Capítulo IX De los pedimentos, desmote, el ajuar, las invitaciones y las bodas.
Del río Parrales subían. Sus grandes canastas de mimbre llevadas con arte, en su cadera; colmadas de trapos, limpios. Lavados, tendidos y secados en el lavadero, acondicionado en el tramo de río existente a la salida de la villa, a la altura de la casa del Ventorro Parrales, una vivienda tipo chalet, con sus jardines delante y sus parcelas que la rodean.
Frente al ventorro, un montón de piedras de cantera, vaciadas y apiladas contra el balate contrario de la carretera, el derecho, según dirección a Granada.
Salvando la dificultad de las piedras y, aprovechando un paso estrecho que dejaban, por una vereda con hierba verde y fresca a ambos lados, hasta el río te acerca y, bajo álamos blancos y algún fresno, la lavanderas colocaban su tabla.
El lavadero, en el pueblo era conocido por “la piedra”, y tras ella un cojín o hierbas secas del lugar, donde hincar sus rodillas y, ejerciendo trabajo duro y fuerte con destreza, un montón de horas necesitaban para terminar su faena.
Las ya viejas rocas apiladas esperaban para ser parte de la construcción de dos viviendas en la finca propiedad de los herederos de Manuel Romero, conocidos por el alias de “Los Lolos”.
Las construcciones a edificar con aquellas piedras donde yo muchas veces al escondite jugué, hace muchos años ya, fueron edificadas, pero más años pasaron, desde las fechas del relato.
Los años se nos van y, cuando atrás miramos, vemos lo distantes que estamos de aquello que alguna vez vivimos.

Por eso decimos el conocido refrán: “El tiempo es oro”. ¡Y verdad que lo es! He aquí un simple recuerdo que al dicho “refrenda” en ello. El río Parrales, no es diferente al nuestro, es simplemente, un tramo de éste que con ese nombre se identifica. Al igual, que el río de la “Jondoná”, el río del “Chilanco del Pero” o de Bolero, el río del “Puente Tablas” y otros que, con estos apelativos se identifican y conocen.
Rincones o partes de nuestra misma corriente fluvial que adquirían un nombre propio… Ya fuera porque dicho lugar se usara para hacer la colada, bien por ser disfrutado como chilanco de baño o por un rincón pintoresco, de los que existen varios a lo largo del trazado de nuestro vecino río Moro.
Subían cansadas, una larga jornada habían empleado en hacer su lavado. Pararon a hacer un descanso en el largo murete que había, ya en la carretera, protector de la acequia.
Las dos se sentaron tras haber colocado sus pesadas canastas sobre el improvisado asiento que agradecieron pero, no sólo un respiro querían, sino que una de ellas se puso confidente y, adoptando actitudes algo misteriosas, le dijo a su acompañante:
– “Escucha, Dolores, ¿No te has enterado lo que pasó anoche?”
– “No” – respondió aquella
– “Dime, dime, ¿Qué ocurrió?…”.
– “Pues nada, que se casa la hija de tu vecina, la que es novia de Manolo…”. – “¡Sí!, ¿y qué?” – preguntó curiosa
– “Anoche estuvimos desmotando su lana…¡Mujer!” – contestó
– “Aaah, mira y no me ha dicho a mi nada”.
– “Pues sí, en su casa estuvimos hasta ya muy tarde. Lo pasamos bien y, como siempre, nos reímos mucho. Estábamos bastantes, además de su familia su hermana y su madre. También hubo chicos, ese que a ti te gusta tanto, Rafa. Anoche, estaba simpático, nos contó muchos chistes e historias… y se explicaba muy bien…”.
– “Es que es muy apañao… y guapo”. Respondió la interlocutora.
– “¡Claaaro! ¿tú que vas a decir si te tiene volaíca?”.
– “¡Calla, calla, chiquilla, que te pueden oír…”, murmuró mirando hacia los lados.
– “Que me oigan. ¿Y qué?… Te cuento: La velada fue fructífera, desmotamos y esponjeamos mucha lana y, ¡niña!, se portaron muy bien. Nos pusieron unas cervezas y algo para picar, ya sabes: algo de buena matanza, y luego, sobre las doce serían, nos pusieron en el centro de la mesa dos grandes jarras de chocolate, muy espeso y bueno, caliente con sus tazas y unas pastas… ¡muy bien que lo hicieron!. Así cualquiera va a “esmotás”, ellas decían. Tapas cervezas. nuestro chocolatico con galletas, mucha risas, muchas charlas, “muuuchooo cueeento”… tú me entiendes… muchos niños guapos y a “pasar el tiempo, que son dos días”. ¡Oye. oye!..¿Y sabes quien apareció, ya al rato… ¡Santiago!…sí, sí Santiago el cuñao de Carrillo. Nada más entrar dice… “¡¡Ceboooollas!!” – contó
Expresión muy suya desde que sus familiares, un año, plantaron algunas fincas de esos bulbos, hortalizas. Tantas hubo que hasta este mostraba hartazgo.
– “Todas reímos a tope, y más cuando nos decía: ¿No queréis ninguna de vosotras ser mi novia?, más risas, y él también contento, dice: Vengo con mi armónica. (Una que tenía que sólo sonaban dos o tres agujeros). De echar serenatas a varias niñas que me gustan, y ellas sólo saben dar calabazas… pues, ¡¡Cebollas!!. gritó enfadado. Ya calmado, allí tomó asiento y, como todos, lo pasó muy bien” – terminaba de relatar.
Era un buen hombre Santiago, la vida no se portó demasiado bien con él. Sufría algo de minusvalía que, seguro, no restó nada a su existencia y fue muy feliz, gran persona y educado, miembro de una conocida y gran familia de nuestro pueblo: por “Los Carrillos”, se les conoce.
En verdad que las veladas de desmote de lana para rellenar los colchones de las futuras novias casaderas, eran un acontecimiento social.
Además de importante para los novios a casarse en cercanas fechas, lo era para vecinos, amigas y conocidos que, a dicho evento invitaban. Luego, a este ya comenzado, se añadían más personas a disfrutar del momento.
Sencillo disfrute, quizá ingenuo, y simple para las formas de ahora, pero piénsese que entonces, ni televisión, ni parecido cacharro existía, tan sólo la amistad, la buena conversación, la empatía y charla, las confidencias y algún chismorreo ocupaban aquel tiempo y, como tiempo de ocio habían de tomarlo. ¡No había otra cosa! Y, creo que, mucho era. Puede que más que el de ahora.

Nuestras dos lavanderas, descansadas y risueñas, después de sus confidencias cruzar y de quedar para la segunda velada de desmonte de esa misma noche.
Volvieron a apoyar sus pesadas canastas sobre su cadera y, prestas, siguieron subiendo la pequeña cuesta de la calle hasta coronarla, en el sitio en donde hacía la parada la Alsina del pueblo.
Allí se despidieron, una siguió por calle Granada y la otra giró a su derecha, subió un repecho conocido como “la terrera” y, hacia la calle Pilar se dirigió. Aquella segunda noche de desmote, transcurrió de parecida forma: divertida, entretenida y, entre todos, intercambiando bromas. Se volvieron a contar más chistes y se logró terminar la faena, para lo que hubieron de alargar más de una hora.
También les atendieron muy bien, casi mejor que la noche anterior, quizá porque era la última. Todos comieron, bebieron y degustaron chocolate con pastas. Más de la una de la madrugada eran, casi a punto de dar las y media, y tras recoger y despedirse, partieron hacia sus casas. Los chicos, acompañando hasta la misma puerta de cada una de las chicas. Eran muy corteses ellos, siempre se hacía igual, nunca a una chica, de noche, dejarían sola hasta su casa caminar.
Pero los que sí se fueron solos, y muy acarameladitos, fueron Dolores y Rafa. la compañera lavandera, que aquel día le narrara, que la anterior noche de desmote, el chico que le gustaba, había estado. Pues el chico volvió la segunda noche.
De primeras no logró asiento junto a él. Y ella se conformaba con hacer como que desmotaba y cruzar miradas cariñosas y furtivas todo el tiempo… hasta que logró asiento a su vera. La noche para ella, y para él, se transformó.
Cuchicheando estuvieron, muy animados y arrimados los dos, ¿Qué nacería aquella noche entre ambos? Seguro que nueva pareja de enamorados que ocuparía el lugar que dejaba la novia aquella. Que la lana desmotada había de disfrutar.
Y miren por dónde, unidos él y ella, caminaban juntos. Sólo por ahora a acompañarla hasta la puerta de su casa.
¡Había nacido el amor!
Es muy verdad que una acción, un hecho cualquiera sin aparente importancia (que sólo la tiene para el que la vive), puede servir de semilla para hacer que nazca el amor.
Un nuevo acontecimiento que da continuidad y razón de ser, a toda relación humana, que hace comunidad, crea empatía y aparece una sociedad de identidad específica e igual. Dando lugar a un nuevo grupo de gente, que crea lazos y hace Historia.
Así nacen, y se hacen, los pueblos donde sus gentes, sus quehaceres, sus vivencias y relaciones, dan lugar a bellos pueblos, donde la vida transcurre despacio, plena y placentera.
[Continua la próxima semana]
INDICE
Prólogo, nota de autor e introducción
Capítulo I Desayunos de pueblo, teléfonos, gañanes, pastores y porqueros
Capítulo II Lluvias, nevadas, noche Santos, gachas, cerraduras y largas veladas
Capítulo III A “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo III B “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo III C “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo IV A De sus campos, sus personajes y vecinos
Capítulo IV B De sus campos, sus personajes y vecinos
Capítulo V A De la “plaza” jornaleros, manijeros, la sierra y sus ¿trufas?
Capítulo V B De la “plaza” jornaleros, manijeros, la sierra y sus ¿trufas?
Capítulo VI A De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI B De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI C De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI D De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VI E De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VII A Del final de campaña, almazara, “cagarraches”, día de las banderas
Capítulo VII-B Del final de la campaña, almazara, “cagarraches” y el Día las Banderas…
Capítulo VIII-A De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo VIII-B De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo VIII-C De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo VIII-D De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo IX-A De los pedimentos, desmote, el ajuar, las invitaciones, las bodas
Capítulo X De los primeros televisores, las sordás, el Día de la Virgen
Capítulo XI Del sosegado otoño, “ahoyar” el pajar, rastrojeras, fiestas
Capítulo XII Del otoño dador de frutos, de ariegas, “¡arrr!”, tostaillos






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