Jugando a las cartas.

El amanecer con humo. Benalúa de las Villas… Hijos Dulces de Dios (XI-C)

Don Francisco el cura, dejó mella, dejó su impronta, dejo muy buena obra social, económica y cristiana en nuestro pueblo. Era yo asiduo de la casa parroquial en mi primera niñez, por la relación de amistad de un familiar con la madre del cura que se llamaba María y que era distinguida por los lugareños como “Doña María”.

Yo, con mi infantil, natural, y recién estrenado lenguaje, cambiaba los términos y, usando hipérbaton gramatical, le decía “María Doña”. Aquella reía e igual hacía si alguien oía, como el niño nombraba a la madre del cura. Es persistente en mi memoria aquel recuerdo y, como fogonazo de flash fotográfico, en ella lo tengo plasmado. Veo como el cura, prendiéndome de mi cintura, me elevaba a los aires hasta la altura del Jesús Resucitado que estaba en una pequeña hornacina colocado en la segunda columna del templo, a la izquierda según se entraba y, a la vez, me decía: “¡Dale un beso a Jesusín Resucitado!”.

Cualquier insignificante cosa, nimia y pequeña en apariencia, puede ser marcada con letras de molde, en lo más profundo de nuestro ser. Y ser acto perenne y presente en nuestra vida que con tanto desasosiego desgastamos y ocupamos, para que luego vivamos tan contentos, con significados hechos que, a pesar de ser tan breves y pequeños, por siempre nos marcaron.

Era buen orador y predicador el referido sacerdote D. José Delgado. Que en ocasión de predicar al casino que había en nuestra villa en la primera planta del café-bar de Juan Pedro. Y en éste se refugiaba a charlar con los asiduos e incluso jugaba con ellos al dominó, así como a las cartas.

Fue un día cualquiera, de los muchos que iba a la tertulia de la sala, en que, “acusando las cuarenta” y algo eufórico por ganar estaba, al contrario que su rival, que toda la tarde de aquel sábado perdía… entre ambos se entabló disputa, propia de los juegos recreativos que practicaban. No recuerdo con exactitud qué motivo le llevó a decir a su contrincante:

– “Pues usted, señor cura, dirá lo que diga; sí, hoy he perdido, pero yo manejo y me desenvuelvo con las cartas mejor que usted”.

“Lógico”, contestó, “cada uno es especialista en su trabajo”.

Como aquel le respondió minimizando su soltura con las cartas, el sacerdote, algo enfadado pero con sabiduría, le retó a su contrincante:

“Mañana Domingo, en el sermón de la misa mayor de las doce, platicando la predicación, y sobre la marcha, haré referencia a los cuatro palos de la baraja. Quedando mi sermón armoniosamente construido, perfectamente comentado y a fin y de acuerdo con la Palabra Divina que mañana Domingo la Iglesia predica”.

“De eso me río yo”, contestó el adversario que no supo aquella tarde perder.

“¿Que se apuesta usted, don “Juega a las Cartas muy bien”…?” añadió el cura.

“Lo que quiera D. José,… “Predicador de la Baraja””, ironizó el perdedor.

– “¡Un billete de cinco duros!, será la apuesta”.

No, No era nimia la cantidad, un billetazo de cinco duros. Veinticinco pesetas de entonces resolvían algunas cosas.

“¡Acepto!” dijo D. José el cura. “Mañana querido rival de cartas, será usted donante de cinco duros que, yo en su nombre donaré a uno del pueblo. Que sé, que más falta que a usted a él le hace”.

Levantado el cura de la mesa de juego, marchóse, no sin despedir a aquel con cierta ironía y sorna, pero con respeto.

Todos en el casino comenzaron a reír. Los hubo que, tras dar su opinión, apostaron en contra y los hubo también, que lo hicieron a favor. Por lo que ambos rivales tenían sus fans.

Habían pasado pocas horas y todos los vecinos del pueblo ya comentaban el lance, y esperaban expectantes el desarrollo de la lid entre el socio del casino y el cura de pueblo. Llegado el domingo siguiente, sobre las once serían, cuando la campana de la torre a su sede llamaba a cristianos y curiosos, que hoy a la iglesia asistieron.

Como siempre con su alegre volteo y sonido de mil ecos esparcidos a los cuatro vientos. La bandada de palomas que picoteaban tejados en los alrededores, salieron espantadas al oír aquellas campanas que más alegres que nunca, repicaban.

Dió el segundo toque de aviso general y llegó el tercero y postrero. La Santa Misa empezó.

La expectación y tensión se “mascaba”. Yo diría que había más fieles que anteriores domingos. El sacerdote frente al altar hizo la Intromisión hacia el ara, donde se disponía a celebrar tan especial rito, y diciendo en latín, tras santiguarse:

“Introibo ad altare Dei”. En castellano: “Subiré al Altar de Dios”. Contestaba el acólito: “Ad deum qui laetificat juventutem meam”. En castellano: “Al Dios que es la Alegría de mi juventud”.

El sacerdote se adelantó hacia el altar, besó el ara (o piedra de marmol) que en todos los templos sobre el mismo hay. El silencio se oía. Los fieles se preguntaban; “¿qué irá a decir D. José, para mentar en su sermón los cuatro palos de la baraja?”.

La misa seguía, el sacerdote, entonces de espalda a los fieles y cara al altar, elevó sus manos y brazos hacia la presencia de Dios. Giró hacia la asamblea y abriendo éstas, en cruz, cual crucificado, invocó:

Dominus vobiscum” (El Señor esté con vosotros).

Respondiendo aquellos, que muy expectantes observaban:

– “…Et cum spiritu tuo” (…y con tu espíritu), dijeron a coro.

Una joven mujer, de las pocas que entonces se atrevían, subió al altar y, en latín, leyó la epístola. Ésto ya era una innovación, el próximo Concilio ya influía. Hasta hacía muy poco, a falta de diácono o subdiácono, las lecturas las hacía, todas, el sacerdote, y en latín.

Llegada la lectura del Santo Evangelio, y cuando el cura se dirigía al atril, su complaciente postura y sonrisa bordada en la comisura labial. Denotaba que todo marchaba como previsto tenía.

Oro, Copa de la Divinidad, Espadas de Poderosos y “Bastos” terrenos.

No sería gran cosa para tanta expectación… y es que, la noticia de la apuesta del cura corrió como pólvora por la urbe del pueblo, doblando lo dicho por el primero, al siguiente informado. Cumpliendo con la regla de toda noticia que la masa maneja a su libre albedrío. Empieza pequeña, termina gigante.

Pero hoy, alguien necesitado del pueblo, recibiría un billete de veinticinco pesetas que D. José le daría, transmitido y entregado por su rival perdedor contrincante.

Terminó la lectura evangélica con parsimonia premeditada. D. José, levantó la cabeza. Hizo un barrido muy lento con su mirada enfocada al infinito. Inclinó su cabeza y recogió su mirada. Se ensimismó y, entrando en la palabra de Dios que se disponía a platicar, dijo:

– “Mis queridísimos hijos, hoy, como todos los domingos y fiestas de guardar, venimos con nuestro fervor, a honrar la Grandeza de Dios, a reconocer la Divina Gracia de su Madre la Virgen María”.

La gente hasta se empinaba sobre las puntas de sus pies, veían bien, pero querían ver más… atendían boquiabiertos.

El sacerdote en especial recogimiento y mística complacencia, su discurso continuaba y manifestaba:

Es la Gracia Divina bien y regalo de Dios, por el que a Él y a su Santísima Madre, siempre habremos de agradecer… ”elevando la voz”.. Porque, ni con los vastos (fonéticamente suena “Bastos”) y extensos terrenos que se pierden de vista, ni con la espadas de poderosos guerreros, que quieran en contra luchar. Ni con todo el oro del mundo, podremos pagar la Copa de la Divinidad y, la Gracia Divina que Dios que, al nacer, con el bautismo nos regala.

La espada, el oro, el vasto (basto) y extenso mundo, nada podrán jamás, en toda la Eternidad Divina, rivalizar con la Copa de la sangre derramada por nuestra Salvación en su Pasión, Muerte y resurrección.

Y aunque acusen cuarenta veces mi creencia Divina en la Fe cristiana. Más bella que diamente y más cotizada que el oro. Aunque amenacen con espada traidora mi Fe en cristo. Jamás dejaré de apostar por la salvación de mi alma en las postrimerías de mi vida. Renegando de las diez últimas razones que nos indican los mandamientos Divinos, para en Dios creer, obedecer y con Él, partir al Cielo”.

Los benaluenses se estaban quedando a cuadros con el sermón de D. José que aquí, no se transcribe en su integridad ni en su fiel y justa literalidad, ya que nadie escribió y guardó el excelente sermón del cura D. José, habiendo sido transmitido de boca a oído como en mi caso fue, hace largos años ya. Con la consiguiente pérdida de su valor literario, su valor e interés local y humano, e interés histórico; de nuestro gran pueblo.

Muy Ilustre y Revdº Sr. Arcipreste Don Juan Manuel de la Muela Pérez, junto a sus hermanas. Única foto conocida. Foto cortesía de María Pérez.

Como anécdota de las muchas que adornan nuestro paso por lugar tan interesante como es Benalúa de las Villas, nuestra localidad.

Que el paso de los años, no sea nunca moho ni hongo que infecte y que haga olvidar los hechos y acontecimientos en nuestra comunidad ocurridos. Éstos deben quedar en nuestras mentes como firmes recuerdos de nuestra historia pretérita nuestros singulares hechos, que hacen no sólo comunidad de un grupo, sino que modelan la personalidad y conciencia de cada individuo.

He aquí un hecho, unos datos que lo corroboran, un recuerdo ya tristemente difuminado por el olvido y que antes he citado: Muy Ilustre y Rvdº Sr, Arcipreste Don. Juan Manuel de la Muela Pérez. ¿Alguien conoce en nuestro pueblo, Benalúa de las Villas, a tan insigne e ilustre señor? ¿pocos? …o más bien, nadie. Me inclino por lo segundo.

Nacido en Benalúa de las Villas el 17 de Octubre del año 1.875. Ordenado sacerdote el año 1.928. Fue párroco en la provincia de Málaga, en los pueblos de Coín, Gaucín y El Burgo. Fue muerto en El Burgo, por cargo de: “¡Ser Sacerdote!” en la contienda civil del 36.

Fue propuesto para su beatificacion y canonizacion como mártir por la Fe cristiana, el año de 2018, por SS. según documentación que obra en la Diócesis del Obispado con sede en Málaga.

Lugar de nacimiento: en la Calle Real, nº 18, casa que fue de D. Fermín Abril; ahora de sus herederos y hasta hace muy poco habitada por la familia de Doña Eva Abril y esposo D. Manuel Troya.

[Continua la próxima semana]

ÍNDICE

Capítulo XI-C Del sosegado otoño, “ahoyar” el pajar, rastrojeras, fiestas

Capítulo XI-D Del sosegado otoño, “ahoyar” el pajar, rastrojeras, fiestas

Capítulo XII Del otoño dador de frutos, de ariegas, “¡arrr!”, tostaillos

Gregorio Martín García

Ver todos los artículos de


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

IDEAL En Clase

© CMA Comunicación. Responsable Legal: Corporación de Medios de Andalucía S.A.. C.I.F.: A78865458. Dirección: C/ Huelva 2, Polígono de ASEGRA 18210 Peligros (Granada). Contacto: idealdigital@ideal.es . Tlf: +34 958 809 809. Datos Registrales: Registro Mercantil de Granada, folio 117, tomo 304 general, libro 204, sección 3ª sociedades, inscripción 4