Fíjense que ellos allí discutiendo y hablando de las fiestas, desarrollaban más trabajo y aportaban más rendimiento que político en comisión de Gobierno en el Parlamento.
Llegaba el mediodía cuando el sol más calentaba en la medio terminada verbena cuando, en una barra ya montada e instalada con tablones, un grifo de cerveza acaban de poner. Eso en Benalúa era la primera vez que muchos veían en aquellos tiempos, aunque hay que decir que muchos ya sí conocían lo fresquita que salía la cerveza del barril.
Uno de los mirones rompió filas y, al amigo “Tonterías”, le pidió una cerveza, quería ser el primero que inaugurara aquel cacharro, aquel invento que en el pueblo no se conocía..
“¡Pero hombre!” le increpó el montador que acababa de poner un tonel de cerveza e introducir los trozos de hielo en la tina que bajo los tablones había. En ésta iba introducido el serpentín del aparato cervecero que enfriaría la cerveza que surtiría aquel grifo.
No esperó respuesta, cogío un vaso, se lo dió y le inquirió vehemente, “¡¡Joee tio!! llena una cerveza, como esté, me gusta”.
Y tanto. Hubo más que desfilaron ante el grifo admirado de ver como surtía a todo el que ponía un vaso debajo.
Fue en aquel grifo y al siguiente día, donde mi padre, con un vecino, siendo las horas centrales del día, se acercaron a la plaza y pidieron unas cervezas que salían muy contentas, riendo espumosas y sobre los bordes de los vasos, dejaban su alegría.
En aquella alegría blanca y espumosa que la cerveza tenía, metí yo mi nariz, al ofrecerme mi padre, el primer trago de mi corta vida…
Aquello estuvo tan malo, tan amargo y repelente que ya de mayor, me costó trabajo iniciarme en su degustación y me perdí, por un tiempo, de aquella bebida aprovecharme.
Ya montaban, a lo largo de la calle Real que discurre junto a la plaza, unos puestecillos para peladillas y turrones que, de forma muy artesanal montaban,con unos palos, sabiamente hincados en tierra y entre sí atados, cubiertos por sábanas blanquísimas que, originalidad y rústica belleza, les transmitían. ¿Creen ustedes que, con una peseta, nos dieran ahora, casi un tercio de tableta de riquísimo turrón? ¡sí!, sí, entonces nos lo daban y mucho más rico, artesano, casero y bueno que el de ahora. ¿O sería quizá que, por su escasez cogíamosle con tanta ansiedad y deseo, que nos parecía el culmen de lo bueno?
¡Una peseta! valía… lo pondré con números, es más visible, impactante y comprensivo el precio: “¡Un gran trozo de turrón de almendra!”, costaba en la Plaza de Benalúa de las Villas, en los años cincuenta del siglo pasado: 0,0059 €, igual a una peseta.

Pues no había turrón para todos. ¡Todos no tenían la mísera peseta!
Los niños, que entorpecían las labores de montaje, de manera improvisada salieron corriendo hacia el portalillo del Ayuntamiento, a la par que decían gritando: “¡El Cohetero!, ¡el del castillo!, ¡ha venido ya el cohetero!” se decían unos a otros, y allá corriendo acudían.
A punto estuvieron en su alocada carrera de hacer caer a ese abuelo que, con dificultad senil, intentaba subir sin caerse, las escaleras que separaban la plaza del célebre portalillo y que arrancaba a la altura de la conocida baranda de hierro, que junto a la salida del Ayuntamiento había.
El hombre de los cohetes, llegaba casi una semana antes de las fiestas comenzar. Enviado y empleado de “Pirotécnias Esteban Martín”, sito en la bella ciudad de Motril y que todavía siguen trabajando. Tenía una buena labor que realizar, nada menos, que hacer el castillo de fuegos artificiales de las fiestas patronales de Benalúa de las Villas.
Llegado éste, acomodaba y, sin más precauciones, cohetes y tracas, bengalas y cañas y toda la pólvora en una habitación contigua al portalillo, donde instalaba el improvisado taller pirotécnico.
Era hábil el cohetero artesano con sus manos y pies descalzos, manejaba las cañas, torcía aquellas y, con la boca, ataba cuerdas; con destreza conseguía en un santiamén una rueda cohetera que llenada de bengalas y chupinazos, al ser encendida se volvía loca girando y girando escupiendo chispas en luminosos ramos y crujiendo petardos.
Silbando con fuerza su característico ruido. Luciendo luz y sonido, hasta que el más gordo cohete final que en ella existía, reventaba estruendoso, quedando la pobre, quemada y humeante, girando. Ahora sin ser protagonista de su efímera fama.
A los fuegos artificiales se les conocía (y aún conocen) con el sustantivo de “Castillo” y eso su motivo y razón tiene:
Érase que, en Benalúa, de párroco ejercía, al final de los cuarenta y principio de los años cincuenta de la centuria pasada, un Sacerdote muy variopinto él; buen predicador, con don de palabra, hablador y extrovertido, sotana raída y algo sucilla, por su abandonado cuidado personal y, como buen eclesiástico, pedigüeño era, para sí y para obras de caridad.
Tan curioso personaje, salió con instintos de barrenero o trabajador de la pólvora. Era tal su afición, que cada año en las fiestas, el cura transformado en pirotécnico, se fabricaba un castillo de fuegos artificiales digno de admiración. ¿Qué por qué le llamaban castillo?. El señor cura que en dicha faena ponía toda su ciencia y saber, con su dejada vestimenta, sucia por el trabajo y por su abandono. Tenía en aquellas faenas poco de cura y menos de señor, ya que obrero cualquiera parecía y construyendo con cañas, bien formado y fuerte, creaba un castillo, simulado, con torres y almenas, lleno de bengalas, ruedas y petardos y estruendosos cohetes que se encendían con otros que, venidos desde balcones cercanos, dirigidos por alambres tendidos hasta el simulado “fuerte”, se organizaba tal batalla, entre los enemigos que sitiaban el fantástico castillo que su gran señor defendía, lanzando toda clase de fuegos hacia los sitiadores que respondían por aquellos cables tendidos, como furiosos cañones que, explotando, prendían las ruedas y ristras de cohetes que en el castillo, sabia y milimétricamente colocadas, aquellos prendían.
Durante un tiempo la batalla duraba, acabando en una gran apoteosis final, en que grandes tracas y fuertes cohetes hacían retumbar paredes y casas cercanas, originando en los presentes, éxtasis contemplativa de obra pirotécnica, de maestro sin igual.
De esa batalla entre imaginados enemigos que sitiaban el castillo, ¡de ahí!, es de ahí de donde viene el nombre con que aún en Benalúa denominamos a los fuegos de artificio que en las fiestas disfrutamos como ¡¡el castillo!! .
El artista, cohetero, rezador de Rosario, orador de misas, impartidor de Sacramentos, acompañador de difuntos, co-celebrante de bodas y en todos los bautizos, parte; se llamaba Don José Delgado. Dejó en Benalúa, huella de su paso… al menos la del Castillo… para unos huella buena y había los que, para ellos, mala fue… pero se dejó notar.
Recuerdo con cariño a otro sacerdote, párroco también de nuestra villa, pero ya más cercano a estos tiempos que ahora vivimos y que también dejó su impronta, su buen hacer, su labor con los jóvenes del pueblo. Cuyo movimiento juvenil llegó a revolucionar, a cambiar los conceptos de amistad, de relación personal, de actividad juvenil y solidaridad. Con él se creó el Teleclub centro juvenil que no borramos de nuestras mentes juveniles, ya todas cubiertas de canas. Él creó y, con la ayuda de toda la juventud pueblerina, y consiguió organizar la “Fiesta de la Juventud”, muestra de inmejorables resultados vivenciales y sano ocio.
Don Francisco Lombardo Valverde, es el hombre, es el cura que como aquel de antaño también gustó de sus asomos y tratos con la pólvora y el mundo de los toros.
“¡¡El Toro Chispas¡¡”…¡que viene ya!!” Por la cuenta que les traía la calle quedaba expedita , la gente parecía lapas pegadas a la pared, puertas y rincones…el toro chispas lo invadía todo, era tal su actividad y repelú, miedo será mejor decir, que imponía a su paso, con ese volcán de chispas, petardos, bombas y cohetes que hacia todas partes desparramaba con aquel tremendo ruido que alborotaba a todas las buenas gentes del lugar, que ponía los pelos erizados con aquel desgaste de adrenalina por aquella atrevida y distraída diversión que hacía que muchas gentes de fuera de Benalúa vinieran expresamente a verlo y disfrutarlo.
[Continua la próxima semana]
INDICE
Prólogo, nota de autor e introducción
Capítulo I Desayunos de pueblo, teléfonos, gañanes, pastores y porqueros
Capítulo II Lluvias, nevadas, noche Santos, gachas, cerraduras y largas veladas
Capítulo III A “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo III B “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo III C “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo IV A De sus campos, sus personajes y vecinos
Capítulo IV B De sus campos, sus personajes y vecinos
Capítulo V A De la “plaza” jornaleros, manijeros, la sierra y sus ¿trufas?
Capítulo V B De la “plaza” jornaleros, manijeros, la sierra y sus ¿trufas?
Capítulo VI A De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI B De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI C De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI D De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI E De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VII A Del final de campaña, almazara, “cagarraches”, día de las banderas
Capítulo VII-B Del final de la campaña, almazara, “cagarraches” y el Día las Banderas…
Capítulo VIII-A De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo VIII-B De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo VIII-C De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo VIII-D De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo IX-A De los pedimentos, desmote, el ajuar, las invitaciones, las bodas
Capítulo IX-B De los pedimentos, desmote, el ajuar, las invitaciones, las bodas
Capítulo IX-C De los pedimentos, desmote, el ajuar, las invitaciones, las bodas
Capítulo IX-D De los pedimentos, desmote, el ajuar, las invitaciones, las bodas
Capítulo X-A De los primeros televisores, las sordás, el Día de la Virgen
Capítulo X-B De los primeros televisores, las sordás, el Día de la Virgen
Capítulo X-C De los primeros televisores, las sordás, el Día de la Virgen
Capítulo X-D De los primeros televisores, las sordás, el Día de la Virgen
Capítulo XI-A Del sosegado otoño, “ahoyar” el pajar, rastrojeras, fiestas
Capítulo XI-B Del sosegado otoño, “ahoyar” el pajar, rastrojeras, fiestas
Capítulo XI-C Del sosegado otoño, “ahoyar” el pajar, rastrojeras, fiestas
Capítulo XII Del otoño dador de frutos, de ariegas, “¡arrr!”, tostaillos






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