Él no tenía reloj, pero tampoco lo echaba en falta. Se traía la visera de su inseparable gorra hacia los ojos, miraba al cielo, al sol de soslayo y a la sombra de cualquier árbol cercano y ya sabía en qué hora vivía, con poquísima variación de la real que en ese momento fuera.
Sentenció: “sobre las nueve y media”.
Realizada tan experta maniobra, volvió a colocarse bien su gorra, aprovechando el momento para, con la otra mano atusarse el enredado pelo. Y no esperó llegar a donde estaba el “pez” de trigo, que Antonio guardaba.
Una higuera cercana del camino era vieja conocida de Rodrigo, pues aportaba abundante fruto. Él, dando un suave movimiento al ronzal del mulo que montaba, hizo que el animal se desviara hacia el árbol, lo situó bajo el mismo y comió hasta hartarse. Bastantes brevas inmejorables. Desde el lomo del mulo lograba alcanzar las más gordas. Aquellas que desde el suelo no alcanzaron otros.
Ya postreras eran, pues terminaba su ciclo y darían paso a los higos, en el mes venidero.
Las frescas y sabrosas brevas saciaron el hambre, siendo entonces y no antes cuando reanudó el camino.
Habían de volver a envasar, cargar los mulos, cinchar bien la carga y al pueblo con la segunda dirigirse.
En el segundo transporte de camino a casa de Antonio a dejar su carga marchaba, lo hacía a menor ritmo que la primera, ya el sol picaba y algo de modorra, sin llegar a sopor profundo, vino a enturbiar sus ánimos.
Frente a sí y según caminaba por el polvoriento sendero, vio como sobre el cielo azul se recortaba la silueta del cerro del Cántaro, junto al Cortijo Río, que quedaría a la izquierda de su ruta, según avanzaba.
Recordó que su padre de este enigmático monte le narraba historias muy curiosas. Unas con algo de verdad y otras, casi todas, nada ciertas. Que había un túnel que comunicaba las entrañas del cerro con el río Moro, en la falda de éste. Siendo éste el motivo por el que le llamaban “Cerro del Cántaro”: por estar vaciado por dentro y con galerías ahuecado. Cómo hueco el cántaro es.

Que uno de los pasadizos, fue hecho por los moros, al solo objeto de prevenir, si eran sitiados, poder recoger y abastecerse de agua.
Que se habían encontrado tesoros inmensos…
Todo eso rumiaba y pensaba mientras soñoliento caminaba.
Tuvo un especial pensamiento, mitad oración, mitad plegaria dirigida a su padre, a la vez que miraba al cielo. “Que en paz descanse” se dijo.
Y de las historias que Rodrigo recordaba y que le contaba su padre algo de cierto en ellas hay, pues los numerosos hallazgos que en las empinadas laderas del Cerro de Cántaro se han dado, certifican y veracidad imponen a parte de lo contado.
Pero algo, que nunca debió ocurrir, hace unos años ocurrió.
Ya sobre final de los setenta o primeros de los ochenta de la última centuria a un madrileño le dió por venir desde la capital de España, y lo hizo durante muchos fines de semana.
En Benalúa parece, embaucó a unos jóvenes vecinos con su conversación castellana, halagos e invitaciones. Y éstos, ajenos y desconocedores de lo que se traía entre manos, ayudaron sin saberlo a hacer un gran expolio del Cerro del Cántaro, y quizá de algún otro lugar.
El tal madrileño, se llevó un gran número de monedas antiguas y otros utensilios, de interesante valor.
Esto pesa, pero también, y mucho, que fuera ayudado por personas del pueblo, desconocedores de lo tramado y del valor de lo robado por este, que ese es el calificativo más real y directo de cualquier expolio.
Era muy de mañana, aún no había roto el día… en el ocaso brillaban los últimos luceros. Pleno verano. Una mañana, de alba, por Benalúa.
Muy temprano, algo abrigado y en un paseo a solas hacia cualquier lugar. Es ejercicio único y muy sano, para el alma y para el cuerpo. La temperatura en esa etapa, a madrugar y caminar invita por senderos y paisajes agros, de cebadas y trigos, por brisas balanceados cual olas marinas. Es bucólico recreo para la vista y los sentidos. Seguir caminando, seguir disfrutando, seguir viviendo con este regalo.
Ya salía al campo, por la calle principal del pueblo caminando, con sus albarcas, sus “peales”, pantalón, cogido a la pierna por aquellos. Que bien liados y limpios, llegaban hasta su rodillas, abombando el pantalón en sus muslos.
Sujeto éste por un ancho cinto con hebilla descomunal que, cogida a su cintura apretada al camisón a rayas que vestía y abotonado hasta arriba. Sobre aquel, viste jersey, de lana gruesa y amarilla, que embutido en su tronco abriga, pecho y espalda.
Porque aquella mañana… ¡hacía frío!.
La brisa que ascendía al pueblo, procedente de alamedas de las riberas del río, azotaba rostro y manos y obligaba a caminar encogido… A varios que encontró, les dió los “buenos días”, y alguno contestó de aquella manera tan especial y que sólo he visto practicar en mi pueblo.
Al saludo matutino de “¡buenos días!”, los hay que contestan con un: “¡¡Eeeeh!!”, sonido gutural más que de cuerdas vocales, con el que expresan su saludo, su opinión del día, que todo vaya bien, y adiós muy buenas.
No obstante, las formas y las maneras, no resultan del todo mal, contenían, un no se qué… Ni sé como explicarlo, pero así se interpretaba el característico saludo de Benalúa “¡¡Eeehh!!”.
Por calle Madrid del pueblo, a la altura de casa de “Pepe Sanglas” (su gran moto le marcó su apodo, moto que muy bien manejaba a pesar de su edad).
Con rastrillo o mano de hierro al hombro era Rodrigo, el que caminaba firmemente.
Aquella mañana Antonio, a rastrillar los melones le indicó que fuera, que con aquellas diurnas calores, se van a secar de sed en el secano que ocupan. y es que ya se veían grietas que denotaban la falta de una lluvia serena.
La leve tormenta de ayer, sólo había servido para mojar los haces de trigo que barcinarían hoy pero para riego de los melones no fue suficiente, pero sí idónea, para la faena del rastrillado.
He aquí el motivo y el sabio oportunismo agrícola de Antonio, mandar hoy al mozo a laborear melones, mientras secan para la tarde, los haces del barcinado.
De aquel melonal, que más de trescientas casillas tenía, parte de ellos eran para el mozo.
Cada año Antonio, así lo hacía, ya que aquel y su escaso tiempo, con el trabajo veraniego, lugar no tenía.
La tierra, para la labor de esta mañana estaba muy favorable, las gotas de agua caídas ayer, la habían preparado para la “mano de jierro” (así lo decían entonces en Benalúa). “Jierro” del castellano antiguo traído.
Adelantado el trabajo y “apañao” que era Rodrigo, terminó la faena antes y partió hacia la casa a hacer la merienda, que esa tarde comenzaban con la barcina de la segunda parva de trigo.
Se encontraba algo cansado. Y es que la sordá era trabajosa, muy pesada, trabajada de sol a sol y con faenas tan duras… ¡Hay que echarle valor!. Pero obligado se es, por las circunstancias más o menos favorables, las situaciones sociales e imposiciones de la vida.
A estas altura de verano, casi en agosto metidos, y a los años que tiene Antonio… cuarenta y nueve, a punto de cumplir los cincuenta. Pensó para si mismo, rematando su íntima conversación, con aquello que más de una vez se oye, en semejante situación: “Si es que ya estoy hecho un viejo”… se lamentó.
A pesar de ello, el día de La Virgen, llegó, con familia y amigos fue un día de descanso que ya necesitaba y pensando ya en las Fiestas Mayores del pueblo en honor de nuestro Patrón San Sebastián, centurión de las Legiones Romanas, asaetado prendido a un árbol, por abrazar la Religión Cristiana.
Esperando las fiestas ya la temporada se aproximaba a su fín. Ya quedaban por cosechar los garbanzos y encerrar la paja; a Rodrigo se le hizo algo más leve y llevadera.
La relación con su amo era inmejorable.
El bueno de Antonio reconocía la entrega y trabajo de aquel y se lo agradecía. Así entre ambos nació más que la lógica relación de su contrato de trabajo, una verdadera amistad que les uniriá muchos años, ya que el mozo, a pesar de su cansancio, con Antonio estuvo más años. Por lo que deducimos, que el cansancio de aquel dia cuando de rastrillar melones volvía, no era tal cansancio era sólo “¡una pájara!”.
[Continua la próxima semana]
INDICE
Prólogo, nota de autor e introducción
Capítulo I Desayunos de pueblo, teléfonos, gañanes, pastores y porqueros
Capítulo II Lluvias, nevadas, noche Santos, gachas, cerraduras y largas veladas
Capítulo III A “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo III B “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo III C “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo IV A De sus campos, sus personajes y vecinos
Capítulo IV B De sus campos, sus personajes y vecinos
Capítulo V A De la “plaza” jornaleros, manijeros, la sierra y sus ¿trufas?
Capítulo V B De la “plaza” jornaleros, manijeros, la sierra y sus ¿trufas?
Capítulo VI A De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI B De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI C De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI D De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI E De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VII A Del final de campaña, almazara, “cagarraches”, día de las banderas
Capítulo VII-B Del final de la campaña, almazara, “cagarraches” y el Día las Banderas…
Capítulo VIII-A De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo VIII-B De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo VIII-C De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo VIII-D De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo IX-A De los pedimentos, desmote, el ajuar, las invitaciones, las bodas
Capítulo IX-B De los pedimentos, desmote, el ajuar, las invitaciones, las bodas
Capítulo IX-C De los pedimentos, desmote, el ajuar, las invitaciones, las bodas
Capítulo IX-D De los pedimentos, desmote, el ajuar, las invitaciones, las bodas
Capítulo X-A De los primeros televisores, las sordás, el Día de la Virgen
Capítulo X-B De los primeros televisores, las sordás, el Día de la Virgen
Capítulo X-C De los primeros televisores, las sordás, el Día de la Virgen
Capítulo X-D De los primeros televisores, las sordás, el Día de la Virgen
Capítulo XI Del sosegado otoño, “ahoyar” el pajar, rastrojeras, fiestas
Capítulo XII Del otoño dador de frutos, de ariegas, “¡arrr!”, tostaillos






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