La sede cristiana quedó preciosa, el amor puesto en ello por aquellas mujeres era el motivo que lo causó, hasta los ornamentos blancos Benalúa de las Villas Hijos Dulces de Dios que habría de revestir el celebrante y acólitos, quedaron dispuestos sobre la cómoda que había en la sacristía.
Dieron un último toque al orden de reclinatorios -casi todos de propiedad privada- y que, en fila, colocaban en la parte delantera de la nave central, tras éstos, los bancos, ya algo viejos y antiguos, que solían ocupar los hombres, quedando los reclinatorios y sillas para las mujeres. Hicieron una última reverencia al crucificado del templo y abandonaron éste, satisfechas de lo bien hecho.
Todo preparado estaba para la gran celebración, para la Vigilia Pascual, para la gran explosión de alegría del Cristo resucitado que, en los actos de esa noche acontecían, como preludio de la madrugada del sábado al Domingo de Gloria.
Los volteos de la carraca, con su aviso y llamada, puso a los piadosos cristianos a preparar su asistencia. Iban algunos hombres, con un paquete alargado bajo el brazo y una canana de caza a la cintura, repleta de cartuchos y alguno más en los bolsillos. Por ello se adivinaba que el bulto que portaban eran armas de fuego. ¿Y en Semana Santa y con escopetas? Dejémoslos marchar tranquilos: Los benalugueños saben muy bien lo que se hacen, ¡no hay nada que temer!
Las naves del Templo estaban ya casi a rebosar, los asistentes procuraban un buen sitio. Todas las luces encendidas le daban un halo de solemnidad. El coro de mujeres, en su lugar, junto a una balaustrada de madera, que separaba el principal altar, de la nave central y, en la parte del evangelio, o sea a la derecha, según se mira al Sagrario.
Arriba, junto a la puerta de subida al campanario y delante de una ventana estilo románico, algo en penumbra y tristona presencia, situado en la parte de la epístola: el órgano, que ya templaba y probaba el sacristán de Colomera, el cuál, como expliqué, solía hacer sonar aquella joya de la música que, en este caso y por su antigüedad, era de gran valor.
Alguien me contó que el mismo desapareció, sin dejar rastro, con motivo de la salida del mismo del templo para adornar no se qué acto. ¡¡Lamentable!!
El órgano permanecía en silencio, cuando ya iba a comenzar la Vigilia. Las once de la noche eran y, todavía oficialmente, se mantenía el silencio y el especial recogimiento.
Con su alba y casulla blanca salió el sacerdote al altar, el ánimo de los asistentes se mantenía expectante y algo nerviosos, sobre todo los muchachos.
Las luces del templo se habían vuelto a desconectar para dar un aspecto de luto a guardar. Un joven quedó junto a las conexiones de éstas y, otros, subieron al campanario.
En la puerta de la sede cristiana un grupo de hombres deshacen y sacan de aquellos bultos que portaban, sus escopetas y se preparaban… ¿qué ocurriría?
Hace la genuflexión el celebrante, se acerca al altar. Aún los actos litúrgicos se celebraban con ritos preconciliares, con el sacerdote de espaldas al clero y su mirada hacia el Sagrario y crucifijo del ara.
Pronunciadas las primeras oraciones de la ceremonia Pascual y llegado el momento del Gloria que, hasta ese momento de la Semana Santa, no se rezaba por mandato canónico y, en concordancia con el comportamiento cristiano de la vivencia cristiana de la Pasión, muerte y Resurrección de Jesucristo.
El Sacerdote con sus manos alzadas hacia los Cielos y como excepción de ese día, se volvía a los fieles y, en forma muy solemne y cantando, decía:
“¡¡Gloria in excelsis Deo!!”
¡A la vez!, todas las luces se encendían, las campanas, a volteo, comenzaron a repicar, los escopeteros de la calle con su armas cargadas, disparaban a discreción y todos, todos los asistentes a los actos comenzaban a aplaudir, con tanta fuerza y alegría que apenas se oían los grandes vivas que daban a Jesús Resucitado.
“¡¡VIVA!! ¡¡VIVA!!”
Una gran y tremenda explosión de luz, música del órgano, sonido, disparos y voces. Organizaban tal manifestación de júbilo que les exaltaba todo su ser y su espíritu inundado de alegría, de la Pascua Florida que acaba de nacer.
“¡Cristo ha Resucitado!”
El estruendo en el que todos participaban, duraba unos minutos. Durante ese tiempo los feligreses expresaban su alegría cristiana, por Cristo de entre los muertos, resucitado.

Alguno, sobre todo joven, de los traviesos que siempre en cualquier comunidad hay, se pasaban y causaban algún destrozo pequeño. Siempre algún banco o asiento resultaba con daños.
En la puerta del Templo, los armados de escopetas disparaban mientras quedaba munición y, ésta solía ser bastante. Algunos “la tomaban” con una veleta que había sobre el tubo exterior de la chimenea de la casa de enfrente, que hacerla girar y destrozarla siempre conseguían. Alguna vez hubo de ordenar a los disparadores, y por autoridad competente, que pararan, que ya estaba bien, que la misa, ya de Gloria, debía de continuar.
Aquella Vigilia dominical, acostaron pronto, era tarde y había que madrugar, el júbilo de la resurrección aún no había acabado.
Aún estaba el cielo lleno de parpadeantes estrellas. El cielo limpio auguraba un espléndido día. La luna llena se descolgaba hacia el horizonte de poniente y la mañana era fría, como casi siempre en Benalúa.
Ya se dirigían algunas familias, con sus niños, hacia la plaza. Esa plaza emblemática que fue siempre lo que debe ser una plaza principal de pueblo. En el centro de la urbe y de sus trazados viarios y circundada por los más nobles edificios del municipio.
Hasta hace muy pocos años la constituían y formaban el ayuntamiento que, sobreelevado, la presidia; las escuelas de niños y niñas y hasta de párvulos ya que ésta estuvo un tiempo en el primer piso de la casa que ocupara, después, la tienda de la Carmen de Teodoro. Esta escuela de párvulos la conocíamos como la “escuela chica”. “La escuela grande” de niñas estaba en una sala amplia de la misma planta donde se encontraban las “regias” oficinas y despachos de la casa consistorial, y se accedía a ella, por el “portalillo”.
En la misma plaza a la vuelta de la esquina izquierda de la fachada del Ayuntamiento y con entrada frente a una calle que descendía del Cerro y donde muchísimos años estuvo el transformador, que fluido eléctrico nos daba. Allí, estaba ubicada la “escuela grande” de niños, donde yo muchos años y con excelentes maestros, me formé.
Junto a la plaza también la Iglesia, el templo, el anterior a éste que tenemos y que ya hemos hecho nuestro. Aquel más viejo, de planta basilical y semejando el románico, no siendo en la misma plaza, muy cerca de ella estaba, pudiendo ratificar que era otro edificio principal que la conformaban.
Hasta principales bares había que, a paisanos y foránea gente, juntaba en charlas y celebraciones, de donde nacen relaciones, tratos, acuerdos y hasta discusiones.
Estos centros oficiales, junto con casas, negocios y viviendas particulares, entre las que se encontraba, en lugar principal, lo que entonces, y como reminiscencia del pasado feudalismo, se denominaba “la casa grande” por ser la que servía de hogar al señor y amo de los pueblos.
Este edificio, lucía en su fachada, un gran escudo o blasón heráldico, que pertenecía y representaba la nobleza de los Condes de Benalúa, señores y dueños de casi todas las tierras circundantes. Esta casa, reconstruida hoy, es propiedad del vecino D. José García Raya, de apodo “El Perlo”.
El blasón noble citado, hoy se halla adosado a la fachada del antiguo ayuntamiento, a escasos metros donde siempre se encontró. Ahora ya tomado y adoptado por la Municipalidad, no como escudo representativo de nuestro pueblo, su vecindad y sociedad, sino como algo que pertenece a la empresa y constitución de nuestro nacimiento como grupo local.
Dicho elemento de nobleza y ornamentación fue cedido, como acto de reconocimiento y a perpetuidad, por la familia de D. José García Raya que, según informa, se reserva la propiedad, a modo, motivo y razón de sentirse orgulloso de su vecindad.

He aquí un ejemplo y modelo de plaza principal de pueblo que reunía en ese principal lugar, lo más representativo de nuestra villa. Hoy, lamentablemente, esa esencia popular, ese crisol de sociedad, donde se funden los sentimientos y la Historia de todo un grupo de vivencia y devenir de los tiempos, está destruido, está derramado por dispares lugares de la villa y ha dispersado lo que en aquel lugar, antaño concluía, como símbolo de nuestra existencia y convivencia.
Comenzaba el alba a despabilar a toda la naturaleza e, incluso, se permitía espantar a la noche para implantar un espléndido día, ya las criaturas del lugar comenzaban a reunirse en los alrededores de la iglesia y plaza de España. Pronto comenzaría el acto. En esta ocasión, más que procesión, era una representación que, sin llegar a ser teatral, se asemejaba.
Las gentes, contentas por la Pascua de Resurrección que celebraban, disponíanse a escenificar el encuentro del Resucitado con su Madre la Virgen María.
Del templo, y sobre sendas andas eran transportadas, las imágenes de un Jesús Resucitado; pequeña talla de la que, desde niño guardo una bonita anécdota y entrañable recuerdo, y que se encontraba expuesto en una repisa adecuada a su reducido tamaño que, en la segunda y gruesa columna izquierda, de la nave central y a considerable altura se encontraba colocada.
Su madre era portada por hombres del pueblo, no así el resucitado que lo llevaban los más jóvenes.
Salían, sendas procesiones, una para cada lado. La Virgen Maria Madre, por el recorrido oficial, recorría el pueblo y, por la calle Real se acercaba al foro de la plaza.
Mientras, su Hijo Divino y en procesión singular que solían integrar los muchachos más jóvenes; simulando que del sepulcro ve nía resucitado, por sendas y veredas del Cerro caminaban, para bajar hacia el ayuntamiento en un momento determinado y acordado por integrantes de aquella manifestación popular, se sincronizaban y corriendo, Jesús desde la puerta de la casa consistorial y la Virgen desde el otro extremo, proveniente de calle Real a la altura de callejón de Los Bueyes. A la par, los escopeteros comienzan a disparar hacia el aire, y prestos, a ver quién disparaba más. Las campanas de la torre comenzaron a repicar. Cohetes eran lanzados y la gente eufórica no paraba de gritar “vivas” a Jesús resucitado y a su Madre Divina que se acababan de hallar.

Antes de llegar a la misma altura frontal, las imágenes se paraban. La Virgen con sus andas, tres genuflexiones y reverencias hacia a su Hijo Triunfante. Terminaban juntándose éstas y, mientras los disparos no cesaban, se reorganizan y en manifestación religiosa y de alegría contenida por la Salvación lograda para la Humanidad, por Jesús, ahora victorioso sobre la muerte y Rey y Señor de toda la Humanidad. A la iglesia regresaban, a su sede, dándose así por concluida la intensa y sentida Semana Santa de Benalúa de las Villas.
INDICE
Prólogo, nota de autor e introducción
Capítulo I Desayunos de pueblo, teléfonos, gañanes, pastores y porqueros
Capítulo II Lluvias, nevadas, noche Santos, gachas, cerraduras y largas veladas
Capítulo III A “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo III B “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo III C “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo IV A De sus campos, sus personajes y vecinos
Capítulo IV B De sus campos, sus personajes y vecinos
Capítulo V A De la “plaza” jornaleros, manijeros, la sierra y sus ¿trufas?
Capítulo V B De la “plaza” jornaleros, manijeros, la sierra y sus ¿trufas?
Capítulo VI A De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI B De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI C De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI D De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI E De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VII Del final de campaña, almazara, “cagarraches”, día de las banderas
Capítulo VIII De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo IX De los pedimentos, desmote, el ajuar, las invitaciones, las bodas
Capítulo X De los primeros televisores, las sordás, el Día de la Virgen
Capítulo XI Del sosegado otoño, “ahoyar” el pajar, rastrojeras, fiestas
Capítulo XII Del otoño dador de frutos, de ariegas, “¡arrr!”, tostaillos
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