres, todos los anuncios que salían en la loca caja.

Ya había otros televisores en el pueblo. Ahora los espectadores cambiando el rumbo a la casa de D. Antonio García Raya, alias “El Perlo”, invadieron.

Hasta que una noche, alguien de los del “Patio butaca de suelo”, a un gato que pasaba le hizo travesura tal que, dando un salto de cabriola, fue a caer en la cabeza del apodado Perlo que, levantándose furioso y desabrochando el cinto, emuló a Jesucristo en el Templo, dando latigazos a los mercaderes, que dejaron casa, puerta y alrededores limpios de alguna presencia de los que del lugar salieron huyendo.

Levantó su segundo vaso para dar cuenta del último sorbo de vino, y se iría…, Rodrigo no aparecía. Hurgando su bolsillo en busca de unas pesetas para abonar lo consumido, de repente cesó del tal movimiento, dejando para después el pago, cuando con Rodrigo se hubieran tomado algo, ya que éste acababa de separar los colgantes de la cortina de entrada y, con su algo alterada mirada, denotando prisa, buscó en la barra. Hasta él se acercó, pidiendo excusas por su tardanza.

El agricultor, Antonio, preguntó el motivo de su retraso cuando de él sabía lo formal y puntual que era.

Luego te digo, ahora vamos al grano”.

¡Jose!” – gritó el labrador al camarero que charlaba con otros en el extremo de la barra. “Sírvenos otro par de vinos”. Rodrigo, cortó y expuso otro deseo: “pon, Jose, dos tercios”, le pidió al camarero, “que hoy venimos de tratos y contentos habemos de estar”.

Cerveza, ya la había en los bares del pueblo, pero su mayor costo y su falta de costumbre en su gasto era motivo por el que no la pedían.

Hacía poco, que había entrado en los mercados del pueblo, donde desde siempre bebían vino blanco, más que tinto, y sólo aquella bebida consumían, amén de alguna gaseosa de fresa o limón.

[Continua la próxima semana]

INDICE

Capítulo XI Del sosegado otoño, “ahoyar” el pajar, rastrojeras, fiestas
Capítulo XII Del otoño dador de frutos, de ariegas, “¡arrr!”, tostaillos

Gregorio Martín García

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