Entrada sur a Benalúa de las Villas. Octubre 2020.

El amanecer con humo. Benalúa de las Villas… Hijos Dulces de Dios (VIII-A)

Capítulo VIII. De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza y el riego

“¡Plaaaanta…bataaata¡ ¡Vaaaamos! a la plaaanta batata”, gritaba aquel buen hombre que iba en su bicicleta Orbea, ya bastante vieja por lo mucho trabajado y, como hoy, cargada a tope en su porta equipos trasero. Recorrían la comarca de algunos pueblos de los Montes Orientales de Granada que en la depresión del Río Moro, existen. Estos eran Campotéjar, Montillana, Colomera, y el mío, y muy añorado pueblo, de Benalúa, que hasta apellido tiene por ser de buena familia. Le apellidan “de las Villas” y no como otro que yo me conozco que, siendo tocayo, carece de rango familiar, lo que le impide con apellidos “rezar en papeles” y documentos de su historia pasada y la venidera, qué tan importante como aquella habrá de ser. Ya el nombre nos honra con su significado que – no es traducción exacta – del arábigo al español viene a significar algo tan bello como: “BEN” en árabe se traduce como “Hijo de” y ”Alua”, de difícil traducción… Me decía en la mili, en África, aquel musulmán profesor de lengua árabe que, nacionalizado español, hacía la mili conmigo: ”Alua” – me decía – “es un derivado de Alá, Dios, sus hijos predilectos, distinguidos, dulces”. Por el paso de los tiempos, ya degenerado, vendría a significar: “Benalúa de las Villas: Hijos Dulces de Dios”.

¿Quién sería que nombre tan bonito y distinguido puso a aquel pequeño enclave de casas de chamizos, junto a un cerro recostado, albergue y hogar de obreros peones y pequeños ganaderos; que en comunidad, en su vivir, de aquella aldea hacían Historia? Un título de condado, con el mismo apelativo, ostenta una familia que de nuestra aldea tomó su nombre. Muy conocidos en Granada, donde tenían grandes propiedades con las que coadyuvaron al desarrollo de la ciudad.

Acceso sur a Benalúa de las Villas. (Octubre 2020)

Por contra, veo y compruebo que muy poco hicieron por Benalúa, nuestro pueblo.

Lo único, quizá, vender a buen y asequible precio a labradores del lugar, las tierras en propiedad que en el municipio tenían. Como oro en paño conservo, de papiro y manuscrita, con cuidada letra redactada, una escritura de aquellas que certifican, que una familia de mis ancestros, de un chamizo era propietaria; pero, así consta en sus páginas, que por el derecho de ocupación de tierras del condado, habían de pagar un tributo a los señores propietarios. Tributo de pago anual que, por no haber liquidez ni dinero que guardar, se pagaba en especie, en la casa grande del pueblo, al señor administrador: “Una gallina”, era el tributo que ahora vemos como ridículo y exiguo pero ese animal era fruto de rudo trabajo prestado. Representaba para ellos un valor importante y seguro que, como ahora nosotros “rajamos” de Hacienda, ellos protestarían del cargo y gravamen por los dueños y señores, impuesto.

Caminando por la carretera, bajado de su bicicleta, gritaba sus plantas de batatas y pimientos, tomates y demás hortalizas para advertir a aquellos labriegos que, doblada su espalda, cavaban sus tierras, preparando arroyos y eras para sus verduras en los campos de riego existentes, poco antes de llegar a la aldea. Los últimos días de abril, comienzos de primavera era, y tiempo de preparar las huertas o “las vegas”, como en mi pueblo decíamos. Éste era el motivo por el que, en aquella mañana primaveral, distintos campesinos esparcían abonos y cubrían de estiércol su haza, preparando lo que habría de dar hortalizas y frutos para el año entero, y así alimentar a familia y ganado doméstico que también participaba de exquisitas verduras que se conseguían.

Primera página de la escritura de una casa en el Barrio del Pilar de Benalúa de las Villas, en el que el gravamen es el de una gallina. Año 1858.

Escritura de una casa en el Barrio del Pilar de Benalúa de las Villas,
en el que el gravamen es el de una gallina. Año 1858.

Tomates, pimientos, berenjenas y pepinos verdes. Lechugas enchidas de corazón blanquecino y prieto. Unas matas de maíz rosetero para en invierno las veladas pasar, junto al rincón, haciendo rosetas. Allí se criaban melones, gordas sandías y mayores calabazas, un cacho de huerta de remolachas para los cerdos engordar que, a su vez, nos darían las viandas de la matanza casera que cada año se hacía. Valiéndose de las cebollas que, en arroyos plantadas, luego servían para la rica morcilla.

Un sin fin de vegetales, verduras y frutos ganados a la tierra con sus surcos labrados por hortelanos incansables. “Buen hombre” gritó un hortelano, “¿Puede venderme dos manojos de esa planta batatas que pregona?”.

Respuesta afirmativa oyó y aquel, presto y ligero, tomando unos buenos manojos de su planta de batatas, campo a través se dirigió, hacia donde le llamaban. Cruzó el río, no sin dificultad, algo crecido por la aportación de lluvias del invierno saliente, “Dime, ¿que valen los dos manojos?” “Nueve pesetas”, contestole el comerciante. “Caras son, cada año las subes sin parar… Bueno, tú ya sabes donde vivo, mi mujer te pagará el importe de lo comprado, que como comprenderás, aquí no tengo dinero”.

“Correcto…cada año hacemos igual ¡hombre!. Así procuro hacer”. Un hortelano vecino dando voces llamó su atención: “¿Quieres, amigo, servirme a mí otros dos manojos de esas batatas, que parecen, son buenas?”. “Buenas son, amigo. No te vas a arrepentir” contestó. Hay que significar que los trabajadores de la huerta, sólo compraron planta de batata y eso es por razón de fundamento. En el pueblo, y por uso y costumbre, cada agricultor o labriego, sembraba una “gran j’olla”, decían ellos. Creo yo que “olla” le llamarían en principio y, con el devenir de los tiempos, a “jolla” cambió. Y razono y deduzco que, ese nombre, partió de alguien o algunos que en ollas viejas, ya en desuso, su semillas sembraban y, de ahí el nombre de “La j’olla” que derivada de “La Olla” por la costumbre adquirida de en ollas sembrar las plantas de sus hortalizas. O bien todo podría venir y ser origen de tal denominación el hecho de que, para preparar el sembrado, se allanaba el terreno donde estiércol se mezclaba con tierra, a bajo nivel, al objeto de que con el rebaje y hoyo hecho, evitar que el frío afectara a las plantas.

Éste era el motivo y causa de que otras plantas no compraran al vendedor ya que, de todas, ellos tenían en “la j’olla”. Con la planta de batata no contaban. Parece ser, no sabían o no tenían costumbre de ésta preparar.

Servidos y atendidos los dos labradores, y tras un cigarro, con su correspondiente charla echar, marchó el ambulante. Tomó su bicicleta y carretera arriba iba con su sonado pregón enterando a labriegos y caminantes que ya había llegado el tío de las plantas. Se decía por nuestro pueblo y por aquellos tiempos que, aparte de la escasez propia de la época y momento, se vivía relativamente bien, si organizarte sabías.

Apenas dinero en efectivo hacía falta usar; además de que no lo había, era muy escaso y difícil que, con la sola labranza, te hicieras con él.

Bien vivía quién tenía una buena hortaliza y un buen marrano, que habría comprado al destete, criado y cebado con poco pienso, ya que se complementaba con el forraje traído de la vega y desperdicios sobrantes de la mesa.

[Continua la próxima semana]

Capítulo VIII-A De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego

Capítulo IX De los pedimentos, desmote, el ajuar, las invitaciones, las bodas
Capítulo X De los primeros televisores, las sordás, el Día de la Virgen
Capítulo XI Del sosegado otoño, “ahoyar” el pajar, rastrojeras, fiestas
Capítulo XII Del otoño dador de frutos, de ariegas, “¡arrr!”, tostaillos

Gregorio Martín García

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