Dentro del cine antiguo del pueblo que hay al final de la calle Madrid.

El amanecer con humo. Benalúa de las Villas… Hijos Dulces de Dios (IX-C)

Alguien le informó al Sr. Pepe García la forma de evitar tal problema y así vimos como se colocaron en las paredes una especie de alfombras de grueso tejido que, amén de resultar ornamentales, evitaban el eco de los altavoces y se pudo disfrutar de un sonido que sin ser estéreo (que no existía), ni dolby (mucho menos) era muy aceptable y, nosotros, oíamos perfectamente los disparos de pistoleros y el silbido de sus balas.

Algo que a mí como niño, de unos cinco o seis años que era, que me atraía de forma muy especial y curiosa, pisando la magia y la ilusión era aquel potente haz de luz largo que, saliendo de lo que yo entonces veía como una gatera, unos misteriosos agujeros que al final del salón había, y que detrás de éstos un gran misterio para mi eran. ¿Qué habría allí?, ¿cómo trabajan ahí?, si es que allí se trabajase. Para mí era algo tan sublime lo que allí pasaba que, mi mente de niño, volaba y volaba creando aventuras creando historias y viviendo en fantasía.

Boda de Aurelia y Pepe. Foto cortesía de Ana Mª Martín Afán de Rivera

Y como en momentos fantásticos de cine estamos, he aquí otra original cosa que en el cine se daba. Allí no había ambigú que chicle ni palomitas vendiera pero, un señor de la villa de alias “Rafalico Cherano” mientras el cine se iba ocupando en cada sesión, el señor Rafael muy metido en su trabajo, con la empatía propia de lo que hacía, se dedicaba a vender por una “gorda”, diez céntimos de peseta, una papeleta que una carta de la baraja simulaba, o una peseta una tira. Así, todas las tiras vendidas, el tombolero sacaba una baraja de su bolsillo, barajaba, el más cercano cortaba y sacaba una carta. Haciendo entrega de una bolsa de caramelos al agraciado que ya para el tiempo de la proyección tenía.

En una boda. Foto cortesía de Laura Romero García

El lotero, sin perder tiempo, ya ser ponía a vender otras tiras y, así el hombre, ganaba un poco que pegar al jornal. Muchos años estuvo en dicha faena el Sr. Rafael “El Cherano”. Buen hombre, aquel. Y para terminar mi relato de las cosas del fantástico y mágico cine, he de narrarles algo que, en verdad, es original. Tanto que, creo, se dio sólo en Benalúa de las Villas y, cuando en algún lugar lo he referido, en verdad que les ha extrañado.

Entonces apenas medios de comunicación había, las redes sociales ni aún se habían soñado, ni cualquier otra cosa que para transmitir acontecimientos y hechos hubiera y, además, como relojes apenas si los había, les narro la forma adoptada para suplir tal carencia y lograr el motivo que perseguían:

¡¡¡Chissuufff, chii issuu fff….. PUUUM!!!

¡Un cohete han tirado!, ha ascendido en los cielos de Benalúa y ha explotado allá arriba, cerca de las numerosas estrellas que bordando la bóveda celeste, a las calles del pueblo prestan parte de su aterciopelada luz.

Oído en toda la Villa y alrededores…son las nueve y media de la noche, falta media para empezar el cine, pero hoy la película es de las normales, porque un solo cohete ha retumbado e iluminado la noche alterando el silencio y luciendo en los recónditos rincones formados, por la alineación de las casas que forman las calles de nuestro pueblo. A mejor película, más cohetes. Si ésta fuera de las consideradas buenas, tres cohetes habrían lanzado, habiendo sido dos si algo menos buena la película fuera.

Y así se crea un uso, de los que se logra en cualquier comunidad que sólo ellos entienden y que le suplen la carencia de lo que no tienen en sus vidas.

El disparo de cohetes, además de original, cumplía varios objetivos: informaba que media hora quedaba para ser las diez de la noche. Hora de la sesión de cine. Publicitaban la categoría del film a proyectar y animaban con su explosión a más de uno que despertaba en él la ganas de cine.

Una boda en nuestra iglesia.

Habían transcurrido unos días y, ya en el pueblo, se comentaba y se sabía que Rafa y Dolores, se “entendían”, se “hablaban”… ¡¡vamos!!… que eran novios, “oficiales”, ¡ya!. Y lo eran desde la noche del desmote aunque ya ellos llevaban un tiempo que se gustaban.

Rafa, aquella mañana, que temprano salía al trabajo, caminaba por la calle principal hacia la “casa la punta”; así era conocida la que muchos años fue la última de calle Madrid y la última del pueblo por su parte noroeste, acera izquierda en camino hacia el Caz y el Ventorrillo. Pasó por la puerta del cine donde la pizarra anunciadora se encontraba prendida haciendo su misión. Rafa se paró frente a ella y leyó, al mismo tiempo que pensaba que era una buena película y una mejor ocasión para verla con su novia después de haber entrado a casa de Dolores a “pedir permiso” a los padres para cortejarla.

Sí, era trámite imprescindible, que todo novio había de sufrir, a los pocos días de haberla pretendido y haber conseguido el “SÍ” para ser novios y si querían no llevarlo en secreto, era necesario por imperativo social y de la novia, pasar por dicho trago, mal trago.

Recibido el permiso, ya había conquistado el derecho a cortejar a su amada, visitarla en su casa, llevarla a la de él a visitar y presentar a sus padres y pasear libremente por las calles del pueblo.

Todavía en Benalúa no se llevaba el pasear con la novia con las manos entrelazadas, poco tiempo pasó y ya se impuso tal costumbre.

Ante aquella leyenda de la pizarra del cine, se dijo Rafa: “Hoy sábado es. Mañana, una vez venga del trabajo, me ducho me preparo, voy a ver a los suegros… que ¡¡vaya tela!!… y después, estrenado oficialmente nuestro noviazgo, vengo con Loli al cine, disfrutamos esta buena Película y que nos vean novios, que ya era hora…¡hombre!. Así lo haré”.

Y contento con sus planes y tal como los había pensado, siguió su camino, a dar su jornada en el campo.

Las hojas de abril de los tacos de almanaques cayeron y allí apareció el bello y florido mayo.

Rafa y Dolores, amigos de la novia casadera y ya que se prometieron desmotando su lana. Esperaban con ilusión y contaban los pocos días que quedaban para celebrar el pedimento, porque invitados fueron como detalle por ayudar al desmote y por en él haberse ennoviado.

Ya a escasos días de la pedida de mano estaban. Se celebraba el cinco de mayo, como habían acordado los padres.

Todos, especialmente los familiares de la novia, preparaban una atención para los visitantes. Les ofrecerían unos vinos con sus buenos platos de tapas y unos dulces que degustarían con licores en el transcurso del evento que, también, socialmente era importante organizar para lo que, oficialmente se entendía, como fijación de fechas y acuerdos para la boda celebrar, amén de hacer entrega el padre del novio a la novia de lo que se llamaban las “arras”. Éstas consistían en una cantidad de dinero, para los gastos del enlace, compra de muebles y otros menesteres.

Dicha cantidad, posteriormente, era igualada por la familia de la novia que, en acuerdo quedaban en la cantidad que darían a sus hijos para los gastos.

Los nervios de la novia eran exasperantes, la peinadora vendría muy tarde, le señaló una hora de las últimas y mira que le dijo:

“Victoria…¡por favor!, ven antes a peinarme que no me queda tiempo para hacer mis cosas… mujer, ¡por lo que más quieras!”, le volvió a insistir…

“Pero si es que a toda tu familia tengo que peinar hoy, ¡¡vaya lío pedimento!!… yo, si hablas con tu tía, y te quiere cambiar la hora…”

En eso quedaron.

La peinadora que entonces no se le conocía como peluquera, ni peluquería en aquellos lares había, era una señora, bien parecida, apañada y guapa. “La Victoria el Muela” la llamaban. Pero Muela no era apodo, era su primer apellido que el segundo, menos original, era Pérez.

Mucha gente confundida, no querían a ella directamente llamar “Victoria del Muela”, creían que era mote y se reservaban ante ella.

Típica boda de pueblo.

En la composición del apelativo con que se conocía sobraba el artículo “el”, ya que no estaba bien formado literalmente. Tenía estructura sintáctica de apodo: “La Victoria el Muela”, y así no debía ser, sino, de esta otra manera: Dª. Victoria Muela Pérez. Su nombre de pila y apellidos como tenía que constar, ya que así estaba oficialmente asentado en los “papeles” y no como sus paisanos, por error, la habían “bautizado”.

La celebración fue todo un éxito. Todo transcurrió como había de ser, así estaba en mente de todos.

Pero algo no se cumplió como marcaban los “cánones” del “pedimento” y es que, algo curioso era, que los novios no podían asistir a tal evento, aunque éste rompió la tradición y no respetando las antiguallas, se colaron en la celebración. Si bien es cierto que en ningún momento el novio intentó ponerse a la vera de su novia, a la que admiraba desde la estancia en segunda posición, lo guapa que estaba, llegando a hacerle algún guiño confidente de su sola interpretación, y allí quedó la velada entera sin querer romper del todo, protocolo ni tradición.

Continua la próxima semana]

INDICE

Capítulo X De los primeros televisores, las sordás, el Día de la Virgen
Capítulo XI Del sosegado otoño, “ahoyar” el pajar, rastrojeras, fiestas
Capítulo XII Del otoño dador de frutos, de ariegas, “¡arrr!”, tostaillos

Gregorio Martín García

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