Tumba de Rodrigo Díaz y María de Fonseca, en el convento de los Dominicos de Valencia

Romancero de personajes granadinos, LIII: Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza (Guadalajara, 1466 – Valencia, 1523)

El condotiero Rodrigo
Díaz de Vivar y Mendoza,
primer marqués del Zenete,
levantó en La Calahorra
un imperioso castillo
con traza ruda y rocosa
y el interior, un palacio
de arquitectura lujosa
para que el Renacimiento
mostrara su lujo y pompa,
como lucían las mansiones
de los Médicis y Sforza
en las urbes italianas
de manera esplendorosa.

Hijo del Gran Cardenal
o tercero rey de España,
cuando los Reyes Católicos
con decisión se afanaban
en finar la reconquista
de la nazarí Granada,
el valeroso Rodrigo,
por los campos de batalla,
demostraba su valor
peleando con la espada
sobre todo al conquistar
la ciudadela de Baza,
y también por la Axarquía
en el cerco a Vélez Málaga.

Mas, Rodrigo de Mendoza
después, conflictos creara
al enfrentarse a sus reyes
en cuestiones variadas,
entre otras, por no aceptar
una boda apalabrada
con doña Lucrecia Borja
la hija dilecta del Papa,
cuando Rodrigo, viudo,
de nuevo esposa buscaba.

El Mendoza se negó
a la boda proyectada:
él, hijo del Cardenal,
ella, la hija del Papa,
ideal argumentario
para zarzuela dramática,
o la trama empalagosa
de una comedia romántica,
o el rimado de un romance
con métrica asonantada.

Don Rodrigo de Mendoza,
altamente conflictivo,
decidió que en el Zenete
habría de alzar su castillo
donde poder defenderse
si surgiera algún conflicto,
ya que también se enfrentó
en el núcleo granadino
a la autoridad mayor
que era Tendilla, su primo.

En mitad de la llanura,
sobre un alcor ancorado,
el imponente castillo
reta los vientos airados
que con furor se despeñan
desde la sierra hasta el llano
por los pueblos del Zenete,
dolientes y ensimismados.

Marquesado del Zenete,
tan cerca de las estrellas,
bendecido por la luz
prodigiosa de esta tierra,
solemnizando un paisaje
de fascinante grandeza
con Sierra Nevada al fondo,
escultural y geométrica.

Doña María de Fonseca,
cuando aún era una niña,
se casó con don Rodrigo
tras una historia vivida
con tantas dificultades
como nunca vio Castilla,
pues los Fonseca y Mendoza
hicieron de las intrigas
el argumento indeleble
para odiarse de por vida.

Con monasterios y cárceles
castigaron a María
para evitar que el Mendoza
consumara su porfía
de casar con la Fonseca
como los dos pretendían,
hasta que la secuestró
retando a la monarquía,
y en un castillo alcarreño
que Rodrigo poseía
nuevamente se casaron
en amor y compañía
siendo, por fin, esta vez
la última y definitiva
.

Mientras tanto, don Rodrigo
en La Calahorra alzaba
la rocosa fortaleza
convertida en atalaya,
con la singularidad
de que era cosa pasada
la construcción de castillos,
porque entonces ya imperaba
la nueva moda venida
desde tierras italianas
en edificar palacios
con ostentosa elegancia,
tal como el Renacimiento
en sus bases diseñara.

En el mil quinientos doce,
finalizado el castillo,
vienen a La Calahorra
donde el marqués don Rodrigo
con las hijas y la esposa
ensambla su domicilio,
disfrutando de un palacio
que es una joya en sí mismo.

Don Rodrigo de Mendoza
tenía un carácter ambiguo,
a veces, señor feudal,
tirano, déspota, altivo,
y otras, príncipe humanista
muy versado en lo latino
como ilustran los epígrafes
en las portadas y el friso.

Hasta mil quinientos veinte
viven en La Calahorra
pero al poco se trasladan
a su castillo de Ayora
y en Valencia, entre naranjos,
la familia se acomoda
pues su hermano era el virrey
de esa región tan hermosa.

Pero en la sublevación
cruenta de las “Germanías”
por Valencia desatada
con desmesurada insidia,
don Rodrigo se involucra
retornando a la osadía
que en las antiguas hazañas
tanta fama le darían
en la guerra contra moros
de la estirpe nazarita,
por el reino de Granada
durante la Reconquista.

En estos tiempos convulsos
falleció doña María
y en el año veintitrés
don Rodrigo la seguía,
siendo los dos enterrados
en la ascética capilla
que los padres dominicos
en Valencia poseían.

En un lujoso sepulcro
descansa doña María
junto a su esposo Rodrigo,
y a los pies, su hija Mencía,
una noble culta y bella
con tendencias erasmistas
siendo segunda marquesa
de las tierras granadinas
donde se asienta el Zenete
aromado por la brisa
que, desde Sierra Nevada,
es permanente caricia
aunque, llegado el invierno,
golpea de manera arisca.

Marquesado del Zenete,
cielo azul, ocre la tierra,
los almendros florecidos
al llegar la primavera,
pareciendo que la nieve
ha abandonado la sierra
y aletea sobre los pinos
hasta enraizarse en la vega.

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Comentarios

2 respuestas a «Romancero de personajes granadinos, LIII: Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza (Guadalajara, 1466 – Valencia, 1523)»

  1. María José Coín Gallego

    Muy interesantes datos históricos y geográficos con descripciones tan atinadas que nos hacen participar en primera persona de momentos y lugares…

  2. José A Quijada R.

    Un bello canto tu romance de hoy narrando y describiendo la biografía de don Rodrigo de Mendoza y la construcción del castillo de nuestro pueblo que tantas veces, desde niños, hemos disfrutado y admirado. ¡Que sea enhorabuena!

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